Fumamos por más de 30 años, y así logramos dejar el cigarrillo

Cigarro

Somos una familia de 13 hermanos, cuyo papá murió a los 59 por un edema pulmonar, producto de haber fumado toda su vida. Aun así, ocho de nosotros fumamos la mayor parte de nuestras vidas.

Soy Gabriela Jaramillo, la hija menor de una tradicional familia paisa. Esta no es solo mi historia, es la historia de cómo mis hermanos y yo, por razones y de formas diferentes, logramos dejar el cigarrillo.

Mi papá, Roberto Jaramillo, se murió el día que yo cumplí 15 años. Llevaba tiempo pegado a una pipeta de oxígeno, ya no podía respirar por sí mismo. Nos tuvimos que trasladar de Yarumal, un pueblo enclavado en el norte de Antioquia, a Medellín, por su enfermedad. El frío empeoraba su condición, y el médico le dijo a mi mamá que la única forma de que viviera un poquito más era llevándoselo a tierra más caliente.

Toda su vida fumó cigarrillos Pielrroja sin filtro.

Para ese momento casi todos mis hermanos ya fumaban y yo empecé poquitos años después. Fumar era una cosa muy bien vista socialmente y las consecuencias en la salud, aunque las vimos en vivo y en directo, no eran algo que nos preocuparan mucho.

Yo empecé a los 19, prendiéndole los cigarrillos a los mayores, a los que vivían en la finca y habían empezado en la adolescencia, a los 12 o 13 años. Para los muchachos era un signo de hombría fumar. Y en general para los fumadores el cigarrillo es un mecanismo de cohesión, una estrategia para compartir con otros.

Durante casi toda mi vida trabajé en bancos y era muy común que después de cerrar nos reuníamos afuera a fumar.

En los casi 30 años que fumé solo lo dejé cuando quedé embarazada de mi hija y por los tres meses siguientes a su nacimiento. Pero luego volví al vicio. Mi esposo, Alex, también fumaba, de hecho él empezó más joven, cuando tenía 15 años.

La intención real de que dejáramos el cigarrillo fue de él, de mi esposo. Ya habíamos intentado los parches que se ponen en la espalda, la hipnosis y los chicles de nicotina, pero nada nos sirvió.

Después de tantos años sentíamos que no teníamos un buen rendimiento físico para hacer ejercicio y también cuando nos enfermábamos los síntomas eran muy fuertes. Nuestra hija era una razón de peso para dejar el cigarrillo, no es un buen ejemplo para un adolescente, aunque nunca fumábamos con ella cerca porque es una niña muy alérgica.

Solo con fuerza de voluntad, Alex lograba dejar de fumar hasta una semana completa, pero el fin de semana no aguantaba y volvía a fumar. Yo, ni siquiera lo intentaba.

Pero a mediados del 2015 consultamos con la doctora de familia que nos asignó la EPS. Le pedimos una recomendación y ella nos remitió a un internista que, después de mandarnos varios exámenes, nos dio un tratamiento con el que logramos dejarlo.

Ya llevamos más de tres años sin fumar y sin la ansiedad que normalmente da dejarlo.

¿Cómo lo logramos?

Empezamos, en agosto de ese año, a tomar unas pastillas todos los días en la mañana. Luego la dosis fue aumentando. El 20 de octubre del 2015 me fumé el último cigarrillo y desde ese momento no me volvió a hacer falta. Sin embargo, tomamos las pastillas hasta enero, que fue hasta cuando nos recomendó el médico.

La razón para que funcione es que, según nos explicaron, el tratamiento altera los receptores de la nicotina en el cuerpo; por eso llega un momento en el que ya no se tiene la misma sensación al fumar

La razón para que funcione es que, según nos explicaron, el tratamiento altera los receptores de la nicotina en el cuerpo; por eso llega un momento en el que ya no se tiene la misma sensación al fumar. No es que el cigarrillo sepa mal, es simplemente que no genera el mismo bienestar de antes. Entonces, sin mucho esfuerzo, uno lo termina dejando, porque ya no tiene sentido más allá de la costumbre. Se acaba la ansiedad y hay quienes, incluso, le cogen fastidio al humo.

En el segundo mes del tratamiento fui diagnosticada con cáncer de seno, pero los médicos me dijeron que no había ningún problema en continuar tomando las pastillas.

El tratamiento debe ser siempre supervisado por un médico, por eso prefiero evitar el nombre de las pastillas. Tiene contraindicaciones. Nos advirtieron que nos iban a dar pesadillas o tendríamos sueños raros y también malestar estomacal. Nos dijeron que no lo debían tomar personas con tratamientos psiquiátricos, que es el caso de César, uno de mis hermanos. A él le recetaron otras pastillas diferentes y también logró dejarlo.

César es el mayor de todos y fumó por cerca de 50 años. En alguna época, incluso, llegó a consumir dos paquetes de cigarrillos al día, pero lo dejó hace dos años.

El caso de mi hermano Roberto es muy parecido al de mi esposo y al mío. Dejó de fumar hace un año también con las mismas pastillas. Él, sin embargo, las pagó por su cuenta pues la EPS le recetó unas distintas. La caja para un mes le valía 170.000 pesos, y las tomó por tres meses.

Las pastillas no son las más baratas, pero tampoco es mucho en comparación con lo que se gasta en cigarrillos. Hoy en día una cajetilla vale 6.000 pesos y uno se fuma una diaria; es decir, se invierten 180.000 pesos aproximadamente al mes. Y eso que una cajetilla es, para muchos fumadores, la dosis mínima del día.

Era tanta la adicción al cigarrillo que lo primero que hacía cuando se levantaba era fumar. Incluso empacaba primero la caja de cigarrillos en el bolsillo de la camisa antes de ponérsela.

De todos, Roberto tuvo la peor recaída. En el 2010 logró dejar de fumar, solo, sin ninguna ayuda externa. Dice que el hecho de que estuviera prohibido fumar en lugares públicos y en buses le generaba mucha incomodidad. Y, de hecho, logró dejar el cigarrillo por seis años. No obstante, un sábado del 2016 volvió a coger el vicio. Por eso después de un año de haber vuelto a fumar decidió hacerse el tratamiento.

El médico le dijo a Roberto que siguiera fumando normal mientras iba tomando las pastillas y que por ahí a los 15 o 20 días se comprara el cigarrillo más barato y que menos le gustara. La sensación, dice él, fue horrible, y a los poquitos días ya no volvió a prender ninguno.

Cuatro de mis hermanos, en cambio, lo pudieron dejar solo con fuerza de voluntad. Uno de ellos hace unos 10 años, se lo propuso y combatió la ansiedad con dulces de menta.
Hoy todavía los mantiene a la mano.

Uno de ellos se vio obligado a hacerlo cuando, en medio de un atraco, recibió un disparo que le perforó un pulmón. No hay vicio que sobreviva cuando se está tan cerca de morir. Con un pulmón funcionando a medias ya no podía darse el lujo de seguir fumando.

Con los otros dos pesó mucho la presión de sus parejas y después de fumar hasta 40 cigarrillos al día, lo dejaron. Uno de ellos ya se asfixiaba con frecuencia y cuando le daba gripa tenía tos por semanas enteras.

Conozco, además del caso de nuestra familia, el de otras tres personas que han recibido tratamientos similares. Dos de ellas no lograron dejar el cigarrillo, tampoco se hicieron el tratamiento completo. La tercera tenía tanto miedo a fracasar que ni siquiera le contó a su familia que estaba intentándolo, aun así, pudo dejarlo.

Nosotros entendimos que si queríamos aspirar a una mejor calidad ya mayores teníamos que dejar el cigarrillo. No hay garantía de no enfermarnos de algo grave, algo pulmonar, pero por lo menos dimos un paso para mejorar nuestra salud.

 

Original.

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