Entendiendo la muerte. Capítulo II


En la columna anterior se planteó la importancia de preparar a los niños para comprender y elaborar la muerte.  Vivir el duelo, y la pérdida que significa la partida de alguien con quien se tenía vínculos muy significativos es aprender a encontrar un espacio al dolor y no dejar que invada constantemente el sentir.  A los niños, antes de los seis años, les es casi imposible entender que se trata de un proceso irreversible y pueden resistirse a aceptar que no verán nunca más a quien tanto querían.  Hay que ayudarlos a entender que es completamente normal sentir pena, otras veces sentir mucha rabia, en otras culpa, sin saber muy bien por qué.  Es indispensable que el niño comprenda que es necesario buscar consuelo y expresar lo que siente y que quienes están a su cuidado pueden darle seguridad, protección y apoyo.

Es necesario hablar de la muerte con claridad y evitar eufemismos, como decirles que la persona que ha muerto ha partido en un largo viaje o se ha quedado dormido.  Estas explicaciones, más que ayudar a los niños a aceptar la realidad, tenderá a confundirlos, como le sucedió a Cristina, que a sus cinco años y medio desarrolló un cuadro de insomnio de conciliación, porque tenía temor de que si se dormía, podría no despertarse más, como le había sucedido a su abuela quien, según los adultos le habían contado, se había dormido para siempre.

Otro niños, de una edad similar, desarrolló una actitud fóbica hacia los viajes propios y ajenos, por miedo a que alguien desapareciera para siempre.  En su imaginación, los viajes se asociaban con una pérdida definitiva.

Hablar de la muerte no es fácil para nadie, y a veces algunos libros sobre el tema pueden resultar de gran ayuda, tanto para que el niño los lea o, cuando son más pequeños, para que los padres tomen algunas ideas para encontrar el lenguaje apropiado para conectarse emocionalmente.

Un texto especialmente recomendable es “Un momento difícil”, de María Elena López y Gloria Isaza de Edicones B, que es una invitación a la reflexión sobre la vida y la muerte.



Las palabras, el ser escuchado y comprendido, proporcionan un alivio para la pena, pero sin duda, el mayor consuelo para cualquier niño es un abrazo grande, apretado y cariñoso de sus padres.

Una vez que la persona ha fallecido, ayuda hacerlos participar en los rituales de despedida que la familia haya preparado.  A las personas con creencias religiosas les alivia muchísimo.  Si la familia no tiene filiación religiosa, organizar una conversación a modo de despedida, cantar las canciones preferidas de la persona y conversar de sus virtudes, de sus aportes, de su personalidad y relatar algunas anécdotas puede ser muy consolador para los niños y quedará grabado en su memoria emocional.


Psicóloga Neva Milicic

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