Perros guía: mucho más que sus ojos

Dash llegó a la vida de Juan Calvelo, vendedor de la ONCE, poco antes de la pandemia de COVID, para sustituir a Koala, que a sus 15 años disfruta de un retiro feliz en Arteixo. Jared lleva seis años junto a Cristina Fernández, profesora jubilada y declarada amante de los animales, que convive desde hace dos décadas con perros. Formados desde cachorros como guías, el trabajo de ambos canes consiste en ser los ojos de una persona ciega. La brújula, en su caso, de Juan y de Cristina. Pero son mucho más. Una suerte de “extensión” de ellos mismos. “Cuando salgo sin Jared a la calle, me siento desnuda, como si me faltase algo”, cuenta Cristina, a lo que Juan agrega: “Dash me da autonomía y me permite hacer prácticamente las mismas cosas que antes de perder la visión”.

Jared y Dash nacieron en la escuela de la Fundación ONCE del Perro Guía (FOPG), que lleva tres décadas formando canes para esa función, siguiendo el ejemplo de una institución norteamericana. En esas instalaciones, situadas en Boadilla del Monte (Madrid), los animales aprenden, mediante disciplina positiva, a modelar su comportamiento. “Los perros guía son fundamentales para sus usuarios, y se les trata siempre con mimo. Evidentemente, hay que darles aprendizaje desde que nacen, pero sobre todo reciben muchísimo cariño y, a diferencia de otros animales, ellos nunca están solos”, subraya la directora de la FOPG, la gallega María Jesús Varela Méndez.

En Boadilla todo está medido y tiene una función pedagógica. Desde la selección de los progenitores (pedigrí, docilidad, examen veterinario completo) hasta la báscula en la que semanalmente se pesan los animales. “Tenemos un servicio de cría, con profesionales veterinarios, quienes eligen qué cruces hacer. Principalmente, trabajamos con labradores, o con cruces de labrador con golden, porque son perros muy dúctiles y fáciles de llevar. Otra raza que utilizamos son los pastores alemanes (15%), unos guías fantásticos, pero que sufren más el desapego, de manera que cuando cambian sus costumbres o personas de referencia, lo llevan un poquito peor. Por eso precisan ser guías de personas ciegas con un perfil determinado. También hemos tenido camadas de cruces de labrador con caniche gigante, aconsejables para personas ciegas que tengan alergia, porque sueltan mucho menos pelo”, detalla Varela.

Los futuros perros guía pasan sus primeras semanas de vida junto a sus mamás, “con muchos cuidados, y estimulación, para que se vayan moviendo y conociendo el mundo que les rodea”. Al cumplir los dos meses, se marchan a convivir con una “familia educadora”. “Son familias voluntarias de la Comunidad de Madrid, por proximidad sobre todo, ya que necesitamos hacer un seguimiento veterinario de los animales, y también porque la ley de perros de asistencia de esta autonomía les permite acceder a cualquier lugar, como si ya fuesen guías, por supuesto, con su documentación”, indica la directora de la FOPG, quien especifica que la labor de esas familias voluntarias, seleccionadas previamente, es “ir enseñando a los perros a vivir en sociedad”. “La idea es que, durante ese periodo, hagan una vida como la que les espera cuando sean mayores, por eso las familias los llevan en transporte público, a restaurantes, al cine o a centros comerciales, donde les enseñan, por ejemplo, a familiarizarse con las escaleras mecánicas, para que no tengan miedo. Primero tienen que socializar con el resto de seres de este mundo, y luego habituarse al entorno: el tráfico, los ruedos, las multitudes… Poco a poco, se van adaptando a todas esas cosas de manera muy positiva, como si fuese un juego, y se sienten protegidos porque lo hacen de la mano de esa familia, a la que ya conocen, y con la supervisión de nuestro equipo de profesionales, que se encarga de guiar todo el proceso”, señala.

Aún a sabiendas de que, pasado un año, el perro tendrá que dejar su hogar para regresar a la FOPG y continuar allí con su adiestramiento, María Jesús Varela asegura que cuentan con una nómina de familias educadoras “enorme”. “Hay mucha gente dispuesta a asumir esta labor, aunque pasado un año el perro tenga que volver con nosotros para iniciar su entrenamiento. Las familias que los han educado durante esa primera etapa de su vida suelen poder volver a verlos si quieren, aunque esa decisión depende de nuestros instructores”, expone la directora de la FOGP, quien indica que, en paralelo, a los animales “se les hace un seguimiento veterinario para detectar, de manera temprana, cualquier problema articular o displasia que pueda repercutir negativamente en su labor como perros guía”. Y es que, “por tema de salud o por temperamento”, no todos los cachorros que nacen en la escuela llegan a desarrollar esa función. “De hecho, para sacar adelante tres perros guía, hay que trabajar con cinco. No porque no sean buenos perros, sino porque tienen alguna característica que repercutiría en esa función”, cuenta Varela. Los animales que finalmente no van a ser perros guía, son dados “en adopción responsable” , y las familias que los educaron en su primer año de vida “tienen prioridad”.

El entrenamiento de los perros guía arranca con un “adiestramiento temprano”, durante el cual los entrenadores enseñan a los animales cuestiones como el desplazamiento en línea recta y con arnés. “Durante este periodo, aprenden ya algunas órdenes, como ‘siéntate’ y ‘échate’, o a responder cuando están sueltos y se les llama por su nombre. A partir de ahí, y ya en la fase de entrenamiento propiamente dicho, se les enseñan cosas más complejas, como dar los giros, marcar los bordillos o a diferenciar por qué lugares pueden pasar y por cuáles no, porque tienen que caber tanto ellos mismos como el entrenador, para que posteriormente hagan lo mismo con la persona ciega”, explica Varela, y continúa: “Los perros guía tienen que estar pendientes, también, de otras cuestiones, como evitar los obstáculos que hay en el aire, tipo ramas de árboles o toldos. Esto les resulta un poco más difícil, porque su visión es en línea recta, pero lo acaban haciendo. Son muchas cosas las que tienen que aprender en esta primera fase: cómo entrar y salir de una escalera mecánica, cómo acceder al transporte público…”.

Cuando los canes superan esta etapa y pasan al entrenamiento avanzado, los instructores van perfilando ya qué usuario, entre los posibles candidatos, puede ser el más apropiado para cada animal. Es decir, ya se va “orientando” el perro guía hacia el que podría llegar a ser su compañero. “Ahora mismo, por ejemplo, tenemos un usuario que va a necesitar trasladarse de forma habitual en ambulancia como acompañante. Pues bien, con su futuro perro guía se va a hacer un entrenamiento en la sede del Samur, para que se acostumbre a las sirenas y a estar rodeado de personal sanitario sin ponerse nervioso”, apunta la directora de la FOPG. “Si el destinatario fuese una persona sordociega, habría que enseñar al perro guía a funcionar con gestos o sonidos guturales, lo más parecidos a los que ese usuario en concreto le pueda emitir”, agrega.

En cualquier caso, “todas las enseñanzas se realizan en clave positiva”. “La finalidad del entrenamiento es que, al ponerles el arnés, los perros guía estés felices. Que sepan que salen a la calle para hacer algo por lo que se le va a premiar. De hecho, es muy bueno animarlos cuando hacen bien las cosas, porque eso les motiva. Es más, los usuarios nos transmiten que, cuando dejan a sus perros guía en casa por algún motivo, parece que se ofendieran”, destaca Varela, quien detalla que los perros guía se entregan de forma gratuita y, para optar a uno de ellos, los candidatos tienen que presentar “informes médicos, psicológicos, sociales y de orientación y movilidad”. Cuando se comprueba que todo está en orden, llega el momento “más emocionante”: el emparejamiento.

En condiciones normales, sin pandemia, los usuarios solían pasar un par de semanas en nuestra escuela, para familiarizarse con su perro guía, acompañados siempre por los instructores, que les enseñan cómo tienen que dar de comer al animal o cómo han de cepillarlo, además de cómo moverse con él por distintos entornos. Sin embargo, en marzo de 2020, con la irrupción del COVID, tuvimos que parar esos cursos durante dos meses. De hecho, cuando se decretó el confinamiento domiciliario, teníamos usuarios en la escuela, a los que hubo que mandar de vuelta a sus casas. En mayo retomamos esa actividad, pero a domicilio, de manera que los instructores se desplazan al lugar de residencia de los usuarios para llevar a cabo allí el periodo de formación. Antes ya se hacía así en algunos casos (si la persona ciega tenía, por ejemplo, otra discapacidad), pero los menos”, expone.

Desde el inicio de la pandemia, la FOPG ha entregado unos 130 canes (tres en Galicia) y, en la actualidad, la lista de espera para conseguir un perro guía ronda las 400 personas, con una demora media de cuatro años. “En España la demanda es muy alta porque el nivel de inclusión social de las personas ciegas es mayor que en otros países. Aquí estudiamos en centros ordinarios, trabajamos y tenemos una vida social similar a la de cualquier otro ciudadano, y esto tiene mucho que ver con la labor que desarrolla la ONCE y el nivel de los servicios que ofrece a nuestro colectivo para lograr su independencia. Algo de lo que nos deberíamos sentir muy orgullosos”, subraya la directora de la Fundación.

María Jesús Varela, con un cachorro de labrador negro entre sus brazos, en las instalaciones de la FOPG.

María Jesús Varela, con un cachorro de labrador negro entre sus brazos, en las instalaciones de la FOPG. FOPG/Cedida

María Jesús Varela Méndez | Directora de la Fundación ONCE del Perro Guía (FOPG)

“El vínculo que se crea con estos perros es increíble; son una extensión de su usuario”

“Todavía se dan casos de personas ciegas a las que se niega el acceso a recintos o locales con sus perros guía, aunque cada vez son menos”

La gallega María Jesús Varela Méndez lleva más de dos décadas en Madrid, donde ha desempeñado distintos puestos de responsabilidad dentro del Grupo ONCE. Desde hace algo más de dos años, está al frente de la Fundación ONCE del Perro Guía (FOPG), un trabajo que le “apasiona”. “Antes de dirigir la FOPG, me dediqué a temas relacionados con la tecnología, la innovación y la cooperación internacional. Siempre he tenido la enorme suerte de poder trabajar en ámbitos muy determinados, enfocados a mejorar la vida de personas ciegas como yo, con las que me siento muy identificada. Es muy reconfortante poder ir viendo cómo avanzan las cosas, para nuestro colectivo, con el paso el tiempo”, subraya.

Lleva dos años al frente de la Fundación ONCE del Perro Guía. ¿Qué tal la experiencia?

Estupenda. En la FOPG trabajas para mejorar la calidad de vida de personas ciegas, y lo haces con otras personas, pero también con animales. Es increíble ver a los cachorros desde que nacen, tan chiquitines que parecen peluches, y saber que su labor va a ser súper relevante para alguien y, sobre todo, que van a ser perros muy queridos. Evidentemente, hay que darles aprendizaje, pero sobre todo reciben mucho, muchísimo cariño y, a diferencia de otros animales, ellos nunca van a estar solos.

¿Pueden los perros guía acceder a todos los lugares con su usuario o existe algún tipo de restricción?

La legislación establece que los perros guía pueden acceder a cualquier recinto. Los únicos lugares en los que no podrían entrar son los quirófanos —en los hospitales sí pueden estar— y, evidentemente, las cocinas de bares y restaurantes u otros lugares donde se esté manipulando directamente comida. Sí pueden acceder, por tanto, a cualquier establecimiento de hostelería o comercial, aunque en los parques recreativos, por ejemplo, no pueden entrar en las atracciones. Salvo estas excepciones, tienen vía libre a todos los lugares. Hay que pensar, además, que a estos animales, aparte de seguir a rajatabla sus controles veterinarios y tener en regla todas sus vacunas, anualmente se les hacen analíticas de las enfermedades caninas transmisibles a humanos. Están controlados a ese nivel, algo que no ocurre con el resto de los perros.

¿La ley se cumple o aún se dan casos de personas ciegas a las que se impide entrar, con su perro guía, en algún recinto o establecimiento?

Por suerte, ese tipo de situaciones se dan cada vez menos, aunque todavía las hay. Usuarios de perros guía refieren que a veces les ponen problemas en taxis o, por ejemplo, en los aeropuertos. Y eso que las compañías aéreas tienen en sus páginas de internet toda la información detallada al respecto, pero antes de llegar al mostrador de la línea aérea, hay que acceder al recinto, y es ahí cuando a veces, por desconocimiento u otros motivos, hay problemas. También en la hostelería. Yo no tengo perro guía, pero algunos amigos sí, y a veces te rompen la tarde, porque tienes que estar dando explicaciones, o te sientan en sitios donde no se te ve. Parece surrealista, pero siguen ocurriendo estas cosas.

¿Un perro guía lo es siempre, o al llegar a cierta edad, se jubila?

La FOPG tiene un protocolo por el que, pase lo que pase, llega un momento en que los perros guía se jubilan. Hasta eso está controlado. Previamente, si hay problemas de salud, en cuanto tenemos conocimiento ya comunicamos al usuario que ese animal tiene que dejar de trabajar. Los perros, desde que nacen hasta que se jubilan, son de la Fundación. Nos quedamos con su propiedad para poder garantizar su calidad de vida y protección, y les hacemos seguimiento para tomar decisiones si, por ejemplo, por el motivo que sea, la unidad entre el perro y el usuario no funciona de forma segura. Hay que garantizar que el animal puede cumplir, en todo momento, la función que se le ha asignado. Principalmente, para protegerlo a él, pero también por la propia seguridad del usuario.

¿Qué pasa con esos animales ‘retirados’?

La mayoría de las veces, los propios usuarios se los quedan, ya que el vínculo que se establece con ellos es impresionante. De hecho, hay personas que, tras tener un perro guía, no han querido otro porque el duelo al perderlo es muy duro. No son perros que sacas por la mañana, los dejas en casa, te vas a trabajar, vuelves, los sacas de nuevo… Estos animales son una extensión de su usuario.

¿Y cuándo los usuarios renuncian a quedarse con el can?

Si los usuarios no pueden quedárselos, por el motivo que sea, los perros regresan a nuestra escuela, donde tienen, por así decirlo, una “jubilación dorada”. Y también hay familias que adoptan a estos abuelitos. Son perros que han tenido una vida social y una educación muy buena, con un carácter muy tranquilo y que se adaptan perfectamente a cualquier hogar. 

Juan Calvelo, con su perro guía, 'Dash'.

Juan Calvelo, con su perro guía, ‘Dash’. Víctor Echave

Juan Calvelo | Vendedor de la ONCE, tiene perros guía desde hace 12 años

“Dash’ me da una libertad y una soltura que con el bastón no tengo”

Juan Calvelo tiene 58 años, y es “ciego total” desde los “treinta y pico”, a causa de una vasculitis retiniana que terminó por “secar” sus ojos y fundir en negro su vida para siempre. Sabe lo que es manejarse a oscuras sin un perro guía a su lado, y también con él, por eso no duda en considerar a este animal un compañero “imprescindible”. “Lo primero que te da un perro guía es mayor independencia. Yo vendo cupones de la ONCE junto al centro de salud de O Ventorrillo, y antes de tener a Koala primero, y ahora a Dash, me tenían que traer en coche hasta mi puesto de trabajo, porque vivo en Arteixo, y no me atrevía a utilizar el transporte urbano con bastón. Ahora cojo el bus en mi pueblo y me desplazo hasta A Coruña sin problema”, cuenta Juan, quien subraya que para tener un guía es “muy importante que te gusten los perros”, aunque no es necesario haber tenido uno antes. “Son animales que, por su entrenamiento, se adaptan rápido y muy bien”, señala.

Cuenta Juan que el momento de mayor vértigo se produce al principio, cuando “ni tú lo conoces al perro, ni él te conoce a ti ni a su nuevo hogar“. “El aprendizaje es mutuo, y requiere tiempo y paciencia. Al principio vas con cierta inseguridad, que se va disipando a medida que compruebas que el perro realiza perfectamente la función para la que ha sido entrenado, y no se choca con nada. Es una maravilla lo preparados que están”, destaca este vecino de Arteixo, quien asegura que el mayor hándicap de ir con un perro guía por la calle es que, “a veces la gente lo quiere acariciar”, algo que en ningún caso se debe hacer. “Cuando un perro guía lleva puesto el arnés, está trabajando. Caricias, mimos o la interacción con otros perros pueden hacer que se despiste, poniendo en riesgo su propia integridad y la de la persona ciega a quien acompaña”, remarca.

Otro problema al que se han de enfrentar las personas ciegas por la calle, aún llevando al lado a su perro guía, “son las terrazas o los coches en doble fila”, aunque estos canes, apunta Juan, están entrenados para “esquivar todo tipo de obstáculos”, e incluso para saber por qué sitio deben pasar, de manera que haya espacio suficiente para que quepan tanto él, como su compañero.

Acostumbrado como está a moverse por la calle con un perro guía, reconoce que si tuviese que prescindir, a estas alturas, de él, lo pasaría “bastante mal”.  “Koala, se jubiló con 12 años, después de pasar diez trabajando a mi lado, y a Dash me lo entregaron poco antes de la pandemia de COVID. Es mucho tiempo ya con perros guía, si ahora tuviese que prescindir de ellos, y en concreto de Dash, que es el que está en activo, supondría un bajón tremendo, porque el perro te acostumbra a ir por la calle con una libertad y una soltura que con el bastón no tienes. Además, en lo psicológico es también de gran ayuda, porque te hace mucha compañía”, destaca.

Cristina Fernández, con su perro guía, 'Jared'.

Cristina Fernández, con su perro guía, ‘Jared’. Carlos Pardellas

Cristina Fernández | Profesora jubilada, tiene perros guía desde 2002

“Cuando voy sin ‘Jared’ a algún sitio es como si me faltase algo”

Cristina Fernández tiene 56 años y sufre ceguera total desde los 30, cuando la radiación que recibió durante el tratamiento de un cáncer linfático aceleró la pérdida de visión progresiva que ya padecía a causa de una retinosis pigmentaria. “Fue entonces cuando decidí tener perro guía, porque además me encantan los animales, un requisito que, desde mi punto de vista, es imprescindible”, cuenta esta maestra jubilada, quien desde hace seis años comparte su día a día con Jared, un precioso labrador negro al que precedieron otras tres perras, Kayla, Hedra y Balsa. “He tenido perros guía desde 2002, y estoy encantada. Te dan una seguridad y una autonomía tremendas. Cuando las personas ciegas salimos a la calle solas, y hacemos una ruta habitual, buscamos todo con el bastón: semáforos, árboles, vallas, papeleras, agujeros en el suelo, bordillos de aceras… Si es un trayecto nuevo, tenemos que tocarlo todo también con ese artilugio, lo cual te hace sentir que, en cualquier momento, puedes tropezar, caer y darte un buen golpe. Sin embargo, cuando vas con un perro guía, él te marca absolutamente todos los obstáculos, te localiza los cruces… Si hay ramas de árboles o toldos, por ejemplo, también te lo manifiesta bajando la cabeza, para que sepas que tú tienes que hacer lo mismo… Es una pasada”, destaca.

Cristina reconoce que, al principio, cuesta un poco “dejar tu cuerpo en manos de un perro”, no obstante, “al hacer las prácticas con el instructor de la FOPG por tu ciudad, te das cuenta de que no hay de qué preocuparse, porque el perro, por propia supervivencia y por su adiestramiento, va a evitar cualquier tipo de problema”. “Si un perro guía es bueno, se convierte en una especie de extensión de ti misma. De hecho, cuando voy sin Jared a algún sitio tengo la sensación de ir desprotegida, desnuda, como si me faltase algo. Y aunque no esté, lo oigo”, señala esta vecina de A Coruña, quien asegura que ella nunca ha tenido problemas para acceder con sus perros guía a ningún local o recinto de la ciudad, aunque admite que la pandemia de COVID “ha complicado todo un poco”, y pone un ejemplo: “En los taxis se han instalado mamparas, y cuando son rígidas y el vehículo es pequeño, supone un problema. Obviamente, hay una ley que me acompaña para que nadie me pueda negar el acceso con mi perro guía, pero ahora soy yo la que a veces me tengo que negar a coger el primer coche de la parada, y pedirle al taxista que me indique dónde está el vehículo más grande, porque en el suyo el perro y yo no cabemos”.

Para los propios perros guía, sostiene, “está siendo tremendo también”, pues “basan su trabajo en las caras, aparte de en las órdenes”, y las mascarillas “dificultan gestos y sonidos” y “les despistan un montón”.

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