Nuestra amiga la tristeza

Esta emoción nos permite replantearnos la vida y con ello tratar de verla desde otro enfoque, porque tal vez, el enfoque que nuestro ego insiste en que tiene que ser, no es viable en la realidad que vivimos.

Todos tenemos emociones, y todos tenemos las mismas emociones, las emociones no son nada personal, son estímulos que genera el cerebro ante la percepción de diferentes escenarios reales o imaginarios y que impactan en nuestro cuerpo.

Algunas emociones generan bienestar, pero otras, la mayoría, genera que el cuerpo se tense o se resista ante la percepción generada.

Una emoción que forma parte de nuestro paisaje interior es la tristeza. Es una emoción que al detonarse nos baja la energía, nos hace que nos replanteemos la vida y si sabemos aprovechar esta emoción puede ser una gran maestra.

Pero, ¿qué puede enseñarnos la tristeza?. Esta emoción nos hace darnos cuenta de una forma más cabal como es la vida en realidad, generalmente nos vamos dejando llevar por una mente que construye castillos en el aire en todos los entornos donde nos involucramos, castillos que más temprano que tarde terminan derrumbándose.

No quiere decir que no sea válido hacer planes, pero los distorsionamos con expectativas y al no cumplirse alguna de estas expectativas, nos hundimos en el malestar porque la vida no nos complace como «debería de hacerlo» y entonces aparece en escena nuestra amiga: la tristeza.

Cuando esta emoción está presente, igual que toda emoción, tiñe la experiencia de su color, todo lo vemos triste y desfavorable en ese momento, pero si no nos perdemos con la voz interior y dejamos que la tristeza se asiente mientras le observamos como un testigo, que sólo se está dando cuenta sin tomar partido de agradable o desagradable de me gusta o no me gusta.

Sino sólo «viendo» el proceso del momento presente de forma impersonal, como si le sucediera a alguien más, se empieza a generar una metamorfosis interior muy poderosa y sanadora.

Cuando damos ese espacio para que la emoción se vaya serenando, si no la alimentamos con nuestras voces de «no me lo merezco». «¿Por qué a mí?» «nunca me valoran» y sólo nos conectamos con nuestro cuerpo tal y como se sienta en ese momento, estaremos «en nuestro punto» para aprender de la tristeza.

Entonces desde ese remanso de baja energía, pero de estabilidad, comenzamos a revalorar la vida y las personas y seres que nos acompañan, comenzamos a darnos cuenta que la vida vale la pena ser vivida con todos sus matices, y que tenemos en nosotros mismos todo lo necesario para dar el siguiente paso, y el siguiente paso.

De tal forma que no trates de erradicar la tristeza, tampoco la deformes con tus pensamientos, abrázala, déjala estar, te enseñará y se irá ella sola.

Hasta el siguiente momento presente.

 

Original. 

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