Suicidio, mucho más que un problema de salud mental

En Jalisco dos de cada cinco personas que optaron por quitarse la vida durante 2020 tenían entre 20 y 34 años. Se calcula que alrededor de 95 por ciento de los suicidios son prevenibles y que uno de los errores en su estudio y tratamiento es circunscribir el problema sólo al ámbito de la salud mental y de las conductas individuales.

En el marco del Día Internacional para la Prevención del Suicidio, que cada año tiene lugar el 10 de septiembre, Ana Georgina López Zepeda, coordinadora de Desarrollo Académico del Centro de Acompañamiento y Estudios Juveniles (C-Juven), y Luis Miguel Sánchez Loyo, profesor del Departamento de Psicología, Educación y Salud (DPES) del ITESO, coinciden en que entre los esfuerzos para bajar la tasa de mortalidad por esta causa es necesario dejar de ver el fenómeno como un problema individual y acabar con los estigmas asociados al suicidio, a la enfermedad mental y al tratamiento; así como atender la falta de recursos sociales y públicos para su prevención, identificación y cuidado.

El análisis de cifras definitivas del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI) acerca de las principales causas de mortalidad destaca que durante 2019 los suicidios fueron la décima tercera causa de muerte en Jalisco, con 605 defunciones: 502 eran hombres y 103 mujeres. En 2020, la tasa de suicidios en el estado fue de 7.8 por cada 100 mil habitantes, lo que significó un incremento de 0.7 por ciento, en comparación con la de 2019, cuando las muertes por esta causa fueron de 7.3 por 100 mil habitantes.

La decisión de atentar en contra de la vida propia, dice Sánchez Loyo, tiene sus raíces en varios aspectos la vida del ser humano: la salud mental, la dinámica social, y la estructura y el desarrollo económico y social de la población, entre otros.

En este contexto, explica López Zepeda, el papel de las universidades es clave. El primer paso es reconocer que el problema existe en nuestra comunidad y que no constituye un hecho aislado. Es un fenómeno global que está en aumento y que no sólo tiene que ver con factores individuales, pues influyen aspectos familiares, escolares y sociales que se pueden prevenir: «Se requiere hacer una reflexión en las instituciones educativas a través del diálogo, la formación, la prevención y las posibilidades de generar capacidades y recursos de afrontamiento para la comunidad universitaria, especialmente para los jóvenes».

En su informe más reciente, la Organización Mundial de la Salud (OMS) señala que el suicidio es uno de los factores más importantes de mortalidad en jóvenes. Es la segunda causa de muerte en el mundo, y es considerado un problema de salud pública que se puede evitar en la mayoría de los casos si se interviene a tiempo con estrategias multisectoriales e integrales.

En los años ochenta y noventa del siglo pasado, destaca Sánchez Loyo, el grupo etario con tasa más alta de suicidios eran las personas de 60 años y más. A partir del año 2000 son las personas de entre 15 y 35 años quienes tienen las tasas más altas.

Para el también psicoterapeuta es posible prevenir los suicidios y el resto de los comportamientos suicidas. Esto, resalta, depende de una estrategia nacional o estatal articulada localmente, con la participación de diversos sectores, no sólo del área de la salud, y con estrategias bien definidas para poblaciones en riesgo claramente identificadas.

«El costo social y económico del suicidio es muy alto. Cada caso afecta de manera directa a entre cinco y 20 personas cercanas a quien muere. De manera indirecta, hasta a 100 personas. El efecto es mayor en los afectados directamente. La persona que muere por suicidio deja de aportar a la sociedad, en promedio, 40 años en lo económico y otros 15 más en lo social. Tenemos más de 55 años de vida perdidos por cada suicidio, en promedio», explica Sánchez.

La importancia de intervenir a tiempo

En la prevención, señala Ana Georgina López, intervienen diversos agentes: «El sistema sanitario, el educativo, el familiar y el social en una corresponsabilidad. Las estrategias formativas para la prevención del suicidio en las instituciones tienen que ver con la capacitación en primeros auxilios psicológicos al personal de las instituciones y la derivación a los profesionistas especializados en suicidio en cualquiera de sus fases: ideación, intentos, o actos consumados —en estos últimos se interviene con la familia y comunidad en los procesos de duelo».

Además es prioritaria la instrumentación de programas de prevención en las instituciones con las que tiene contacto el adolescente —clubes sociales o deportivos, la escuela y la familia—, a partir del uso de los medios de comunicación y de la tecnología con que se relaciona. Ello permitirá identificar los factores de riesgo para prevenir e intervenir terapéuticamente, antes de la consumación del suicidio.

Cuando una persona tiene pensamientos suicidas es importante que reciba atención psicológica para determinar la causa. Muchas veces esos pensamientos son ocasionados por ansiedad y porque se agotan las capacidades y los recursos de afrontamiento en ese momento. También debe acudir a sus redes y vínculos más significativos, donde pueda sostenerse o poner en pausa tales ideas.

De acuerdo con la experta, en México las investigaciones epidemiológicas mencionan como factores de riesgo la falta de oportunidades académicas y laborales, el fracaso académico, el bajo nivel escolar de los padres, la pobreza, la violencia intrafamiliar, el aislamiento social, las escasas relaciones interpersonales, el uso de drogas, el embarazo, la depresión, las adicciones y la violencia intrafamiliar. A escala mundial están el bullying escolar, el acoso y las redes sociales.

Los reportes acerca de los servicios de salud mental en el país refieren que los pacientes con trastornos psiquiátricos, de ansiedad o afectivos, no buscan la atención psiquiátrica debido al miedo a ser estigmatizados por su núcleo familiar, social y laboral. A eso se suma la escasez de servicios de salud mental en zonas rurales, la falta de información y el bajo nivel de escolaridad y de ingresos económicos.

La académica detalla que la familia y las universidades pueden colaborar en la lucha contra el suicidio no individualizando ni invisibilizando el fenómeno, sino haciéndolo evidente para poder reflexionar en torno a él: «Poder hablarlo desde la formación y la prevención. Tener al alcance la manera de detectar, de identificar aquellos pensamientos, ideaciones, intentos y conductas suicidas, así como los factores de riesgo y otras problemáticas relacionadas que pueden conjuntarse».

En el ITESO existe el C-Juven, cuya función principal es el acompañamiento a la dimensión psicoafectiva-relacional de la comunidad universitaria por medio de procesos de prevención e intervención, con la intención de acrecentar las capacidades y estilos de afrontamiento, así como para desarrollar conocimiento que incida en el cuidado y el bienestar de las personas.

En el C-Juven se trabaja en el reconocimiento de los factores de riesgo que conllevan a la ideación, el intento y la conducta suicida: entre otros, ansiedad, estrés, depresión, relaciones familiares e interpersonales, así como las problemáticas postpandemia. También se cuenta con un protocolo de intervención en crisis, que atiende, contiene y actúa en conjunto con la Coordinación de Servicios Médicos para que la persona reciba la mejor atención y, en caso de necesitarse, pueda ser derivada a una institución pertinente.

Contar con un centro enfocado en el cuidado de la salud mental y el bienestar de la comunidad universitaria, señala López, ofrece la posibilidad de la prevención y el fortalecimiento en las redes de cuidado, así como diversos tipos de intervención que buscan ayudar a afrontar de mejor manera los problemas de la vida.

Si necesitas apoyo o sabes de alguien que lo necesite, no dudes en dirigirte a C-Juven, que brinda asesoría psicológica y acompañamiento a todas las personas que estudian o trabajan en el ITESO.

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