Gaby Brimmer

Elena Poniatowska

Lo más admirable de Gaby Brimmer era su voluntad absoluta para vencer su enfermedad. Nació el 12 de septiembre de 1947. Hija de Miguel y de Sari Brimmer, pesó tres kilos 100 gramos. Era una niña rubia de delicadas facciones. Sari y Miguel habían tenido un hijo perfectamente sano dos años y medio antes, David. Cuando la llevaron a la casa, David se puso de puntitas junto a la cuna para ver qué regalo le habían traído, qué sorpresa yacía tras el velo de tul. Al apartarlo vio que la niña se hacía arco de la cabeza a la punta de los pies. Entonces Sari descubrió junto a su hijo algo totalmente desconocido para ambos: los espasmos de la parálisis cerebral.

De muy niña, cuando Gaby deseaba ir de un lugar a otro y no había nadie junto a ella, se arrastraba en el piso hasta sacarse ampollas. Luego vino Florencia Morales Sánchez y a partir de los cinco años Gaby vivió parapetada tras Florencia, su nana, quien la protegió de las miradas de los curiosos envolviéndola en su abrazo. Así, envuelta en los fuertes brazos de Florencia, ¿quién podría hacerle más daño a Gaby que su propia enfermedad? Pocas tan terribles, tan minimizantes como la parálisis cerebral. Pocas con mayor poder en contra del espíritu del hombre. El cuerpo es una cárcel, un manojo de nervios, células y tejidos entreverados que no responden. El cerebro ordena, la mano no obedece, y si lo hace es en una forma tan patética y descontrolada que más valdría que no se hubiese movido. Por eso es fácil para un paralítico cerebral pasársela en duermevela, dejarse ir, flotar.

Gaby Brimmer, la gaviota, escogió la lucha. Con el único miembro de su cuerpo que le respondía, el pie izquierdo, siempre descalzo, aprendió a señalar en un tablero colocado a los pies de su silla de rueda las letras del alfabeto y así formar palabras que se convertirían en ideas. Así pudo comunicarse con los demás, y lo más importante y notable, imponerse a los demás. Tan es así que logró hacer su primaria, su secundaria y asistir a la UNAM.

La admirable Florencia la acompañó en todo momento. La cargaba, la sacaba del automóvil, la sentaba en la silla de ruedas y asistía a clases con ella. Hasta aprendió a manejar un automóvil para poder llevar y traerla. Gaby se enojaba cuando alguien decía que era Florencia quien hacía las tareas, la que resolvía los problemas. Florencia no tuvo vida propia por vivir la vida de Gaby. Su entrega fue absoluta. Y cuando Gaby decidió adoptar a una niña, Alma Florencia, la nana se hizo cargo no sólo de Gaby sino de la recién nacida Alma.

Muerta a los 52 años de un paro cardiaco, Gaby conoció días de gloria, primero con un libro autobiográfico, Gaby Brimmer, que publiqué en la editorial Grijalbo, y luego con la versión fílmica de este libro realizada en Hollywood, dirigida por Luis Mandoki, con la sueca Liv Ulmann, la argentina Norma Aleandro ­maravillosa actriz de Historia oficial­ y la estadunidense Rachel Levin, que incluso llegó hasta a parecerse físicamente a Gaby. La película fue filmada en Cuernavaca con la participación de varios miembros, hombres y mujeres, de APAC, la Asociación por Parálisis Cerebral fundada por Carmelina Ortiz Monasterio, quien ha llevado a cabo una tarea titánica y le ha hecho el bien no sólo a los discapacitados sino a sus madres, a las que saca de su desesperación y su marasmo, al crear para ellas talleres de baile, gimnasia, costura, cocina… oficios diversos que han hecho que familias enteras recuperen su alegría de vivir y sobre todo no escondan ni se avergüencen de sus discapacitados.

Con el título de Gaby Brimmer. A true story as toold to Luis Mandoki, el director filmó su historia, pero el título resulta una falacia, porque Mandoki se enteró de la vida de Gaby mediante el libro y la mayor parte de las escenas están tomadas directamente de éste. Era difícil que Gaby se inventara otra biografía. De por sí la historia de su vida es lo suficientemente impactante.

Cuando apareció el libro de México en diciembre de 1979, de la noche a la mañana Gaby conoció un éxito espectacular y a su casa ubicada en la calle de Las Flores acudieron muchísimas personas en busca de su ejemplo y de su fortaleza. Jóvenes y viejos, mujeres y ancianas, madres de familia con niños problemáticos… Una verdadera corte de los milagros se instaló a las puertas de su casa para verla y recibir sus enseñanzas, y sobre todo contagiarse con su inquebrantable tenacidad. Gaby empezó a dar conferencias, asistir a congresos médicos, inaugurar actos en centros culturales, encabezar grupos de discapacitados, apadrinar obras de teatro, planear guiones de posibles películas, crear centros de lectura y talleres literarios. Un club de fans se formó en torno de ella. Hasta viajó a Cuba, invitada por admiradores.

Sin embargo, nada más efímero que la celebridad. Al cabo de los años, Gaby volvió a encontrarse a solas con su extraordinaria nana, Florencia, y su hija, Alma Florencia. Publicó un libro de cartas, también en Grijalbo, y otro de impresiones y poemas que no conoció el éxito del libro anterior. Gaby Brimmer consta de tres largas entrevistas que sostuve con la madre, Sari Brimmer; la nana, Florencia Sánchez Morales, y la propia Gaby, que quiso incluir en el volumen su poesía escrita a lo largo de los años:

«Me gustaría poder decir al final de mi vida,

que estuve agradecida de haber vivido

y luchado por una causa noble

como «la libertad del hombre».

Yo que estoy encadenada a esta silla

yo que estoy presa dentro de un cuerpo

que no responde.

Haber amado al hijo y al amigo

y cantado canciones cuando se va la tarde».

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