Cuida tu lenguaje

¿Con cuanta frecuencia, ante un hijo con discapacidades, actuamos y hablamos como si no estuviera presente o, peor aún, como si no captara lo dicho?; tan sólo porque su capacidad de respuesta a los estímulos externos se encuentra, en cierta forma, alterada. Olvidamos que antes que nada es persona y, como tal, siente.

 

Mucho antes de entender el significado de las palabras un niño habrá reunido impresiones generales acerca de sí mismo y del mundo a través del lenguaje corporal de los padres, en especial, y demás personas significativas (hermanos, abuelos, …)

 

Posee un «radar» sorprendentemente preciso que le permite distinguir, claramente, un contacto tierno y cálido de uno frío o distante. Estas impresiones corporales conforman los cimientos de la visión positiva o negativa de sí mismo que tengan en un futuro y con base en la cual interpretará los mensajes externos o ulteriores.

 

Los padres, principalmente, son espejos psicológicos infalibles y sus palabras y actitudes poseen un peso enorme. Si sólo le reflejan sus aspectos negativos, el niño concluirá: «Debo de ser insignificante. Si no le gusto a mis propios padres, ¿a quién más habría de gustarle?» Sin embargo todos los padres nos hemos mostrado, en ciertos momentos, enojados, distantes o tensos ante los hijos; estos mensajes poco frecuentes no trascienden.

 

Cuenta la proporción entre los mensajes amorosos y los destructivos, así como su intensidad. ¡Mayoría gana! Nos nutrimos de lo que abunda, no de lo que escasea.

 

Una buena autoestima emana de los reflejos positivos que se le hagan al niño, del sentirse querido y valioso. Considerarse digno de amor es fundamental, pues si el niño siente que no hay razones para ser querido las pruebas que reciba de su propia capacidad y valía carecerán de significado para él. Convencido de no ser querible, sólo captará los mensajes que confirmen su autoimagen negativa.

 

Sentirse digno de ser amado permite al niño aceptar la falta de ciertas habilidades sin que peligre su autoestima. Al confiar y gustar de si mismo no se sentirá obligado a ser perfecto, y los defectos o carencias no serán prueba de ineptitud sino zonas de crecimiento. De no ser así, las propias debilidades se convertirán en armas contra sí mismo en la medida en que sólo lo perfecto es aceptable.

 

Un autoconcepto bajo está ligado, directamente, a exigencias imposibles de cumplir; perpetuándose así el ciclo de «no tengo nada que ofrecer».
Una autoestima elevada es educación para la vida, es el motor que da y dará a nuestro hijo, con necesidades especiales, la fuerza y vigor necesarios para superar los múltiples escollos que le ha puesto enfrente la vida.
¡Aprendamos a valorarlo por lo que es, no por lo que hace; y a expresárselo!
¡Bien vale la pena!
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