Conducta suicida y maltrato infantil

Una investigación reciente ha examinado la relación entre la conducta suicida y el maltrato infantil.

En países como España, el suicidio es actualmente la primera causa de muerte entre los jóvenes. Aunque en la población adulta la muerte por suicidio es mucho más prevalente en hombres que en mujeres —casi el triple—, las mujeres presentan más intentos autolíticos que los hombres. Como cifra preocupante, durante la pandemia causada por la COVID-19, se han disparado los ingresos hospitalarios de chicas entre doce y dieciocho años con conductas autolesivas. El nuevo estudio se centra en 187 niños y jóvenes de siete a diecisiete años, con o sin trastornos mentales. Se han explorado sus experiencias de maltrato infantil, los eventos vitales estresantes recientes, algunos rasgos de la personalidad límite y el riesgo de conductas suicidas.

Los resultados del estudio revelan que el maltrato infantil aumenta algunos factores de riesgo que son determinantes en las conductas suicidas de los jóvenes. Según esta investigación, las personas que han sufrido maltrato infantil tienen mayor predisposición a mostrar rasgos de personalidad relacionados con la ira intensa, la impulsividad y la desregulación emocional. Además, tienden a experimentar más situaciones estresantes a lo largo de la vida. Todos estos nuevos estresores y la desregulación emocional serían los factores que al fin y al cabo podrían desencadenar los comportamientos suicidas en la población más joven.

El estudio está liderado por la catedrática Lourdes Fañanás, de la Facultad de Biología de la Universidad de Barcelona (UB), el Instituto de Biomedicina de la UB (IBUB) y el CIBER de Salud Mental (CIBERSAM). La investigadora Laia Marques-Feixa, también miembro de estas instituciones, es la primera autora. El estudio se ha desarrollado en colaboración con el EPI-Young Stress Group del CIBERSAM y en él han participado equipos de la Universidad de Lleida, el Complejo Asistencial Benito Menni (Sant Boi de Llobregat), el Hospital Clínico de Barcelona, el Hospital Universitario de Araba – Santiago Apóstol (Vitoria), el Hospital de Día para Adolescentes de Gavà, de la Fundación Orienta, el Hospital General Universitario Gregorio Marañón (Madrid) y el Hospital Universitario Puerta de Hierro (Majadahonda, Madrid), en España.

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Los resultados del estudio indican que el maltrato infantil aumenta los factores de riesgo asociados al comportamiento suicida juvenil. (Ilustración: Amazings / NCYT)

«La adolescencia es una etapa de alta vulnerabilidad emocional y se estima que el 70 % de los trastornos mentales aparecen en este momento», explica la catedrática Lourdes Fañanás. «El cerebro de un adolescente —continúa— está en pleno proceso de maduración y este proceso puede acarrear dificultades en el autocontrol y una mayor impulsividad e inestabilidad emocional, que son elementos decisivos para desarrollar algunas conductas de riesgo».

«También suele ser una etapa de muchos cambios (dinámica familiar, nuevos grupos con sus compañeros, actividades y retos nuevos, etc.) que pueden acarrear un incremento de situaciones estresantes para los jóvenes», subraya Fañanás.

Además, según detalla la investigadora Laia Marques-Feixa, se sabe que «cuando existe un trauma relacional durante la infancia —por ejemplo, la negligencia o el maltrato psicológico, físico o sexual—, pueden alterarse tres capacidades primarias del desarrollo: la regulación emocional, la identidad y la forma de establecer relaciones interpersonales». «Si cuando llega la adolescencia no se han podido consolidar unas buenas bases en estas capacidades, la persona podría tener mayores dificultades debido a la carencia de recursos psicológicos sólidos para hacer frente a los retos, conflictos y dificultades cotidianas que se presentan a lo largo de la vida», concluye.

Las experiencias de vida, además de la predisposición genética, son elementos decisivos para definir nuestra personalidad. En psicología, se habla de trastornos de la personalidad cuando la forma en que una persona percibe, piensa y se relaciona con el entorno y consigo mismo es inflexible y desadaptativa, de modo que le genera un gran malestar psicológico y un deterioro en la calidad de vida.

El trabajo no establece relación directa entre el maltrato infantil y la posibilidad de expresar un comportamiento suicida en los jóvenes. Ahora bien, las conclusiones apuntan a que sufrir maltrato infantil aumenta algunos factores de riesgo que pueden desencadenar conductas suicidas en la población más joven.

«Nuestra investigación indica que, para reducir las conductas suicidas en los jóvenes, sería necesario trabajar estrategias de regulación de las emociones, así como intentar reducir el máximo posible la exposición a nuevos eventos estresantes (cambios de domicilio, peleas, expulsiones, etc.), especialmente en aquellas personas con historiales de maltrato infantil», apunta Laia Marques-Feixa.

Como la adolescencia es el período en el que se están acabando de sentar las bases de nuestra personalidad, es difícil realizar diagnósticos sobre estos trastornos en la juventud. «Además, hay algunas características comunes entre los distintos trastornos de la personalidad, y esta condición dificulta aún más realizar diagnósticos específicos», subraya el experto Jorge Moya-Higueras, de la Universidad de Lleida y del CIBERSAM.

«Por eso —prosigue—, aproximarse a esta cuestión desde una visión más dimensional —con rasgos de personalidad transdiagnósticos a lo largo de un continuo temporal, como por ejemplo la desregulación emocional— puede ser una estrategia más útil que la clasificación categórica (trastorno presente o no presente)».

Actualmente, el consorcio SURVIVE —una iniciativa impulsada por el Fondo Europeo de Desarrollo Regional (FEDER) de la Unión Europea, el Instituto de Salud Carlos III y el Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades— reúne a diversas instituciones y hospitales para estudiar la incidencia del suicidio, evaluar sus factores de riesgo y diseñar estrategias de intervención y prevención. Impulsar estudios más complejos y longitudinales —con más variables en consideración— será un elemento esencial para poder definir factores de predicción del suicidio juvenil y mejorar las estrategias de prevención con todos los agentes sanitarios y sociales implicados.

En este contexto, un primer paso para evitar las conductas suicidas «sería invertir más dinero en la prevención, especialmente en la población infantil, lo que implica apoyar a las familias para que los niños puedan crecer en ambientes sanos y seguros», apunta el equipo.

En segundo lugar, habría que realizar una buena detección y una intervención precoz en los niños y adolescentes que presentan dificultades emocionales o conductuales, alertan los expertos. Aunque actualmente existe un código de riesgo de suicidio, la sanidad pública debería ofrecer una amplia red de profesionales, servicios y recursos para poder atenderlos mucho antes. «Como la mayoría de personas que presentan conductas suicidas tienen asociado un trastorno mental, lo importante sería empezar por ahí», remarcan.

A pesar de la alta demanda de estos servicios por parte de la población en los últimos años, la ratio de profesionales públicos de salud mental en el Estado es solo de 6 por cada 100.000 habitantes. Por el contrario, en Europa se triplican estos datos. «Por tanto, para salvar este déficit tan vergonzoso habría que empezar por invertir en salud mental, especialmente en la población infantojuvenil, desde los diferentes servicios sanitarios, la educación, la justicia, etc.», concluye el equipo investigador.

El estudio se titula “Risk of suicidal behavior in children and adolescents exposed to maltreatment: the mediating role of borderline personality traits and recent stressful life events“. Y se ha publicado en la revista académica Journal of Clinical Medicine. (Fuente: UB)

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