Cómo es vivir con depresión crónica desde los 30 años

Todo empieza de la forma más sutil posible. Un día estás triste. Otro cansada. Se te quita el hambre. Empiezas a no dormir por las noches. A arrastrar un letargo que te abstrae de la realidad. Y la cosa va in crescendo hasta que se hace insostenible. La palabra “depresión” entró por primera vez en mi vida cuando tenía unos 20 años. Por aquel entonces la solución fue rápida y sin dolor: una receta con una lista de pastillas con las que pasé de tomar unas vitaminas inofensivas a unas 6 cápsulas diarias entre antidepresivos y relajantes. Con 20 años. Ahora que lo enfoco desde lejos, no sé ni cómo terminé mi carrera.

Aquel estado de sumisión emocional me costó una adicción a los relajantes musculares que me costó aceptar. Duró cerca de 1 año. Después pasaron unos cuántos meses y la historia volvió a repetirse. Vuelta a las pastillas.

depresión crónica

GLASSHOUSE IMAGES

En una ocasión un médico me dijo: “tomar antidepresivos es como tomar paracetamol cuando te duele la cabeza”. Y, muy cogido con pinzas, en aquel momento, en el que me negué al tratamiento por la adicción sin control médico que me causó la primera vez, me sirvió para entender que había una falta de serotonina en mi cerebro y necesitaba incrementarla. Como croquis fácil de primero de depresión.

VIDEO PLAYLIST

Pero no todo es tan sencillo ni todo se soluciona con pastillas. Ir a un psicólogo entonces no estuvo en mis planes. O sí lo estuvo, pero en silencio. Fui a una psicóloga, una sola consulta, porque no conecté con ella. No me sentí cómoda. Y abandoné la misión. Todo iba haciéndose una bola gigante que nadie veía, porque venía conmigo, invisible, o interior, pero venía. Mientras que escuchaba con frecuencia los “qué exagerada eres”, “qué dramática”, “no es para tanto”.

depresión crónica

MALTE MUELLER

Mi salud mental lleva siendo precaria desde la adolescencia, cuando sufrió el revés más duro de mi vida, una pérdida familiar muy importante. Un hecho que marcó el resto de mis años para siempre. Los de adolescente fueron duros. Me faltó un referente y ahora siento que he pasado demasiado tiempo culpándome por, simplemente, haberme dejado llevar cuando no sabía cómo gestionar todo aquello.

Los años pasaron, los primeros tratamientos, los primeros psiquiatras, los primeros “anímate mujer, hay gente peor” o “todo está en tu cabeza”. Estas últimas cosas casi fueron peor que la adicción a los relajantes. Sentir que todo tu entorno volaba alto y te hacían sentir que tus alas no eran lo suficientemente decentes porque, “tu no querías”.

Hubo períodos buenos, muy buenos, malos, muy malos, neutrales. Después llegó el embarazo, mi hija, y sorprendenmente no apareció la depresión post parto que todos me auguraban por mis antecedentes. Es más, su llegada me hizo abrir otra gran puerta: la que me haría entender todo lo que había pasado en mi vida.

depresión crónica

SKAMAN306

Porque con 30 años y un diagnóstico de otra enfermedad, llegó también el de la “depresión crónica”. Y asumirlo no es fácil. Sólo tienes 30 años, ¿por qué yo?

Prácticamente desde entonces he estado medicada (por períodos, dejando meses de descanso y entendiendo cómo funciona y, ahora sí, sin adicciones ni soluciones rápidas como antaño). Con esto llegó una nueva psicóloga a mi vida que me ayudó a recorrer cada paso que había dado años atrás. Entendiendo que ningún ser humano nace para sufrir y que todo lo que pasó en mi vida tenía un motivo, que me creé un escudo para protegerme. Pura superviviencia. Así que en cierto modo, me agradezco haber hecho ese duro trabajo conmigo misma. Siento que he curado y cerrado muchas heridas y lo mejor, siento que por fin entiendo mi dolor, que aún persiste, pero convivo con él.

Tener depresión crónica es saber que tienes que ser previsora. Y cuando me encuentro bien, disfruto al máximo de cada estímulo, de cada momento, de cada persona, de cada olor, de cada cosa que me rodea. Porque sé que habrá días en los que no vea nada de eso. Y los asumiré, aunque sé que lloraré.

Claro, escribo todo esto bajo mi tratamiento que, tras pasar el COVID, tuve que retomar después de unos meses de descanso. Cuando comencé a notar que mi cuerda comenzaba a tensarse y comenzaba a romperse de nuevo, un buen diálogo con mi doctora, a la que agradezco enormemente su empatía, hizo que determinásemos que sería un buen momento para apoyarme un poquito en la química. Y ahora lo siento como una ayuda, pero no como un todo. Hay mucho trabajo personal detrás: desde saber cuándo tengo que llamar a mi psicóloga para una cita urgente, a saber cuándo tengo que tomar aire o entender que no todo el mundo sabe lo que es la empatía. Y que el “relájate, que hay gente peor”, siguen estando ahí, pero no dejando que me atraviesen, como lo hacía antes.

depresión crónica

CAVAN IMAGES

Vivir con depresión crónica lo comparo a algo así como vivir con una mochila que pesa, más o menos, en función de cómo te la pongas. Y como todo, terminas acostumbrándote. Como las flores que nacen en el Himalaya y son las más bonitas de la montaña, resistiendo a los climas extremos. Esas somos nosotros, los pacientes resilientes. Las flores del Himalaya. Y somos muchas.

Original.

(Visited 1 times, 2 visits today)