No considerar a la depresión un tema de salud pública es alarmante

Antes de la pandemia, la Organización Mundial de Salud calculaba que existían 300 millones de personas con depresión a nivel global. El mismo organismo estima que el coronavirus agrave la situación.

Alguien que conoce de primera mano esta enfermedad, es el escritor mexicano Mauricio Montiel Figueiras (1968). Mientras conversamos el autor de Un perro rabioso. Noticias desde la depresión (Turner) tiene frente a sus ojos un pastillero negro, esa suerte de valija donde desde hace varios años guarda sus medicamentos.

Ocultar varios duelos, entre ellos el de su madre, le cobró factura y de la peor manera. En 2014 y 2018 enfrentó dos crisis depresivas profundas a las que llama “la mordedura del perro”. A través terapias y pastillas, el ganador del Premio Latinoamericano de cuento Edmundo Valadés y Nacional de Cuento Corto Eraclio Zepeda, ha conseguido comprender y mirar de frente su padecimiento, “es lo más que podemos hacer”, dice Montiel en entrevista.

¿La escritura Un perro rabioso obedece a parte de un proceso terapéutico?

La decisión vino a raíz de algunas sesiones con mi analista. Cuando enfrenté la segunda recaída depresiva fuerte en 2018, se planteó como algo terapéutico solo que ella no me sugirió que lo hiciera público tal y como lo hice mientras tuve Twitter. Quería sondear la recepción a un texto tan personal y difícil. Sin duda es el libro más complicado que he publicado hasta ahora. Contrario a lo que imaginé, tuve una respuesta bastante amistosa de lectores curiosos e interesados en mi proceso depresivo. Yo no soy especialista, ni médico. Soy un paciente y lo único que puedo decir en este sentido es que hay que acudir a especialistas. En mi caso, un analista y un psiquiatra me acompañan para controlar esta enfermedad de la cual todavía se habla con ligereza.

El libro está fechado en 2019, es decir antes de la pandemia. ¿Cómo viviste la depresión durante 2020?, año donde según la OMS la enfermedad se agudizó.

He platicado con mi analista, mi psiquiatra y algunos amigos médicos, y la alarma es grande. Yo estoy controlado con medicamentos y análisis, pero a partir del coronavirus muchas personas comenzaron a sentirse deprimidas y enfermas. Diversos especialistas sostienen que por debajo de la pandemia del Covid-19 se gestó una pandemia psíquica cuyos estragos apenas empezamos a ver. Hace unos días leí a un psicoanalista argentino que incluso ya la tipifica como “depresión Covid-19”. No es menor que muchas personas no pudieran enterrar a sus seres queridos. Me temo que en México no estamos preparados para algo así. La depresión además, es un padecimiento oneroso y no considerarla como un tema de salud pública es alarmante.

Tú mismo reconoces que parte del origen de tu depresión está ligado a una serie de duelos postergados.

El duelo es un proceso natural en el ser humano. Necesitamos aprender a acomodar las pérdidas que acumulamos a lo largo de nuestra vida. En 2005 anestesié la muerte de mi madre. Para evitar el dolor me enganché del alprazolam, un ansiolítico del cual me volvía adicto durante varios años. Sin embargo, en 2014 cuando entré a terapia y empecé construir el relato de mis propios duelos, descubrí que la muerte de mi madre estaba sin resolver. Para acomodarlo fue necesario ajustar todo.

En tu ensayo reparas en poetas, pintores, músicos, sin embargo hay pocos mexicanos. De hecho creo que Julio Ruelas es el único al que aludes, ¿por qué?

Busqué referentes nacionales que hablaran de su relación con la depresión y no me encontré muchos. Mencionas el caso de Ruelas, cuyo caso es paradigmático a causa de una vida atormentada. En la literatura mexicana no abundan testimonios sobre la depresión. Yo también me preguntó, ¿por qué los escritores mexicanos que la han padecido o la padecen no hablan de eso? En lengua inglesa abundan los casos, Styron, Andrew Salomon, Susan Sontag, Virgina Woolf, en fin. Entre los mexicanos destaco a Anamari Gomis y Rafael Pérez Gay. Me parece curioso que no tengamos la tradición de asumirnos enfermos.

¿Será un prurito moral?

Somos la cultura del mariachi, de rasgarnos las vestiduras tomando tequila. No hay cabida para la tristeza en una cultura que además se burla de la muerte.  Los mexicanos nos la comemos en las calaveritas de azúcar. No creo que tengamos las ganas de afrontar estos procesos dolorosos de manera más frontal.

¿Ver reflejado tu caso en el de otros artistas pavimentó el camino de la resistencia?

Una de las condiciones más duras que se atraviesas durante la depresión es la soledad. Aunque estemos rodeados de seres queridos la sensación se acentúa. Al revisar la vida de estos artistas conseguí armar una especie compañía o batallón de gente con los que me identifiqué. Me iluminó mucho la lectura de la correspondencia entre Vincent Van Gogh y su hermano Theo, es uno de los testimonios más crudos en la historia de la humanidad. Al día de hoy los especialistas todavía no se ponen de acuerdo para identificar su enfermedad mental. También me ayudaron a atravesar este infierno mi familia y mis amigos.

Varios de los artistas citados se suicidan. Incluso tú reconoces que lo pensaste en al menos un par de ocasiones.

Reconocerse en la contemplación suicida es terrible. La ideación suicida no llega para acabar con tu vida sino para dejar de sentir lo que padeces. La luz más brillante que me acompañó en estas circunstancias tan oscuras emanó de pensar en mi hija. Probablemente no estaría platicando contigo si ella no existiera. Es terrible darte cuenta que algunos compañeros de ruta no la libran, como fue el caso de una amiga muy querida. No creo exagerar si te digo que este libro es el testimonio de un sobreviviente.

¿Cómo ha incidido la depresión en tu proceso creativo?

Mi primer golpe depresivo fuerte fue en 2014 a partir de una cirugía esofágica. Ese padecimiento me mostró mi vulnerabilidad y me dejó paralizado. No podía leer, escribir ni ver películas. Mi atención estaba completamente astillada. Fue así como llegué a mi analista y ella me recomendó llevar un diario. La enfermedad vulneró mi núcleo creativo y llevé un diario íntimo que no sé si en algún momento daré a conocer. Luego entré a trabajar al INBAL y eso me absorbió.

¿Tu polémica salida del INBAL y que tu nombre figurara en el #MeToo incidieron en tu enfermedad?

Afortunadamente durante lo del #MeToo conté con la confianza y apoyo de mi hija. Sin eso quizá me habría ido mal. A la vuelta del tiempo quedó claro que fue una acusación anónima y falsa. Confronté a quien me señaló y le pedí que revisáramos el caso. Al día de hoy no me ha contestado. Lo más grave es que la madre de mi hija retomó eso para clavarme una pica más por la espalda. Lo del INBAL estuvo motivado por un par de personajes bastante dudosos, Heriberto Yépez y María Rivera, quienes se dedicaron a agredir mi gestión. Nunca respondieron a mis replicas más que con ataques. Al final de cuentas ahí está mi trabajo y si alguien tiene algo que discutir adelante.

En el libro dices la depresión no se cura, se aprende a sobrevivir con ella.

Así es. Uno mis grandes amigos, Juvenal Acosta, me dijo: la depresión no se cura, se comprende. He aprendido a comprenderla un poco y a saber cuándo en mi ánimo se ciernen sus nubes para mantenerlas a raya con ayuda de los medicamentos. Espero que no me vuelva a morder el perro pero no hay que cantar victoria ante este tipo de enfermedades.

¿Conocerla y mirarla de frente ayuda?

Sí, prefiero confrontarla. Tratar de cubrir las emociones propias del ser humano es como tapar el sol con un dedo. Así ocurre con la depresión y los estados de tristeza. Hay que confrontarlos y verlos de frente.

Original.

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