Niños hiperactivos: Los medicamentos, ¿ayudan o solamente enmascaran síntomas?

Los niños, sobre todo los de menor edad, suelen tener mucha energía para gastar, lo que los lleva moverse, a explorar, a trepar, correr, gritar, a estar en un movimiento constante durante tiempos relativamente prolongados. Al menos muchos de ellos son así, mientras que otros tal vez no sean tan expansivos. También es posible que sean desobedientes y que, de alguna manera, aparezcan como desafiantes, buscando averiguar qué es lo que está prohibido y qué permitido y hasta dónde se puede llegar. Todas estas conductas son perfectamente normales, ya que hacen al desarrollo de los infantes. Lo que determina que sean consideradas como problemáticas es que se prolonguen en el tiempo, que resulten exageradas, que sean excesivamente frecuentes y que alteren la convivencia con otros, sea en el hogar, con los amigos o en la escuela.

El caso típico de estas conductas desajustadas es el del denominado Trastorno de Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH), fenómeno que ha adquirido relevancia en los últimos tiempos y que, en una suerte de pandemia no declarada, afecta, según algunos especialistas, a entre el 3 y el 5% de la población infantil en países como los EE.UU., pero que, aunque se carezca de estadísticas precisas en otros lugares del mundo (como en América Latina, por ejemplo), también crece y llama la atención en otras latitudes. Asimismo, se señala que es mucho más corriente entre varones que en mujeres, aunque se sospecha que la diferencia proviene más de los roles sociales, según los cuales, sobre todo en las sociedades más patriarcales, ellas suelen ser más tranquilas y pasivas, mientras ellos son todo lo contrario.

Respecto de sus causas, se habla de problemas genéticos hereditarios, ya que diversos estudios explican que es muy común que aquellos diagnosticados tengan antecedentes en sus padres o en otros integrantes de la familia extensa; de la exposición al plomo, que todavía se halla en pinturas antiguas y en viejas instalaciones de cañerías, entre otros lugares; de la mayor tendencia a TDAH cuando la madre es fumadora y/o bebe alcohol durante el embarazo. También se sospecha de algunos aditivos y conservantes alimentarios, algunos de cuyos componentes podrían llevar a disparar o a agravar el cuadro.

Se han descartado algunas teorías peregrinas que atribuyen la producción a otros muchos elementos, como, por ejemplo, el azúcar refinado, porque las investigaciones que han buscado evidencias al respecto no han confirmado las sospechas.

En realidad, no se sabe bien por qué se produce, ya que, aunque se tienen en mira las bases genéticas, no se han identificado mutaciones en genes a las que se pueda atribuir el Trastorno, y el señalamiento como causa de este tipo de hiperactividad de los otros factores se comparte con muchas otras enfermedades y síndromes.

Los síntomas más comunes propios del TDAH son: distracciones y olvidos muy frecuentes; saltar de una actividad a otra sin pausa; tener inconvenientes para seguir instrucciones; ser muy fantasioso; problemas para terminar acciones emprendidas, por ejemplo, la tarea escolar o las actividades domésticas; perder objetos con cierta frecuencia; mostrar inquietud y moverse constantemente; hablar en demasía e interrumpir a los demás cuando se hallan en uso de la palabra; tocar y juguetear con lo que se encuentre a su alcance; mostrarse muy impaciente, no poder respetar turnos; hacer comentarios inoportunos o inadecuados; tener problemas para controlar las emociones, entre otros.

Es necesario apuntar que no todos esos signos han de estar presentes todo el tiempo ni con igual intensidad, sino que lo corriente es que varios de ellos sean los predominantes y algunos otros pueden aparecer más esporádicamente.

El diagnóstico lo hace un médico o un especialista en salud mental, quienes constatarán a través de la observación y por medio de un cuestionario a los padres sobre los síntomas que presente el niño o niña. No existen pruebas de laboratorio capaces de brindar un basamento objetivo. A su vez, debe descartarse que las conductas similares a las del TDAH se deban a otras causas, tales como tumores, enfermedades neurológicas, contusiones craneanas, etc., o que sean consecuencia de algún síndrome o enfermedad, como pueden ser algunas formas de Autismo, aunque para el tratamiento se sigan pasos parecidos, en la medida en que la condición del paciente lo amerite. También es necesario descartar que situaciones puntuales y determinables, tales como duelos ante el fallecimiento de algún ser querido, el nacimiento de algún hermano, situaciones de bullying, mudanzas, cambios de escuela, abuso, etc., estén influyendo para que se altere la conducta. Asimismo, también es posible que existan disrupciones por breves períodos de tiempo sin que exista causa alguna, por lo que uno de los requisitos para lograr el diagnóstico es que los síntomas persistan durante al menos seis meses.

No existe cura para el TDAH, sino que los tratamientos disponibles se siguen para atenuar la incidencia de los síntomas.

Existen tres líneas de intervención posibles: la que recurre solamente a la medicación, la que se basa únicamente en tratamientos psicológicos y la que combina ambas clases.

Esta última forma es la que, según muchos expertos en la temática, produce los mejores resultados. De todas maneras, la combinatoria entre este abordaje y el que se realiza solamente por medio de fármacos marca que la gran mayoría de los niños diagnosticados con este Trastorno se halla bajo los efectos de drogas para estabilizar su conducta, lo cual, si bien es lo correcto, desde una perspectiva, desde otra no solamente la medicación sería excesiva sino que, al enmascarar síntomas, no tendría efecto terapéutico alguno.

Los medicamentos
En general, prácticamente todos los que se dedican al estudio y/o tratamiento de la hiperactividad en niños coinciden en que existen casos en los que la utilización de medicamentos para el alivio de la intensidad de los síntomas es ineludible, por ejemplo, en aquellos cuya condición se deriva de un desbalance genético comprobado o cuando otro tipo de intervenciones no brindan resultados positivos.

Aquellos que defienden su utilización masiva aseguran que los medicamentos ayudan a los niños a enfocar con mayor intensidad su pensamiento y a prestar menos atención a las distracciones, al tiempo que también estabilizan el comportamiento.

Como es posible apreciar en el cuadro adjunto, los hay de liberación inmediata y efecto rápido, pero con menor persistencia (se toman cada 4 horas, aproximadamente, o cuando se cree necesario), y están aquellos cuya acción persiste en el tiempo (8, 12 o 24 horas), incluso algunos de ellos tienen un efecto acumulativo.

Según las investigaciones que avalan su utilización, no menos del 80% de aquellos niños sometidos a estos fármacos mejoran notablemente su capacidad de atención y su conducta, mientras que el resto es refractario.
A su vez, generalmente son los estimulantes los que se prescriben, variando la dosis no solamente según el peso del paciente, sino también respecto de la intensidad de sus síntomas, la tolerancia al medicamento y siempre, como ocurre con cualquier otro cuadro, teniendo en cuenta la interacción con otros fármacos que se estén consumiendo.

En algunos casos, los estimulantes no brindan los resultados esperados, o, incluso, es posible que produzcan algún efecto no deseado y contrario, por lo que en esos casos suele recurrirse a otros que no produzcan estimulación.
En ciertos síntomas tales como los tics, que son notables en algunos síndromes como el de Tourette, la eficacia de los estimulantes no es segura, aunque pueden utilizarse sin que aumenten los riesgos que la ingesta de fármacos a largo plazo puede implicar.

También en aquellos casos en que la hiperactividad aparece concurriendo o como efecto secundario de algunos tipos de Autismo se aprecian resultados positivos.

Se señala que aunque muchos de los pacientes comienzan a recibir estos medicamentos desde edades muy tempranas, las acusaciones respecto de la dependencia hacia ellos no tienen fundamento. Sí se destaca que algunos de estos no pueden ser suprimidos intempestivamente, sino siguiendo un cierto plan a desarrollar por un médico durante un lapso más o menos extenso, haciéndolo paulatinamente.

Respecto de los efectos secundarios, los profesionales que defienden su utilización universal para tratar la hiperactividad, explican que los más corrientes son dolor de cabeza, problemas de sueño, inquietud (efecto rebote), pérdida de peso y problemas cardíacos menores, todos los cuales se atenúan o desaparecen al ajustar la dosis o, a lo sumo, obligan a cambiar el medicamento prescripto. Aseguran, además, que estas derivaciones suelen ser tolerables y que no implican riesgos serios para la salud de quienes los ingieren.

¿Ayudan o enmascaran?
Si bien, insistimos, existe un acuerdo universal para la medicación en ciertos tipos de hiperactividad, existe una corriente cada vez más numerosa que se resiste a la universalización de los fármacos como tratamiento de la hiperactividad.

Además de señalar que la falta de rigurosidad diagnóstica crea niños hiperactivos donde no los hay, solamente por el peso que implica cargar con un diagnóstico, ubicando desde muy pequeña a una persona en un lugar del que resulta muy arduo salir, se apuntan algunas cuestiones que ponen en duda la efectividad de los medicamentos como opción terapéutica universal.

Una primera cuestión que se destaca es que la medicación no solamente modifica aquellas conductas que aparecen como problemáticas, sino que la propia personalidad del sujeto se ve afectada, su participación social, sus intereses, sus deseos, etc., lo que se ve muy patentemente, por ejemplo, en los casos en los que va disminuyendo el efecto del fármaco entre el suministro de dosis, donde se pueden apreciar dos personalidades distintas en el mismo ser humano.
El problema es, según esta corriente, que lo que hacen estos medicamentos en muchos casos es ocultar la raíz, lo que causa la hiperactividad, haciendo invisibles los síntomas, los que en muchas oportunidades vuelven a reaparecer bajo otras formas o regresan los mismos al poco tiempo de suspenderse la medicación. Sostienen que raramente los buenos resultados se mantienen más allá de los dos años de tratamiento, por lo que es necesario acudir a dosis mayores o al cambio del fármaco.

Detrás de estas afirmaciones está la sospecha que tienen muchos profesionales de que la hiperactividad se debe más a cuestiones socioambientales que a problemas genéticos o a exposición o consumo de sustancias, etc. La mayoría de ellos no descarta valerse de alguna medicación, sobre todo en el corto plazo, pero sostienen que es imprescindible que se recurra a otros tipos de terapias que vayan al nudo de la problemática, en lugar de transformar a aquellos niños con problemas en dóciles y fáciles de conducir, haciendo invisible la problemática de fondo.

También algunos profesionales como la psicóloga y psicoanalista Beatriz Janin señalan que se está en presencia de un proceso de medicalización y psiquiatrización de la infancia, que lleva a que los conflictos conductuales tiendan a resolverse a través del suministro de alguna píldora que restablezca rápidamente al niño a la normalidad, en un contexto en el cual todo tiene que ser inmediato y sin esfuerzo.

De hecho, si bien no hay evidencias fuertes de que los pacientes que comienzan a depender de ciertos fármacos en la infancia para estabilizar su conducta se hagan adictos a los mismos, sí existe una cierta evidencia de que ellos son mucho más proclives a la ingesta de alcohol, a fumar y al consumo de drogas legales e ilegales.

Otro problema muy serio que advierten aquellos que tienen reparos en el uso masivo de la medicación para la hiperactividad es que, si bien los efectos secundarios de los medicamentos que se prescriben raramente son mortales, sin embargo son mucho más intensos de lo que se admite y que muchos individuos pueden presentar importantes cuadros de ansiedad, trastornos de pánico y sufrir de aislamiento social.

También se apunta a que existe un crecimiento enorme en los últimos años de medicamentos dedicados a la estabilización de la conducta, producto de la presión de los laboratorios de especialidades medicinales que los fabrican, los que, además, patrocinan la mayor parte de las investigaciones en las cuales se concluye en la necesidad de la medicación. Asimismo, existen algunas voces que ponen en duda algunas de las herramientas diagnósticas, sobre todo del DSM 5 de la American Psychiatric Association, porque se denuncia que no menos del 70% de quienes participaron activamente en su elaboración tendrían relaciones de tipo económico con las empresas que producen los fármacos.

Para concluir
Es difícil concluir en uno u otro sentido. Cada uno debe sacar sus propias conclusiones.
Lo que sí parece perentorio es buscar una forma de diagnóstico que pueda brindar seguridad a los pacientes, ya que uno mal realizado implica crear una forma patológica allí donde no existía.
De todas maneras, sea cual fuere el camino terapéutico que se elija, la recurrencia a medicamentos que van a prescribirse de por vida debiera ser la última opción, cuando todo lo demás falla.

Fuentes:
– http://dxsummit.org/archives/1774
– https://elcisne.org/patologizacion-y-medicalizacion-de-la-infancia/
– http://nepsa.es/medicar-ninos-tdah/
– https://medlineplus.gov/spanish/attentiondeficithyperactivitydisorder.html

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