El machismo y el suicidio: alentemos a los niños a llorar

Niño llorando

El Ministerio de Salud Pública divulgó datos según los cuales en 2019 más de 700 uruguayos se suicidaron, una cifra que supera a la de la crisis de 2002 y que duplica la media mundial. Los hombres se quitan la vida más que las mujeres en una relación de siete a tres. Este último dato no es privativo de Uruguay, sino que sigue una tendencia mundial.

Los hombres tienen una participación abrumadora en actos de violencia contra otras personas, pero también la tienen a la hora de descargar la violencia contra sí mismos.

En momentos de reivindicaciones de los derechos de las mujeres, un debate que pone el énfasis en la mujer en su papel de víctima, la situación de los hombres no solo queda en un segundo plano, sino que está casi invisibilizada por el discurso políticamente correcto, que no se anima a enfocar al hombre como víctima porque eso provocará seguramente una andanada de descalificaciones, de malas interpretaciones, atribuyéndole a esa mirada la intención de minimizar la situación de las mujeres.

En una sociedad donde las mujeres se ven afectadas por históricos mecanismos  de poder que las relegan en diversos aspectos, lo relativo a la delincuencia pero sobre todo a la violencia, dejan a los hombres mucho más desprotegidos que las mujeres en el terreno del derecho penal y el civil.

En una declaración que unifica la situación de estos dos derechos, la socióloga, abogada y criminóloga Marta Valfré le dijo al diario El Observador: “Hay un caudal de denuncias falsas que cercenan vínculos. Si sos mujer le decís al abogado: ‘Me quiero separar de mi marido pero no se quiere ir de casa’. El abogado le sugiere hacer una denuncia de violencia doméstica psicológica y automáticamente al tipo lo sacan de la casa. Y si yo no quiero, vos no ves a tus hijos. Cualquier mujer puede denunciar a cualquier hombre casi por cualquier cosa”.

Pero no abundemos en estas situaciones de violencia doméstica que por un grupo minúsculo de hombres todos son puestos en el banquillo en esto de abusar de su superioridad física.

Miremos el fenómeno desde otro ángulo. Si los ubicamos solo en el papel de victimarios, rompe los ojos el dato de que el 95% de los homicidios son cometidos por hombres. Pero no se suele analizar su papel como víctimas, donde el 80% de los asesinados son del sexo masculino.

Los hombres deberían ser los más interesados en combatir la violencia delictiva masculina.

La esperanza de vida de los hombres en la región de las Américas es seis años inferior a la de las mujeres y, según la Organización Panamericana de la Salud, esto se debe a que las expectativas sociales contribuyen a ubicarlos en comportamientos arriesgados.

Porque ese liderazgo en la violencia no solo lo ejercen en la violencia de tipo delictivo, sino en la violencia a secas. Siempre es importante recordar que una cosa es el delito y otra la violencia. Hay delitos que no son violentos y actos de violencia que no son delito.

Los hombres son formados especialmente en el ejercicio de la “violencia legal”. Por eso son mayoría a la hora de ir a la guerra. Lastimosamente se está reclamando la igualdad también para enviar mujeres a matar seres humanos.

La violencia ejercida por hombres contra otras personas, entonces, tiene a los hombres como principales víctimas. Y las personas que ejercen violencia contra ellas mismas, el suicidio, tiene a los hombres como principales protagonistas en una escala de siete a tres respecto de las mujeres.

Después del suicidio, la principal causa de muerte violenta son los accidentes de tránsito, donde no tiene ninguna incidencia la fuerza física ni, supuestamente, la cultura machista que afecta derechos de las mujeres. Sin embargo, allí también los hombres se matan en relación con las mujeres en un porcentaje similar al suicidio: siete hombres muertos en accidente por cada tres mujeres. ¿Casualidad?

La violencia contra uno mismo, como el suicidio, está alentada básicamente por la depresión, le dijo a BBC la psiquiatra Möller-Leimkühler. Pero qué es lo que ocurre: en los hombres la depresión está subdiagnosticada. ¿Por qué? Porque el macho no necesita ayuda, le cuesta pedirla. No fue educado para tal debilidad.

A su vez, John Murphy, que lidera una organización contra el suicidio masculino en Escocia, dijo que “la ideología del suicidio” incluye “tendencias biológicas, la predisposición, los traumas previos y los desencadenantes, eventos que ocurren durante la edad adulta como la pérdida del trabajo, la ruptura de la relación sentimental o los problemas financieros”.

La pérdida de trabajo y los problemas financieros impactan más severamente en la psiquis masculina, porque la cultura machista deposita sobre las espaldas del hombre la responsabilidad de conseguir el sustento para el hogar.

“Ser el que trae el pan a casa sigue siendo esencial para la identidad masculina y para la autoestima de los hombres. Por lo tanto, no es de extrañar que en tiempos de crisis económica los suicidios masculinos estén relacionados con el desempleo”, afirma Möller-Leimkühler.

Añade la psiquiatra: “Las normas (culturales) dictan que los hombres siempre tienen que ser fuertes, racionales, dominantes, autónomos, independientes, activos, competitivos, poderosos, invulnerables, positivos. Sentirse fuera de control puede resultar en suicidio, considerando este como una manera de recuperar el control”.

La cultura machista, esa que supuestamente beneficia a los hombres siempre y en todo, condena la ternura. El otro día miraba a dos chicas, una sentada en el piso, apoyada la espalda contra la pared y las piernas estiradas. Otra muchacha tenía la cabeza apoyada en el regazo de la primera, quien la peinaba, reconcentrada en el pelo de su amiga, que acariciaba cada tanto. Amigas.

¿Imaginan esa misma escena protagonizada por dos muchachos? ¿Cuál sería el comentario o el pensamiento del ciudadano medio, si es que esa condición existe?

El grupo The Cure tiene una famosísima canción llamada Los niños no lloran: “Haría cualquier cosa para que vuelvas conmigo. Pero sigo riéndome. Escondiendo las lágrimas en mis ojos. Porque los niños no lloran. Los niños no lloran. Los niños no lloran”.

Si educamos a los hombres en la ternura, en la fragilidad, si no los condenamos a todos como potenciales asesinos por el accionar de una ínfima minoría, quizás tengamos en el futuro niños que no duden en llorar, hombres que no duden en pedir ayuda, una sociedad más armónica de la que no haya que escapar a 200 kilómetros por hora, muriendo y matando en el intento, o donde la única salida no sea colgarse o volarse la cabeza de un tiro.

 

 

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