El éxito de un entrenador con parálisis cerebral

Con ocho años, Rubén Conde no podía ni caminar. Una parálisis cerebral lo hacía caer todo el rato. Y aún así, se apuntó al fútbol. Su madre le preguntó si estaba loco. Pero no, Rubén Conde no estaba loco. Solo quería jugar con sus amigos a un deporte que le apasiona, por el que vive, con el que sueña, que le hizo aprender a levantarse con cada caída y para el que se ha convertido en referente y entrenador de un equipo de niñas (Nuestra Señora de las Victorias) que han descubierto con él todos los valores que el balón ofrece.

«Yo camino por el esfuerzo que hicieron mi madre y mi padre, con la rehabilitación. Pero sobre todo, por mis ganas de superación y por el fútbol. Me apunté y me preguntaron: “¿Con todas las consecuencias?”. Y yo: “Con todas las consecuencias”», se expresa Conde en conversación telefónica con ABC. «El primer día de fútbol, mi entrenador, Manolo, dijo que había que saltar el potro. Yo le dije que no podía. Me mandó a casa. Al día siguiente volví a decirle que tampoco podía. Me volvió a mandar para casa. Al tercer día lo intenté. Ahí me di cuenta de que podía hacerlo todo en mi nivel: a partir de ese día corría, me caía y volvía a correr. Con todas las consecuencias. Otros entrenadores tenían miedo de entrenarme porque siempre me ponía el primero para todo: barrera, portero, lo que fuera».

Su pasión lo hizo jugar hasta los catorce años, pero cuando le dijeron que en esa categoría los empujones iban a ser mucho más fuertes, le propusieron ser entrenador. Aprendió y mantuvo durante toda su carrera esa tenacidad que comparte hoy con las casi treinta chicas que entrena en diferentes categorías. «En el colegio donde trabajo vinieron tres chicas para decirme si podía ser su entrenador, porque siempre jugaban los chicos y ellas también querían. Y yo dije: “¿por qué no?”. Era partir de cero. Enseñarles de cero. Pero lo que quiero es que aprendan a trabajar, a comprometerse, a no faltar al entrenamiento. Me preparo las tácticas, las ganas, los ejercicios. Empezamos con ocho chicas el primer entrenamiento y ahora son trece en el cadete y trece en el infantil. Ellas me lo dan todo, así que yo me dejo todo por ellas. En ningún momento ven mi discapacidad», añade.

Mónica Bosqued, madre de una de las alumnas de Conde, lo corrobora: «Las niñas están superorgullosas de su entrenador, le tienen un respeto impresionante. Se preocupa por ellas si están enfermas, llama a casa para saber cómo están… Las cuidaba en el patio y ahora les da unos valores infinitos. Las niñas no ven la parálisis. Y a todos nos dan una lección de normalización impresionante. Al principio, los padres de los equipos rivales nos veían raro, como con un poco de pena, pero después se acercan a darle la enhorabuena. A los adultos nos ha inculcado una amistad muy bonita también. Son un equipazo, no jugando porque pierden muchos partidos, sino a nivel de compañerismo».

«Yo admiro a todas las niñas. Recibo su aprecio, su cariño, su educación, su máximo esfuerzo, su ganas de trabajar. Yo siempre les digo que conmigo no se tienen que dejar. Si voy a tirar un penalti que lo paren. Si no, me enfado. Hay que insistir aunque se falle. Insiste, insiste, insiste y lucha, lucha, lucha».

Su compromiso con las niñas y con el fútbol ha sido subrayado con el premio de Cadena Cien «Por un mundo mejor», pero Conde insiste en que solo es alguien que hace lo que hace por pasión. «Yo solo soy Rubén. Hay que quitar el prefijo “dis” de “discapacidad”. Como yo somos muchos, pero hay que descubrir y sacar a la luz todo lo que hacemos. De cualquier capacidad. Yo no me considero discapacitado ni tampoco la gente que me rodea. Soy Rubén. Un tío normal. Punto», completa, y ya prepara su próximo entrenamiento. Y las niñas del colegio Nuestra Señora de las Victorias, en Madrid, esperan ya sus órdenes y sus valores. La victoria ya la tienen.

 

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