País Vasco: Recreos para amigos solidarios


 

No son como nosotros del todo, pero no son muy diferentes». Es lo que ha sacado en claro Íñigo Ostolaza de su relación con compañeros autistas del colegio La Salle de Zarautz. Ha dedicado mucho tiempo libre a conocerlos y a aprender a comunicarse con ellos como participante en una experiencia de integración que se desarrolla en este centro desde hace más de cinco años. Joseba Aizpuru, Lucía Caballero, Irati Indo son algunos nombres de los numerosos voluntarios que han intervenido en la iniciativa. Todos están satisfechos de haberlo hecho y animan a otros niños a probar si tienen la oportunidad.

En los colegios guipuzcoanos, los estudiantes con discapacidades acuden a las mismas clases que el resto y el centro debe prestarles el apoyo necesario para que puedan adquirir los conocimientos correspondientes con las mismas oportunidades. Eso puede suponer desde adaptaciones del medio físico o del material escolar hasta la presencia de un auxiliar que les asista. Pero algunos necesitan una enseñanza más específica y la reciben en grupos de educación especial que se ubican en los mismos edificios, las aulas estables.

Estos niños comparten con los demás los recreos y espacios comunes como los patios y el comedor, pero «para conseguir su máxima participación, realizamos otras actividades», refiere María José González Is, responsable del Servicio Educativo de Gautena (Asociación Guipuzcoana de Autismo), de quien dependen estas células escolares. «En ocasiones, nuestros niños acuden al aula ordinaria acompañados por un profesor y se suman a la actividad que se está llevando a cabo. En lo que denominamos integración inversa, los alumnos ordinarios son los que se amoldan», explica.

Para los que toman parte en esta última modalidad, supone una auténtica inmersión en el mundo del autismo. En el colegio La Salle de Zarautz, uno de los que con más éxito está desarrollando esta experiencia, tiene lugar a la hora del recreo una vez a la semana. Los participantes se reúnen con sus tres compañeros con discapacidad y comparten sus juegos adaptados al ritmo que estos pueden seguir. Para comunicarse con ellos deben aprender el lenguaje de gestos, a interpretar pictogramas o cualquier recurso de los que utilizan para expresarse.

Inhar, Nerea e Irene esperan con agrado estas visitas. Sus profesoras, Itziar Erzibengoa y Eukene Iturriza, se lo anticipan al comienzo de la mañana para que vayan pensando lo que quieren hacer. Son ellos quienes van a marcar la pauta. A medida que se acerca la hora, Inhar Buenetxea comienza a preguntar si van a venir sus amigos. Está impaciente. La idea es que dos voluntarios se dediquen a cada niño con autismo. Pero este año hay excedente: todos los niños de 1º de ESO se han ofrecido y tienen que turnarse. A Inhar le gusta jugar a pelota o al baloncesto; a Nerea, pasear por el patio y a Irene, simplemente charlar. A veces se entretienen con juegos de mesa adaptados que son demasiado sencillos para los voluntarios, pero que les exigen un esfuerzo de paciencia y empatía. En cambio, para sus compañeros significan una inversión extra de atención.

«No son muy diferentes»
El beneficio para los alumnos de Gautena es evidente: ampliar el estrecho círculo social en el que suelen desenvolverse, sentirse atendidos por otros chicos de su edad y que forman parte de la comunidad escolar es muy importante para ellos. Pero ¿qué aportan estos encuentros a los demás?

Íñigo Ostolaza y Joseba Aizpuru son dos de los más veteranos. Tienen 13 y 14 años respectivamente y llama la atención su actitud comprensiva hacia sus amigos con dificultades. «Antes creíamos que no se podían comunicar» -recuerda Íñigo- «pero ahora, cuando venimos aquí, ya sabemos que tienen diferentes métodos para hacerlo. Inhar tiene su agenda (de pictogramas), Nerea usa imágenes e Irene también puede hacerse entender». Después de todo un curso colaborando ha podido concluir que «no son como nosotros del todo, pero no son muy diferentes. Inhar juega a pelota, nosotros jugamos a pelota. A baloncesto.».

Joseba ha aprendido que «también se puede pasar bien con ellos, se puede estar con ellos», y quiere decir a quienes nunca han tenido trato con niños con autismo «que no les tengan miedo». Al igual que Íñigo, anima a otros estudiantes a participar en experiencias de este tipo. «Merece la pena hacerlo. Aunque al principio te cueste, luego les vas conociendo y, al final, sientes que has hecho que ellos lo pasen bien y te quedas a gusto», expone Íñigo.

Lo mismo les ocurre a Xavier, Ibon, Jennifer, Aizpea, Lucía e Irati, que también se divierten. Se han incorporado a la iniciativa este curso, pero ya se han dado cuenta de que Inhar, Nerea e Irene «son como los demás», «son alegres» o de que «no es tan difícil comunicarse con ellos».

Para Itziar Erzibengoa, responsable del aula estable, «los chicos que pasan por aquí tienen algo de especial». Aunque la experiencia se desarrolla durante un curso, les permite «conocer a estos niños, descubrir que no son tan diferentes como creían, sus nombres, lo que les gusta y lo que no, saludarles por la calle y aprender a tratar con ellos». La profesora se muestra convencida de que «aunque en la adolescencia puedan atravesar una etapa de cierto distanciamiento, el contacto que han tenido en el colegio mejorará las relaciones que puedan tener con personas con discapacidad intelectual en el futuro».

(Visited 4 times, 1 visits today)

Etiquetas