«Mi marido me trata la esclerosis múltiple con picadura de abejas»

Picadura de abejas

Enrique Ruano (53) esconde la felicidad de su mujer en una hermosa finca del municipio malagueño de Estepona. No son los pura sangre que guardaba a escasos kilómetros de allí el cerebro del caso Malaya, Juan Antonio Roca, sino dos colmenas en las que revolotean miles de abejas obreras. Las poseedoras de un veneno que inyecta una vez por semana a su esposa para alejarla de su calvario. De sus noches de orfidal. De su esclerosis múltiple. «Hace dos años estaba a punto de comprarme un bastón, apenas podía andar, y ahora hasta corro», afirma Maite Morales (51) mientras mira ensimismada a su marido. Se siente orgullosa de ese quiromasajista que se especializó en la disciplina de la apiterapia para tratarla. De ese «currante» que la enamoró cuando preparaba los piononos preferidos de Camarón de la Isla en su pastelería de la Línea de la Concepción (Cádiz). «Las vueltas que da la vida. Si Nostradamus me llega a decir que iba a acabar picando a mi mujer con abejas no le creo», afirma el apiterapeuta con sorna.

El feliz matrimonio recibe a Crónica en la consulta que tiene Enrique en un coqueto apartamento de San Pedro de Alcántara, una localidad que sueña con lograr su independencia de Marbella. Nos conducen a la sala de curas. Una habitación con vistas al mar de Alborán y repleta de pósters del cuerpo humano. Sus paredes relucen tanto como las de esas macroclínicas dentales que ofrecen blanqueamientos low cost. Enrique le pide a Maite que se siente en una camilla azul y que se desvista la parte de arriba. La mujer está cortada.

La paciente se recoge el pelo mientras su marido se acerca con una cajita de cartón. En su interior hay unas 15 abejas procedentes de las dos colmenas de su propiedad. Las ha cazado esta misma mañana. «Me fui a la finca de mi amigo, me puse el traje de apicultor y las atraje con un caramelito de miel», comenta Enrique. Pinzas en mano, selecciona una de las escurridizas abejas y la posa durante tres segundos en su cuello.

El insecto inyecta su veneno (la apitoxina que usaban los romanos para tratar migrañas) y Enrique retira el aguijón con otras pinzas y lo deposita junto a la abeja muerta en una papelera. Calca el protocolo hasta 14 veces más en distintas partes del cuerpo de Maite. En la cabeza, en la zona lumbar, en la pierna derecha… Ella aguanta estoica el dolor. «Cómo me voy a quejar si este tratamiento me ha devuelto la alegría. Cada vez que me pican recibo un chorro de energía y me siento mejor. Ya no tomo pastillas para conciliar el sueño y a nivel emocional me ha dado un subidón», detalla Maite. Ya no dedica ni un minuto a lamentarse por la pesadilla que le tocó vivir. Le cuesta rememorar sus primeros pasos en el túnel de una enfermedad incurable, cuyas causas se desconocen y que afecta en España a 46.000 personas, según la Federación Esclerosis Múltiple España.

A Maite le tiembla la voz cuando recuerda la consulta de luz tenue donde le comunicaron su primer diagnóstico. «El supuestamente mejor neurólogo de Málaga me dijo que padecía esclerosis múltiple». Yo no sabía ni qué era eso. Le pregunté y me dijo: «Primero te quedarás en silla de ruedas, luego acabarás postrada en una cama y después te morirás». Imagínate cómo me quedé. Yo tenía 34 años.» No te digo el nombre [del médico] porque no merece ni mala publicidad», manifiesta.

Los 90 kilómetros que separan Málaga de Estepona se le hicieron interminables. Lucía el sol, pero su vida se llenó de nubarrones. De un día para otro. La pareja se hundió. Acababan de llegar a Estepona procedentes de la Línea de la Concepción con el ánimo de empezar una nueva vida. Enrique tuvo que vender la pastelería familiar que heredó de sus padres para evitar discusiones con sus hermanos y quiso poner distancia de por medio. Aquello le dolió. «No soportaba ver mi negocio en manos de la competencia y yo vivía en el mismo bloque. Le dije a mi mujer: ‘No voy a hacer ningún pastel más, así que vámonos de aquí’, recuerda.

Enrique había dado algunos cursos de masajes (el primero en 1993) y comenzó a trabajar en un lujoso hotel de Estepona. Eran los años dorados de la Costa del Sol. Ella se ocupaba del cuidado de sus dos hijas y él, de trabajar de sol a sol.Eran felices hasta que Maite se despertó una mañana con medio cuerpo paralizado. Tras el fatal diagnóstico del primer médico, la pareja se quedó enshock. Pero dio la casualidad de que una de las hermanas de Maite conocía a una persona aquejada de la misma enfermedad. Ésta le recomendó que fuese a un especialista en el Hospital Carlos Haya de Málaga. Le recetaron interferón una vez a la semana y corticoides para aliviar los cuatro brotes que sufría al año. Cada vez que le daba un brote, a Maite se le dormía el pie. No podía caminar ni 500 metros. «Andaba como si pisara cristales», cuenta. La enfermedad provoca la destrucción de la mielina (el tejido aislante que recubre las fibras nerviosas) y genera un trastorno en la capacidad de los nervios de conducir impulsos eléctricos desde y hacia el cerebro.

Maite pensó que los fármacos serían su mejor aliado. Pero los efectos secundarios del interferón la metieron en un pozo de desesperanza: «El deterioro físico que sufrí fue brutal y pensé que el tratamiento me iba a matar antes que la enfermedad». Cayó en depresión, pero no interrumpió el tratamiento. Estuvo «nueve años machacando» su cuerpo hasta que una mañana amaneció llena de ronchas. Le dijeron que era alérgica al interferón. Le incluyeron en un ensayo clínico para un nuevo medicamento contra la esclerosis múltiple. En la primera dosis generó anticuerpos. Lo que al principio fue una mala noticia se convirtió en una alegría meses después.

«Parece que Dios hizo eso porque gracias a que era alérgica tuve que buscar alternativas naturales», explica Maite. Fue entonces cuando una amiga chilenale habló de la apiterapia.Al principio le sonó a chino, pero comenzó a buscar por internet. «Me contó que en Chile se estaba utilizando mucho contra la esclerosis múltiple y que incluso estaba integrada en la Seguridad Social. Me contó que el veneno de abeja podía recuperar esa mielina que destruía la enfermedad y que provocaba la paralización de partes de mi cuerpo», explica.

En aquel momento sólo había dos apiterapeutas en España. Uno en Madrid y otro en Valencia. Ahora hay una veintena. El matrimonio acudió a la capital del Turia y allí Maite recibió su primera picadura. El apiterapeuta informó a la mujer de que tenía que acudir una vez en semana a pincharse a Valencia. Demasiada paliza, pensó la pareja. «Como Enrique había dado cursos de quiromasajista y tenía nociones de anatomía, fisiología y patología, pensamos que lo ideal era que él me diese los pinchazos. Le pedimos al doctor que le enseñase y comenzó a pincharme en casa».

«Empecé a sentirme cada vez con más fuerzas», dice Maite. Al ver «la mejoría» de su mujer, Enrique decidió especializarse en la materia. Hizo tres cursos intensivos (600 euros cada uno) y comenzó a ofrecer picaduras en uno de los tres centros de formación para masajistas que posee en la Costa del Sol. Y no sólo a personas aquejadas de esclerosis. «He tratado a personas con artritis, fibromialgia, vitíligo, cistitis... y todas mejoran», asegura Enrique, que cobra 35 euros la sesión.

-¿Pero qué efectos provoca el veneno de abeja?-le preguntamos.

«Según unos estudios, es 100 veces más potente que los corticoides. Como analgésico es 80 veces más potente que la morfina, es un eficaz antibiótico y es un inmunoregulador que actúa directamente sobre el sistema inmune», cuenta Enrique, que se basa en investigaciones realizadas en Estados Unidos y Rusia que los neurólogos españoles consultados por este suplemento rechazan de plano. «No son rigurosos», coinciden. Enrique, en cambio, los cuelga en su web como reclamo. «Es una terapia no reconocida por los médicos españoles porque no está dentro de sus protocolos de actuación. Si mi mujer está mejor ahora que cuando tomaba fármacos será por algo».

-Pero su esposa aún no se ha hecho una resonancia magnética que evidencie esa mejoría…

-No, pero mi doctor me ha dicho que me ve mejor -responde Maite. Está fascinada con un veneno que numerosas celebrities usan para rejuvenecer su rostro. Este bótox natural ya causa furor, aunque Enrique aún no lo ofrece entre sus servicios.

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