Coartadas. La discapacidad como pretexto


El humano es el único ser que viene al mundo con la opción de hacer su propio proyecto de vida. Sin embargo, la vida no da una segunda oportunidad y es en este camino, sólo de ida, que debemos hacer lo posible para que el viaje sea cómodo.
Los hombres y las mujeres, a diferencia de los animales, somos propensos a engañarnos -maravilloso recurso para justificar nuestros actos-, no sólo en situaciones insignifi-cantes sino en las más trascendentes, las que representan un recodo en el camino o una encrucijada donde, de nuestra elección, dependerá el éxito o el fracaso de nuestro proyecto de vida.

Nos engañamos y ponemos pretextos para esconder el temor, la incapacidad, la fatiga, la saturación, el cansancio y la impotencia. Ser padre de un hijo con discapacidad nos pone en una situación propicia para los pretextos más soberanos: «No soy porque mi hijo…» «No hago porque mi hijo…»

Puede ocurrir que la familia o alguno de sus miembros caiga en la trampa de culpar a la discapacidad de todos sus problemas y de su incapacidad para completar su proyecto de vida. Es necesario añadir que un niño que crece pensando que las penurias económicas o falta de oportunidades se deben a su discapacidad -a él- será un adulto amargado, culposo y resentido. Y probablemente, debido a esta situación depre-siva, renuncie a potenciar las facultades que posee y deje atrás toda posibilidad de mejoría.

Pretextos, pretextos, pretextos

La educación de los hijos, el mantenimiento de la casa, las relaciones sociales y el empleo del ocio deben ser redefinidos cuando una pareja tiene a un hijo con discapacidad. De lo contrario el cuidado del hijo se convertirá en una obsesión, un pretexto para evitar la realización normal de nuestras vidas.

Siempre hay forma de resolver los problemas que se presentan si, verdaderamente, lo deseamos y no nos engañamos buscando disculpas para no hacer nada.

Si una madre permanece siempre en casa y usa como pretexto el: «no puedo salir», «la niña no debe quedarse sola» o «no tengo con quien dejarla», hay que encontrar la razón por la cual esa mujer se está castigando. Aislarse no soluciona nada. Hay que encontrar la manera de resolver los problemas y acercarse a las personas que nos quieren y que con buena intención tienen profundos deseos de ayudar ¿Por qué no los dejamos?

A veces, los padres sienten una culpa inconsciente por estar sanos mientras su hijo tiene una discapacidad.

Para castigarse, frenan su placer, el goce normal que la vida les ofrece. Ocurre entonces que alguno de los progenitores -con mayor frecuencia la madre- se autocensura para «expiar su culpa», discapacitándose junto a su hijo: si el niño no puede hacer una vida normal, ella tampoco la hará. Es una de las maneras en que la hiperresponsabilidad por el hijo sirve -no al niño- sino a las necesidades psicológicas de los padres que viven, diariamente, esta difícil realidad.

Es importante que los padres sepan que sus expectativas juegan un papel decisivo en el proceso de su hijo y que si le asignan el papel de «el causante de todo», responsabilizán-dolo de la falta de contacto social, la dificultad de trasladarse, las miradas de los otros…el niño establecerá una visión negativa de sí mismo.

Si se considera al hijo como una persona desdichada -porque vive con una discapacidad-, digna de compasión, del que no se puede esperar nada, el niño hará suya esta opinión y se convertirá en una persona dependiente, demandante y con aspiraciones reducidas. Se aislará de sus compañeros y se encarcelará junto con sus padres quienes, dando fuerza al pretexto, convierten a la discapacidad en la explicación de su vida y prefieren el engaño antes de encarar la realidad de sus propias limitaciones.

La falta de relaciones, a veces basada en el temor a la reacción de los demás, proviene de la sensación de vergüenza de tener un hijo diferente, aumenta el aislamiento y es altamente perjudicial para la relación de pareja.


Crecemos como pareja a través del contacto con el pensamiento de otros, ventilando experiencias propias y escuchando las ajenas de tal manera que las nuevas ideas nos ayudan a dar solución a los retos que la vida nos presenta.

La vejez es tiempo de hacer un balance retrospectivo acerca de nuestra vida y de ello dependerá el que tengamos una actitud de plenitud o de fracaso para encarar la muerte.

Creo que la forma como la encaramos dependerá de si sentimos o no que hemos llevado a buen término la tarea de haber completado aquello para lo cual nacimos. Debe ser sumamente doloroso acercarse al final de la vida pensando en el recodo donde nos atoramos por cobardes.

No podemos volver la película atrás, la vida no da segundas oportunidades. Sólo podremos aceptar la muerte cuando, con todas nuestras limitaciones, por supuesto, haya una sensación de que el ciclo se ha cumplido y que aprovechamos nuestro paso por el mundo.

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