Síndrome de Down: las empresas destacan sus virtudes en el trabajo

Alejandro Benia (31) es uno de ellos. Trabaja como asistente de fotocopias del Colegio La Mennais. Su vestimenta y aspecto son estrictamente formales: traje, zapatos de cuero y un peinado engominado con raya al costado. Entre otras tareas, fotocopia y cobra a los estudiantes. «Confío mucho en él. Es muy concentrado», cuenta Susana, la encargada del área.

También es «muy disciplinado», dice su compañera. Una muestra de ello es cuando debe cobrarle nueve pesos a una estudiante. La joven le da 10 pesos y él, como no trabaja de memoria, toma la calculadora y resta diez menos nueve. El resultado le da uno, toma una moneda de un peso y se la da a la adolescente.

Cuando entró hace ocho años en La Mennais le pusieron en su contrato «servicios generales». «Fotocopias fue uno de los trabajos que me incorporaron», dice orgulloso.

Nicolás Pan (33) fue uno de los primeros con síndrome de Down en ingresar en el supermercado Tata. Trabaja en la sucursal de 18 de Julio y Yaguarón como reponedor de productos y en siete años trabajó en el área de comestibles, limpieza y hoy en perfumería. Quiere otros ascensos laborales como trabajar en la fiambrería o en el bazar. Tiene claro su tarea y la función. Toma dos tarros de shampoo de una caja y los coloca con cuidado. «Hay que `frentear` para que quede todo lindo», asevera.

«Yo hago todo bien acá, nadie tiene ninguna queja. Llego en hora, nunca falto», comenta. Asegura que todos lo aman y que siempre le hacen cumpleaños sorpresa. «Estoy recontra feliz», afirma.

Para Lourdes, una empleada de ese supermercado desde hace 18 años, Nicolás «es una gran ayuda. El día que falta no llegamos a tiempo para terminar el trabajo».

 

La inserción

La Asociación Down empezó a insertarlos en el mercado en 2006. Eligió a aquellos que fueran «agradables en el trato humano», explicó Adriana Freire, psicóloga de esa organización.

También está Nuestro Camino, una fundación sin fines de lucro, que tiene más de 30 años y fue fundada por los padres de Alejandro Benia. Su directora actual, Laura Rivas, dijo a El País que cada uno de ellos sale a diferente edad a trabajar. «Tenés que estar escolarizado, una rutina y ciertos hábitos para poder lograrlo», indica.

El proceso para ingresarlos es muy planificado y similar en ambos lugares: una empresa le comunica a uno de los centros que desea tener a uno de los jóvenes; el centro selecciona a uno de ellos y le explica a los futuros compañeros cómo es un síndrome de Down «para sacar los miedos». Luego, durante un mes, el chico va a trabajar con un acompañante, quien le da instrucciones sobre cómo ir a ese sitio y sobre su propia tarea.

Son personas que aprenden más con el ejemplo que con la información teórica.

«Si se les explica que el azúcar hay que ponerlo al lado de la yerba, es mejor», indicó la psicóloga Freire. La directora de Nuestro Camino reivindicó el papel de la familia en su integración. «Es un puntal muy importante. Sin ella no podemos trabajar», afirmó.

Ser down

El síndrome de Down es una alteración genética que se produce al momento de la concepción. El organismo hace una copia extra del cromosoma 21, en vez de los dos habituales, y eso provoca el trastorno. En Uruguay hay 2.400 con esta manifestación, según el último censo realizado en el año 2000.

La directora de Nuestro Camino dijo que no hay distintos grados de síndrome de Down. Si bien tienen una discapacidad cognitiva, sus aptitudes dependen de cómo hayan sido estimulados desde pequeños. «No es lo mismo un joven que desde que nació recibió estimulación, que otro que empezó a recibirla desde los 12 años. Además, cada síndrome de Down, como cada ser humano, es particular», afirma.

Socialmente, son personas que «les cuesta mucho autoinhibirse», añadió Freire.

Como funcionan más con el hemisferio derecho del cerebro, «son más intuitivas y creativas», agrega. Si bien esta característica «no se da en todos», sí sucede en la mayoría, apunta la psicóloga Freire.

Alejandro y Nicolás aseguran que conocen lo que es ser Down, pero no los perturba. «A mí no me afecta para nada. Yo veo a mis amigos que son todos Down y me siento feliz con ellos. Y con otras personas también… somos todos iguales», cuenta. «La mayoría me dice que soy síndrome de Down. Pero no me siento como síndrome de Down, me siento como una persona normal», puntualiza Alejandro.

Futuro

Alejandro sabe lo que quiere hacer en los próximos años. «Me gustaría hacer mi carrera de actor. El teatro es lo mío; estoy arriba del escenario y me olvido de lo demás», dijo.

Tanto Alejandro como Nicolás tienen novia hace dos años, también síndrome de Down. Y Nicolás, que tiene ganas de dedicarle más tiempo a la cocina, su otra pasión, acaricia un proyecto aún más ambicioso: «En mi vida me faltaría casarme», señaló.

Freire afirmó que es difícil que alguno alcance la independencia «absolutamente completa», ya que el manejo del dinero es una de las partes que más les cuesta.

De todas formas, «depende de cada joven» y la posibilidad que «le den sus padres de ser autónomos». «Si son muy sobreprotectores probablemente no logren la autonomía suficiente», apuntó la psicóloga.

A diferencia de otros colegios, en Nuestro Camino no hay fecha de egreso. «Continúa el aprendizaje, hay que reforzarlo siempre», concluye Rivas.
Fuente: .elpais.com.uy

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