Emociones: La importancia de atenderlas


¿Es posible que mi hijo, que tiene síndrome de Down, presente, además, problemas psicológicos, emocionales? A nosotros siempre nos dijeron que estos niños suelen ser alegres, dóciles, sociables…

Me plantearon esta pregunta, en consulta, unos padres que trajeron a su hijo de nueve años, a solicitud de la escuela, porque mostraba graves problemas para relacionarse y actitudes de rechazo ante el aprendizaje.

Parecía sorprenderles mucho que el colegio sugiriera que los factores emocionales estaban incidiendo en el desempeño escolar y social de su hijo. Hasta ese momento, los padres habían aprendido – porque así se les enseñó -, a mirar a su hijo sólo desde la perspectiva de un padecimiento genético, con determinadas características físicas, cognitivas y conductuales. Descubrir que su hijo, con síndrome de Down, podía presentar, como cualquier otro niño, una problemática psicoafectiva y no sólo eso, sino que además ésta influyera en sus relaciones con los otros y en su aprendizaje, resultaba difícil de entender…

Cuando nos encontramos niños con un daño orgánico en donde el rendimiento cognitivo pareciera comprometido, el déficit intelectual ocupa el lugar central en la mirada de sus médicos y educadores quienes llegan a creer que sólo hay que intervenir sobre ese déficit. En mi opinión ésto no es lo único a considerar ni a atender, ni siquiera lo que para nosotros los psicoterapeutas debe abordarse en primera instancia. Luego de casi dos décadas de experiencia podemos afirmar que la organización deficitaria existe como un trastorno global de la personalidad, no sólo intelectual, sino también afectivo y relacional.

En el campo de la discapacidad intelectual (DI) luchamos permanentemente con los prejuicios más arraigados, más atávicos, siempre estableciendo una franca batalla contra el clásico esquema que concibe la discapacidad desde la fijeza de lo inamovible, de lo que parece no tener arreglo, evitando a toda costa que quede reducida a una cifra de cociente intelectual (CI). Sabemos de la existencia de un daño orgánico, pero no sabemos qué tan graves serán sus consecuencias.

El enfoque actual de la DI deriva de un cambio de expectativas en relación con la discapacidad. Ésto genera nuevas metas, como son creatividad y autonomía, y el propósito de evitar la acción de factores que agraven la discapacidad e impidan que el potencial del niño se exprese y manifieste.
Hemos visto la importancia de tener en cuenta los factores afectivos, también conocidos como emocionales; ellos representan -en situación óptima- un motor de progreso y, cuando hay perturbaciones, implican el mayor freno. Es necesario hacer de la persona con DI un ser equilibrado emocionalmente, capaz de luchar con su discapacidad y aprender a compensarla. Si estos niños y jóvenes manifiestan las mismas necesidades que presenta cualquier otro niño, lo que requieren entonces son nuevas formas de ayuda, nuevas estrategias de abordaje e intervención.

A los profesionales constantemente nos preguntan, ¿tiene un daño orgánico o psicológico? No se trata de una «o», más bien se trata de una «y». El primer prejuicio a vencer es ese que establece una separación entre el cuerpo y la psique, ya que ambos son inseparables. Lo importante es saber cómo se entrelazan en la forma que construye su subjetivación: su ser persona.

Sostener una concepción así de la discapacidad es darle un estatuto integral. No se trata de negar la irreversibilidad orgánica, sino de ofrecer una visión más amplia. Una que sustenta la presencia de deseos, fantasías, afectos y un nivel de capacidad creadora en la persona con discapacidad, como algo que se da, normalmente, en el desarrollo infantil pero que puede, igualmente, presentar problemas.

Crecer sanos

Entre las aportaciones más importantes que ha hecho el psicoanálisis infantil a este campo, está la detección y el tratamiento de los factores que, desde un punto de vista psicoafectivo, participan para «retrasarlos» aún más.

Esta lectura y el abordaje psicoterapéutico, nos remiten al reconocimiento de lo propiamente humano de la persona que presenta un problema intelectual y no exclusivamente al cuadro clínico que lo produce.
¿Cuáles son los casos en que un niño o un joven con necesidades especiales -con o sin discapacidad- debe ser referido para un tratamiento psicoterapéutico?


Los niños llegan al consultorio solamente si alguien cercano a él, un familiar o un educador, se percata de sus limitaciones, de su sufrimiento y se preocupa por él.

Los motivos por los que más frecuentemente se consulta son: inhibición intelectual, timidez, depresión, inadecuado control de esfínteres, agresividad, dificultades sociales, rechazo escolar y conductas atípicas.

Otro factor que no debe tomarnos por sorpresa es la llegada de la adolescencia y todos los cambios que ella implica: rebeldía, oposicionismo, búsqueda de independencia, despertar de la sexualidad…Si no se les da lugar a estos comportamientos, como parte de un proceso de crecimiento, y, por el contrario, se censuran e intentan frenar con medidas que pueden ser represivas, aunadas a un trato que busca hacer de ellos «eternos niños» y atenta contra el logro de su independencia y autoestima, ello puede traer como consecuencia la aparición de conductas – agresividad, aislamiento, fobias, regresiones, descuido y desinterés por su persona y su entorno – que indican la gran dificultad del muchacho para enfrentar su adolescencia.

Afortunadamente, cada vez son más los profesionales de la salud física y mental, así como los educadores que tienen una visión más global de la discapacidad intelectual y que toman en cuenta los aspectos emocionales.
Un tratamiento psicoterapéutico de orientación psicoanalítica para un niño que presenta un funcionamiento retardatario?…pero, ¿acaso no se dice que para recibir este tipo de tratamiento se necesita tener íntegras las funciones cognitivas?, preguntó desconfiada una colega.

Si se piensa que lo único propio, lo que distingue a la discapacidad intelectual es la «falta de inteligencia», esta visión está implicando una connotación apabullante en tanto que deja entrever que se trata de algo imposible de arreglar y sin futuro. Parafraseando a la Dra. Maud Manoni: es necesario evitar ver y atender solamente el síntoma, porque en ese momento estaremos olvidando al niño.
La psicoterapia con esta orientación es aplicable a la discapacidad intelectual, con excepción de aquellos casos más severos en los que encontramos la carencia de los instrumentos neurológicos mínimos. Por supuesto, estudiando la indicación en cada situación particular.

Hoy sabemos, también, que no solamente las funciones físicas mejoran gracias a las diferentes terapéuticas médicas, también las mentales. Cada día se echan por tierra aquellas ideas y concepciones que sostenían que la inteligencia es inamovible. Por el contrario, se ha podido encontrar que atendiendo los factores psicoafectivos y las problemáticas psicopatológicas que en algunos casos se presentan, se logra desbloquear capacidades intelectuales, sociales y afectivas. Se optimizan los niveles de funcionamiento general de la persona, se favorece un mayor desempeño de las habilidades y se compensan las discapacidades. De esta manera se logra evitar, de muchos casos, la fijación del déficit.

Debemos tener apertura para hacer cambios en el enfoque diagnóstico y terapéutico de la discapacidad intelectual, capaces de producir modificaciones insospechadas en la evolución y pronóstico de las personas con DI.

La detección temprana de las tan comunes alteraciones en el desarrollo de estos niños y la intervención específica para intentar revertirlas funcionan como una acción preventiva de muchos cuadros que, de no ser atendidos, corren el riesgo de hacerse crónicos, interfiriendo en forma notoria con su proceso global de desarrollo. Identificar los momentos críticos y atenderlos, garantizará una mejor evolución, más armónica y creativa.

Un enfoque así requiere del abordaje a nivel familiar. Reconocer y atender los diferentes sentimientos que se tienen hacia el hijo, las ilusiones-desilusiones sobre las expectativas de los padres en torno a su hijo, así como las referentes a los tratamientos a los que se recurre. Ofrecer un espacio a la pareja para escuchar y escucharse sus miedos e incertidumbres en relación a su hijo y a su futuro, hablar sobre su constante lucha respecto al hijo que es y el que o fue, sobre sus sentimientos de incapacidad para atender las necesidades de un niño o joven con discapacidad intelectual, para, de esta manera, hacerlo uno más de los suyos y no uno más de los que tienen discapacidad intelectual.

Para terminar.

Ya no se trata de concebir a la persona con necesidades especiales como alguien a quien cuidar o entrenar, buscando hacer de él o ella un ente adaptable, ofreciéndole una mirada discapacitante que no le supone un porvenir. Debemos cambiar esa visión aplastante para mirarla como alguien que se encuentra inmersa en un discurso social que lo interpela y pide su participación; que debe ser pensada y atendida como un ser que sufre sus limitaciones y su inadecuación a las exigencias sociales, pero que requiere ser tomado en cuenta con y desde sus diferencias, limitaciones y posibilidades.

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