Universitaria crea libro para que ciegos conozcan los colores

Colores

Montserrat Abigail Pérez López está sentada en un salón de la Facultad de Estudios Superiores (FES) Aragón, donde estudia la carrera de “Comunicación y Periodismo”. Sus dedos recorren las líneas que componen la figura de una rosa y explica que es así cómo las personas ciegas consideran que se ve el color rojo.

Tiene 22 años de edad y hace unos meses creó el libro “Percepciones del color”, un proyecto escolar de casi 40 páginas que busca mostrar cómo las personas con discapacidad visual interpretan los colores, a través de sus otros sentidos y así impulsar su voz.

Todo comenzó hace seis meses. Abi, conocida así por sus amigos, investigó cómo los colores eran explicados en internet y libros.

Se preguntó si las personas ciegas o con baja visión podrían entender tal información al ser “demasiado teórica”. Por ejemplo, en una página web encontró que el color es puntualizado como una “propiedad física de la luz emitida por los objetivos”.

Abi se inspiró en las dificultades que ha pasado por ser una persona de talla baja y hacer un producto que incitara al beneficio social de las personas ciegas.

Antes de 2016, la joven estudió “Artes Plásticas» en el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL) y exhibió una de sus pinturas en Tokio, Japón, donde representó a la fundación «Gran Gente Pequeña».

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Por ello, eligió juntar dos pasiones: el arte y trabajar por la inclusión. Se inspiró en El libro negro de los colores, de Rosana Faria, para determinar la estructura de sus preguntas y así recopilar de forma sencilla cómo las personas ciegas imaginan que se ve, huele y sabe un color.

En la primera búsqueda, Abi convenció a dos estudiantes de su facultad de participar en el proyecto. Uno de Derecho y la otra de Economía. El resto de sus colaboradores los halló en la asociación “Paseo a Ciegas” en una caminata a mediodía.

Abi en compañía de su madre se refugió en un rincón cerca de la glorieta de la Diana Cazadora y platicó con ocho de esas personas. Entre sus hallazgos, notó que ellas engloban otros sentidos como el gusto y el olfato para precisar lo que es un color.

“Los entrevistados me dijeron que el color verde huele a tierra, el naranja a mandarina y el azul a lavanda. Por su parte, el rojo tiene sabor a cereza y el violeta a vino”, explica Abi entre risas.

Con los testimonios reunidos, Abi se sentó a cruzar la información, elaboró un dommie (prototipo que simula el producto final) y dibujó en él la ubicación de cada elemento que compone un libro: introducción, título, sello editorial y demás.

Más tarde, se reunió con Alan Carreño, egresado de la Facultad de Artes y Diseño (FAD), para seleccionar las imágenes que iban a ilustrar a los colores primarios, secundarios y neutros, los únicos seleccionados por ella.

Pero antes de pasar a la impresión, Abi cursó clases de Braille básico impartidas por Carlos Fabela, coordinador del área de inclusión, a fin de entender su funcionamiento.

El Braille consta de seis puntos distribuidos de forma diferente que pueden significar cualquier letra, número o signo de puntuación. En total, cuenta con 65 combinaciones de caracteres entre el alfabeto y la numeralia.

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Luego de varias semanas, Abi concluyó dividir el libro en tres capítulos según la gama de colores: tranquilidad (primarios);  intensidad (secundarios) y  dualidad (neutros); además de anexos como un abecedario para que el público pueda tener un acercamiento a cómo se ve y se siente el Braille.

A cada color le añadió una descripción en tinta y en Braille junto con una imagen impresa en relieve con un rayo láser especial. Debido a que el precio de esta técnica puede llegar a costar mil pesos —asegura— que sólo pudo producir dos números que conserva.

Uno de sus deseos futuros es que alguna casa editorial se interese en su idea, le ayude a hacer más ejemplares y el libro cumpla con su función principal: ser leído.

Sin embargo sabe que ese camino es costoso, ya que son muy pocas las imprentas que se dedican a este campo.

Desde pequeña se dio cuenta que en las bibliotecas no existe variedad de formatos, ni de contenido para las personas ciegas como: historietas, manuales, literatura, cuentos o algún texto de ocio.

El escaso material que descubrió eran libros de la Secretaría de Educación Pública (SEP) con los que se aparenta cubrir las necesidades de las personas ciegas, sin embargo, no es así.

La sociedad no se detiene a pensar que las personas ciegas desean conocer todo tipo de  temas como los colores, pero desde su experiencia”, agrega Pérez López.

Desde hace más de 20 años, la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuito (Conaliteg) imprime el mismo contenido de textos en tinta que en Braille para  hacer efectivo el derecho de los jóvenes a la educación.

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Para el periodo 2018-2019, la Conaliteg distribuyó en código Braille 15 mil 045 libros. De éstos, 10 mil 680 para primaria, y 3 mil 635 para secundaria.

En ese sentido, el director de la organización “Discapacitados Visuales IAP”, Luis Eduardo Hernández, dice que la impresión de libros en Braille es “muy cara” debido a que  necesitan máquinas que cuestan 200 mil pesos, sin contar el mantenimiento.

En los 30 años que lleva en el mundo editorial, afirma que en México las personas ciegas sólo consultan libros educativos mientras que en otros países tienen distintas temáticas porque el mercado se integra por más casas editoriales.

“Con el desarrollo de las tecnologías de la información, la brecha que existe entre la población general y las personas ciegas se ha acortado. Ahora tienen la posibilidad de bajar en sus celulares libros para escucharlos, pero no leerlos”, apunta el especialista.

Abi anhela que su libro sea una manera de decirle al mundo que las pequeñas acciones pueden generar grandes cambios. “Es tiempo de que la gente impulse la inclusión social con actividades aunque no estén en su presupuesto”, declara la joven.

Libros: llave de la inclusión

Para el académico, Carlos Favela, proyectos como el de Abi permiten impactar en la vida de las personas con discapacidad, favorece la toma conciencia de cómo ellas conocen el mundo y acerca a que todos ejerzan sus derechos humanos.

Por ello, considera importante que las escuelas fomenten proyectos de inclusión en sus estudiantes con el fin de desmitificar ciertos prejuicios que se tienen hacia las personas discapacitadas y así cerrar brechas que condicionan el bienestar general.

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De acuerdo con la Encuesta Nacional de Discriminación 2017, 25 de cada 100 personas con discapacidad dijeron haber sufrido al menos una situación de discriminación en espacios públicos como el transporte, dentro de su familia o al requerir un servicio médico durante los últimos cinco años.

Fabela resalta que los libros son la llave del conocimiento porque permiten obtener información sin limitaciones.

“Si una persona con discapacidad visual sabe lo que está a su alrededor,  le da autonomía y poder de formar su propio juicio”, comenta.

Cifras del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) aseguran que en México hay un millón de personas con discapacidad visual, de la cuales 36% son hombres y 50% son mujeres.

De esta población, 46.9% presentan un rezago educativo mientras que en 2010, la cifra se ubicaba en 58.5%, según datos del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval).

“Hay personas que necesitan apoyo y nosotros lo podemos aportar o generar, y con ello abrir nuevas puertas”, agrega Favela.

Montserrat Abigail Pérez López, quiere seguir desarrollando proyectos de inclusión social para poder derribar los obstáculos considerados insuperables. Al mismo tiempo, quier seguir estudiando y poder escribir en una editorial o en un periódico.

 

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