Hablemos del suicidio

La alerta la lanzaban esta semana la policía local y los bomberos de València: la pandemia está relacionada con el aumento notable de intentos de suicido en la ciudad. Un mensaje que golpeaba el silencio que sobre esta realidad suele mantener la sociedad, con la complicidad de los medios de comunicación; desde la hipótesis, ampliamente cuestionada, del “efecto llamada”, es decir, la idea de que hablar de suicidios en los medios puede motivar a otras personas a ejecutarlo.

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Los suicidios son la principal causa de muerte no natural en España Terceros

En la Conselleria de Sanidad valenciana se sabía hace tiempo; la gente está sufriendo mucho. Confinamiento, contagios, muertes de seres queridos, incertidumbre, deterioro de las economías familiares, paro, aislamiento, soledad… Un coctel que forja un cuadro adecuado para caer en el abismo de la desesperación. Un barómetro municipal lo señalaba el jueves: lo que más preocupa a los valencianos son los problemas psicológicos derivados de la pandemia. Y las encuestas del CIS han venido alertando durante todo este -ya largo- año la incidencia del coronavirus en la salud mental, especialmente la de mujeres y jóvenes: llanto, depresión, ataques de pánico.

El suicido es un síntoma de fracaso social, de deterioro de los ámbitos de estabilidad de las personas, por múltiples razones, desde afectivas a profesionales. Aderezado con el estigma asociado del rechazo de casi todas las religiones, que culpan al finado y, también, a su entorno. Visión que se ha instalado inevitablemente en la cultura de masas, que ha aplicado casi siempre la negación o, peor aún, el ocultamiento de su existencia. Una tendencia que apenas ha variado, a pesar de seguir siendo una de las mayores causas, por ejemplo, de la muerte de jóvenes. Y la principal causa de muerte no natural.

La historia confirma que, en periodos de depresión social, como fue la crisis de 1929 o durante los conflictos bélicos, los suicidios se multiplican, sin que las administraciones tengan muy claro cómo atajarlos. La pandemia del coronavirus es seguramente, en sentido vital, una de las mayores crisis padecidas en el ámbito personal por las generaciones actuales: las condiciones para evitar su propagación han obligado y siguen obligando a millones de seres humanos a renunciar a la socialización, también la afectiva. El precio está siendo muy alto.

Los informes se suceden, así en el Gobierno Español como en el valenciano, en la misma dirección. El deterioro de la salud mental de los ciudadanos es muy grave. Se entiende por eso que Ximo Puig haya designado un comisionado para la Salud Mental, en la persona de Rafael Tabarés, catedrático de Psiquiatría de la Universitat de València y miembro del comité de expertos que asesora a Presidencia desde el inicio de la crisis. Pero esta realidad sigue estando oculta, excepto en las ocasiones en las que el suicidio se convierte en un espectáculo. En la mayoría de las ocasiones se realiza en la más absoluta soledad. Y los medios de comunicación seguimos siguiendo ese consejo de no hablar en exceso del tema.

Pero los suicidios se seguirán produciendo, y las administraciones no tendrán la presión necesaria para poner todos los medios posibles para evitarlos si no somos capaces de provocar un debate público y sereno. Entre otros motivos, para diseñar una estrategia ambiciosa frente a esta realidad y evitarla, en la medida de lo posible. La pandemia aún durara tiempo, y desconocemos todos los efectos que va a provocar en las personas; pero si intuimos que van a ser duros y largos en el tiempo. Y serán muchos los que no se sentirán capaces de afrontarlo.

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