¿Depresión o mala alimentación?

Me quedo con la frase del filósofo nutricionista Don Matesz en su blog: Sugar is poison. Meat is medicine. Aunque él, en su artículo, se dirige a la fertilidad y problemas relacionados con la alimentación. Yo, por mi parte, continuaré la «saga» psicológica que estoy llevando a cabo para definir o tratar de definir al límite en el que las enfermedades psicológicas son realmente causadas por problemas de la misma índole o, por contra, son producto de la toxicidad de nuestro ambiente al que, al saltar la chispa, salta la depresión.

Mi estudio lo voy a comenzar analizando la alimentación habitual y descuidada dicho sea de paso de mucha gente que por un lado piensa que su forma de alimentarse «no es tan mala» o incluso es, dentro de lo que cabe «buena». Otros por el contrario ya son conscientes que comen fatal pero se aferran a la creencia de que eso no les afecta y tal solo, puede ser perjudicial a muy largo plazo o cuando sean muy mayores. Grave error el de todas estas creencias porque la forma de alimentarnos en breve causa problemas aunque ocultos y, como bien dice el título de esta entrada, la depresión es uno de ellos y de los más frecuentes, razón por la que le dedico toda la entrada.

Normalmente se entiende como alimentación sana la que incluye una variedad de fruta, verdura, carne magra, pescado, cereales ya sean de desayuno como en forma de pan o pastas y arroz y algunos lácteos como leche en el desayuno y queso de acompañamiento de las comidas grandes. Al margen de eso, se entiende que se puede atender a algunos «vicios» como las patatas fritas de bolsa, chucherías, bollería entre horas o como postre a veces sin problema pues la base de la alimentación es, en teoría, sana. Pero si somos algo más científicos determinaremos que la realidad es bien distinta pues si aplicamos el «somos lo que comemos» nos daremos de bruces contra la verdad como si de un muro fuera.

Para la siguiente dieta estándar se ha determinado que se subdivide en las tres clásicas tomas básicas de desayuno, comida y cena; en donde:
Desayuno: 250ml de leche semidesnatada con 30g de cereales y 4 galletas «normales».
150g de carne de pollo asada en aceite de oliva con arroz frito (75g en seco), un trozo de pan (25g) y una manzana de postre. Se termina con unas natillas (125g).
Una ensalada variada con atún (50g) en aceite de girasol, un trozo de pan, un rebozado de pescado (100g), unas lonchas de queso (30g) y una fruta de postre, por ejemplo, una naranja.
Contemos calorías:

El desayuno nos aporta 350kcal aproximadamente, el almuerzo 850kcal y la cena 620kcal. En suma: 1820kcal. Esto, en verdad, no es mucho y podemos decir tranquilamente «no como mucho» y encima puedes decir «como bien, variado y equilibrado». Pero todo en esta vida parece estar condenado a ser relativo…

A media mañana para acompañar al café con leche se ha comprado unas chocolatinas o galletas o un pequeño bollo, esto suma unas 250kcal suponiendo aprox. 50g de los productos anteriores.
A media tarde se ha cogido unas patatas de bolsa (25g) y se ha hecho un sandwich con un par de lonchas de pavo en pan de molde. Más 375kcal.

Total real del día: 2445kcal. La cantidad ya no es tan pequeña, es más que suficiente y dependiendo de la contextura, peso y edad puede resultar hasta un exceso aunque si es cierto que no demasiado en cualquier caso pero ¿aun se puede atribuir a esta dieta los epítetos de «equilibrada» y «sana»?

Clasifiquemos entre alimentos «basura» como los pobres en nutrientes, altamente procesados y fuentes potenciales de tóxicos como las grasas trans [2]: las 4 galletas del desayuno, las natillas, el tentempié de media mañana y las patatas de bolsa de media tarde, en total nos aportan unas 600kcal, osea que más o menos el 25% del total de la ingesta diaria es basura. En otras palabras un cuarto de todo lo que comemos es veneno. Eso es mucho y explico porqué esos alimentos son veneno y su repercusión:

Las galletas, los bollos, chucherías, margarinas, patatas fritas de bolsa tienen grasas insaturadas trans (TFA) por la hidrogenación de los aceites vegetales industrialmente. Estas grasas no se encuentran en la naturaleza y son altamente tóxicas. Podemos señalar que los TFA producen un estado de inflamación sistémica/general en todo el cuerpo [3, 4, 5] con el consecuente aumento del riesgo de padecer cualquier enfermedad. También son muy perjudiciales en el cerebro y se relacionan con la depresión [6]. Se está pensando en legislar en muchos países el contenido en grasas trans de los alimentos y, de hecho, en California ya se han prohibido.

Además del tema de las grasas insaturadas trans que concierne a los alimentos procesados elaborados con aceites vegetales, éstos a su vez son muy ricos en omega 6 y pobres en omega 3 lo que produce de nuevo un incremento de la inflamación general, mayor riesgo de padecer accidentes cardiovasculares, obesidad y cualquier enfermedad [7, 8]. También en este grupo se juntaría el aceite de girasol del atún por ejemplo o si se cocina con aceites vegetales de semillas.

Realmente, tenemos un cuarto de nuestra dieta que nos lleva a la enfermedad pero es que el resto aun no siendo tan perjudicial no se queda atrás pues, si contamos las proteínas de la dieta nos daremos cuenta proporcionan una parte pequeña del total de la ingesta total calórica y eso también es razón para la depresión, el mal humor, ineficacia del sistema inmunitario, poca masa muscular, lenta recuperación de los esfuerzos ya que las proteínas son el constituyente orgánico fundamental de nuestro cuerpo junto con la grasa en segundo lugar. Luego, además, vemos un claro exceso de carbohidratos y como pudimos ver en los efectos neurobiológicos de la alimentación en los mecanismos de la saciedad y el control de peso, promueven cierta «adicción» y ésta al sobrepeso y de ahí a las enfermedades y desregulaciones del organismo. A todo esto no he contado con el alcohol, tabaco, comidas rápidas como pizzas, hamburguesas y demás de los fines de semana normalmente…

Sin darle más vueltas al tema, las depresiones, fatigas sin razón y estados de ánimo bajos, muchas veces o la mayoría solo son la mala alimentación, un ritmo de vida con poco respeto a los horarios biológicos (saltarse comidas u horas de sueño o cambiarlas frecuentemente) y un desencadenante externo como cualquier motivo de enfado, tristeza que una vez se da en vez de irse rápido se asienta en nosotros. La cuestión es no engañarse con que «comemos bien», balanceadamente y nutritivamente porque no es más, como he dicho, que un engaño y solo actúa en nuestro perjuicio.

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