¿Cómo pueden saber los padres si sus hijos sufren depresión? Síntomas y pistas

Depresión

Acaban las vacaciones y toca volver al trabajo, encender el móvil de nuevo y recibir llamadas del jefe. La ansiedad puede invadir a cualquier persona con sólo imaginar esta situación, pero hay quien la acaba encajando bien y quien cae en una profunda depresión. La situación es más compleja si en lugar de un adulto se coloca a un niño en la ecuación, pues aunque rara vez se tienda a hablar de ello, la depresión puede comenzar a cualquier edad, no necesariamente en la adolescencia, y es más difícil de detectar en la infancia.

«Se estima que afecta entre al 3% y al 4% de los niños», explica al diario italiano ‘Corriere della Sera’ Claudio Mencacci, director del departamento de Neurociencia del hospital Fatebenefratelli-Sacco en Milán. «Hay niños deprimidos desde los primeros meses de vida y esto está vinculado principalmente a la interacción madre-hijo», prosigue. De hecho, «la exposición a situaciones de violencia o estrés severo durante el embarazo puede tener consecuencias en el desarrollo del feto primero y después del niño» teniendo «un impacto significativo en la salud mental de los niños» y conduciendo a una mayor «susceptibilidad a las formas depresivas precoces».

No hay una desviación clara del estado de ánimo, sino que más bien los niños se muestran irritables, ansiosos y caprichosos (más de lo habitual)

Los síntomas son muy diferentes a los de los adultos. De acuerdo al especialista, no hay una desviación clara del estado de ánimo, sino que más bien los niños se muestran irritables, ansiosos y caprichosos (más de lo habitual). Aunque varían en función de la edad, estos rasgos pueden ir acompañado de trastornos del desarrollo neurológico como TDAH (Trastrono por Déficit de Atención e Hiperactividad), que comienza a manifestarse claramente cuando los pequeños asisten a la escuela primaria.

Ojo si bajan las notas

Una de las primeras pruebas de la depresión infantil es la reducción de la capacidad para concentrarse y, consecuentemente, unas peores calificaciones en el colegio. Esto no significa que sacar malas notas sea sinónimo de estar deprimido, sino que sólo sería una señal de alarma en aquellos casos en que el niño siempre hubiera sido un estudiante modélico y de repente sufriera un descalabro académico, a priori, inexplicable. La relación con sus compañeros de clase también es un buen indicador: sentirse aislado de los demás no es un problema —muchos niños tiene dificultades para socializar—, pero que no le importe la falta de diversión o que no le inviten a fiestas y juegos, sí.

Un niño sale a la pizarra de su escuela. (iStock)

Un niño sale a la pizarra de su escuela. (iStock)

En este sentido, los padres deben tener cuidado si a su hijo dejan de interesarle los eventos deportivos, ensayos musicales o actividades extraescolares de las que anteriormente disfrutaba. Organizar fiestas con amigos para animarles pueden parecer soluciones fáciles, pero lo cierto es que los niños con depresión no sentirán entusiasmo alguno, todo lo contrario, se sentirán incómodos porque les gustaría reaccionar a estas propuestas con la alegría que todos esperan y, sin embargo, sentirán la imposibilidad de hacerlo.

Atención al sueño y la comida

Los trastornos del sueño son una señal temprana de que algo falla en la ‘psique’. Si los niños comienzan a dormir mal, con despertares frecuentes o dificultad para conciliar el sueño, al día siguiente se sentirán agotados, provocando que su vida social y escolar termine de derrumbarse, pues en muchos casos preferirán pasar la tarde durmiendo en lugar de hacer los deberes o salir a la calle. La apatía propia de una depresión también puede afectar a la forma en que el hijo come. Si sufre un cambio sustancial en el apetito, se vuelve más quisquilloso, come mucho menos o comienza a consumir casi exclusivamente alimentos con mucho azúcar, conviene poner tierra de por medio.

Toda esta vorágine haría que de su boca salieran frases como “Nadie me quiere” “No valgo nada” en los casos más extremos y aumentaría la tensión en cada conversación con sus padres. El llanto es una forma saludable de expresar las emociones y encontrar alivio, pero puede ser una amenaza si el niño comienza a sollozar sin una causa vinculada a pequeños fracasos o peleas. Al igual que los adultos, también es frecuente que esté triste y, lejos de remediarlo, rechace toda muestra de apoyo emocional.

Los achaques y los problemas de salud psicosomáticos son otros buenos indicadores: cuando un niño sufre depresión puede aquejar dolor de cabeza o de estómago y acudir con relativa frecuencia a la enfermería del colegio, así como tratar de ausentarse de clase. Si bien la depresión es una patología con un componente ambiental importante, también depende de la herencia familiar. «El riesgo de depresión aumenta alrededor de siete veces en aquellos niños que tienen un padre con problemas mentales previos, mientras que si se trata de los dos progenitores, las estimaciones se duplican», concluye Menacci.

 

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