Fui al preescolar en una escuela pequeña privada. Mi maestra parecía un personaje de cuentos de hadas. Tenía el cabello blanco, usaba vestidos de cuadros y hablaba en un tono de voz agudo. Todos los días nos llevaba a la cancha a hacer ejercicios y actividades divertidas.
Siempre dividía la cancha a la mitad. Yo debía permanecer en un lado mientras el resto de mis compañeros jugaban en el otro lado. Si alguien cruzaba la línea divisoria para jugar conmigo, lo regañaban y le decían que debían regresar a su lado. Mi bienintencionada maestra temía que de yo acercarme mucho, podría atropellar a uno de los niños con mi silla de ruedas eléctrica. Más adelante me contó que hacía esto porque yo era especial y podía tener mi propio lado de la cancha para jugar. A medida que fui creciendo, me di cuenta que no era solo yo la que permanecía al “otro lado” de la cancha. Con frecuencia las personas con discapacidad son separadas del resto del grupo gracias a las buenas intenciones de las personas sin discapacidad.
No importa quien seas, serás estereotipado. Las personas altas juegan basketball y las personas bajitas practican lucha libre. Las personas que usan lentes son inteligentes mientras que las que tienen los ojos grandes son curiosas. Evidentemente, este razonamiento no está respaldado por las estadísticas.
Desde temprana edad los muchachos comienzan a imitar los prejuicios de los adultos. Por lo tanto, se mantiene la tradición de medir a la persona según sus atributos físicos.
No sé cuántas veces he estado en el centro comercial y un niño pequeño se muestra fascinado por el andamiaje de casi 250 lbs. de metal adherido a mi cuerpo. La mayoría de las veces los padres ofrecen la solución equivocada ante esta situación. O bien golpean al niño en la cabeza y le dicen que deje de mirar o comienzan un monólogo dramático comentando lo especial y privilegiada que soy por tener cuatro ruedas que me transportan durante el día.
Con frecuencia si los niños no reciben una explicación adecuada sobre la persona con discapacidad, sentirán temor y no se acercarán a una persona con discapacidad cuando sean mayores. Sentirán que es algo digno de lástima que nunca se debe comentar. Por lo tanto, si no se permite que el niño mire a la persona con discapacidad, esa persona simplemente no existirá y no deberán aproximarse.
Por otra parte, el tener una discapacidad y no disponer del uso de mis piernas definitivamente no me hace mejor que otra persona. No siento que necesitan complacerme en todo y que deben hacer todo lo posible para compensar mi pérdida. Con esto no quiero decir que las personas con discapacidad no deben recibir apoyos. Los intérpretes de señas, los menús de los restaurantes en Braille y las rampas en los edificios son acomodaciones que permiten a las personas con discapacidad un trato igualitario. Las personas con discapacidad no son ni mejores ni peores que las demás. Son personas al igual que las demás. Si un niño se siente fascinado por mi silla eléctrica, permítale asombrarse. Todo resulta novedoso para un niño. De hecho, si no fuera curioso, probablemente no sería “normal”. Si los muchachos hacen preguntas, respóndalas como lo haría si las preguntas fueran relacionadas con su casa o con su auto…
Con frecuencia y erradamente, se piensa que la persona con discapacidad física también presenta discapacidad cognitiva. En el siglo XIX la mayoría de las personas que utilizaban sillas de ruedas eran personas mayores. Sus cuerpos estaban debilitados, perdían algo de su audición y su capacidad mental no era lo que era antes. Así que las personas se dirigían a las personas en silla de rueda en un tono de voz elevado y en forma más lenta.
Esta forma de actuar comenzó a generalizarse hacia todos aquellos considerados con discapacidad.
Algunas personas que no se distinguen particularmente por su intelecto me hablan como a una niña de cinco años mientras me dan palmaditas en la cabeza. El hecho de tener una discapacidad física no significa que tenga problemas intelectuales también. De hecho, estoy segura que a quienes sí tienen discapacidad intelectual tampoco les agradan las palmaditas en la cabeza. La única solución que encuentro ante este trato es responder en forma inteligente. Después de un rato (a veces un largo rato), las personas comienzan a entender que mereces una conversación normal.
Sin embargo, es posible que a veces te “encasillen” como “inteligente”. A veces uno siente que tiene que ser el doble de bueno en comparación con una persona sin discapacidad para que te consideren bueno. Las personas con discapacidad con frecuencia son “fajados” (overachievers) y tratan de tener éxito en todo lo que hacen para recibir el reconocimiento de los demás. Algunas personas sin discapacidad asumen que por haber conocido a otros con discapacidad, tú eres talentoso y debes ser una persona paciente y de buena voluntad. Que debes haber tenido experiencias traumáticas y que has luchado toda tu vida y que eres una persona maravillosa. Puede que esto sea cierto en el caso de algunas personas que han tenido experiencias difíciles en su vida que les han marcado. Pero, es posible que hayas tenido una familia estupenda, amigos y otras ventajas que te han equiparado las oportunidades. También es posible que seas un alumno promedio o simplemente un adolescente “del montón”. Y eso está bien tanto para la persona sin discapacidad como para la que tiene una discapacidad. Está bien decirle a las personas que eres simplemente una persona promedio. No tienes que ser un valiente soldadito o un genio por tener una discapacidad.
El estereotipo es algo que detesto, pero debemos aprender a manejarlo. Las personas con discapacidad tenemos que enfrentar las percepciones preconcebidas todos los días. Lo que debemos aprender es que no tenemos que convertirnos en aquello en que nos han “encasillado”. Debes ser tú mismo. Es posible que nunca logres convencer a alguna gente que solo eres una persona igual a los demás y que no eres especial porque tienes una discapacidad – pero posiblemente esas personas no merezcan tu tiempo.
