Las personas con discapacidad intelectual no son más inocentes, que las personas que no tienen discapacidad

Ángeles (Esmeralda Valderrama, 2011) es la ejemplificación, en clave de humor, de aquel estereotipo que parece muy difícil de erradicar en el cuál las personas con alguna clase de discapacidad intelectual, en el caso del corto síndrome Down, son considerados seres asexuales y castos como los ángeles e inocentes y buenos como los niños. En el corto  “Ángeles-down”  se preparan para volar y al final se estrellan contra una plataforma y uno de los dos seres alados exclama: “va a ser que no somos ángeles”…
Las personas con discapacidad intelectual no son más inocentes, ni más buenas, ni más castas, ni más puras que las personas que no tienen discapacidad. Tampoco son lo contrario. En el sentido de tener deseo sexual, desear querer y ser querido,  estas  personas  no  presentan  ninguna  diferencia  con  el  resto  de  la población, quizás no compartimos los mismos esquemas mentales, pero nuestras necesidades afectivas son las mismas. Querer diferenciarlas en éste ámbito es un acto  de  discriminación que  genera  multitud  de  casos  de  dolorosas  injusticias: parejas que son separadas, intimidad y emancipación negadas, inclinaciones sexuales prohibidas y necesidades afectivas no satisfechas.   En esta dirección todavía es largo el camino que le queda a la sociedad por recorrer. Es notorio que en este ámbito coincide poco lo que se dice y lo que se hace ya que en la práctica, a pesar de muchos discursos “normalizadores” de educadores, monitores, tutores y profesionales vinculados, no ha llegado todavía la emancipación sexual de estos colectivos.

 

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