El sentimiento de una niña adolescente frente a la sordera

Mamá me despierta con un beso. Me taladra con lo mismo de cada mañana: Marina, ya eres mayorcita para levantarte sola, bla bla bla. Pero no puedo, es superior a mí, lo reconozco. Remoloneo cinco minutos más y me levanto.

Lucía ha amanecido en plan hermana pesada. No para de hablarme. Ni la miro, pero ella sigue con su monólogo, como si yo pudiera seguirla. No se ha dado cuenta aún que hoy no estoy para juegos. Me molesta que no se percate.

Mamá sí sabe que estoy nerviosa y asustada. Me trata diferente, quiere ayudar pero sobreactúa. Sé que lo hace con buena intención, pero cuando me habla así, con tantos aspavientos, me hace sentir como si fuera tonta. Nunca se lo he dicho, supongo que si lo hiciera le sentaría mal.

Me preparo el desayuno. Estoy de mala leche. Acaba de empezar el día y ya me lo noto. Hoy tengo el examen de lengua y aún no sé cómo me voy a apañar así. Espero que no haya dictado, porque en ese caso estaría perdida. Ya se me está haciendo largo el día. Motivos tengo para pensarlo.

Hacía mucho tiempo que no me sentía así, llevaba una racha muy buena. Casi se me había olvidado esta sensación de vacío. Tanto silencio me pone nerviosa. Una sólo valora lo que tiene cuando lo pierde. Y hoy lo he perdido.

Papá ya se ha ido y me ha dejado una notita en la mesa. Va a llamar a Alejandra a primera hora a ver si pudiera tenerlo arreglado para mediodía. Dice que si lo arreglan durante el día me lo acercará al cole, y que esté atenta al móvil por si tiene que avisarme. Es la primera buena noticia del día. He comprobado que el examen de lengua es por la tarde, así que ojalá haya suerte y llegue a tiempo para el examen.

Estoy un poco más animada, aunque sé que el día en clase será muy difícil. Ayer le dije a Tatiana que hoy necesitaría su ayuda. Sólo se lo he pedido a ella, al resto me da palo. Es mi mejor amiga, y se supone que las amigas están para eso, para ayudarse, ¿no?

Tatiana ha llegado tarde al cole. Ya le vale. Desde que he entrado al patio hasta que ella ha llegado he estado sentada en el banco leyendo un libro. No me apetecía acercarme al grupo. No así, y menos sin ella. Luego hemos subido a clase y allí he estado capeando el temporal como he podido. He tenido que usar todas mis artes para intentar que fuera lo más parecido a un día normal. Lo he conseguido, más o menos, pero ha sido agotador.

Acaban las clases de la mañana. Miro el móvil y no hay noticias. Me impaciento. Me acerco a Tatiana para bajar juntas al patio. Con una mirada me pide perdón por haber llegado tarde a primera hora, y yo le sonrío como aprobación. Sabe que ahora viene lo más difícil para mí. Estoy nerviosa, pero

con Tatiana seguro que será más fácil y me ayudará. Vamos al banquito de siempre junto al resto de las chicas. Miro atentamente a Tatiana, que se ha colocado frente a mí. Ella ya sabe qué tiene que hacer para ayudarme. Comentan algo del examen de lengua y del novio de Marta, aunque no estoy segura del todo. Tatiana me guiña el ojo, nuestro plan ha funcionado.

Al subir de nuevo a clase saco el móvil de la mochila. Papá viene en media hora, parece que ha habido suerte. Cuando lo veo entrar por la puerta lleva una sonrisa de oreja a oreja. A mí se me escapa también una sonrisilla, entre alegre y nerviosa. Me da un beso. Un beso de alivio, un beso de esos que dan los padres cuando saben que su hijo ha superado un problema. Ya lo han arreglado, me dice.

Abro nerviosa la cajita y saco con delicadeza el audífono. Vuelvo a oír. ¡Qué maravilla! Me despido de papá. Tengo prisa por volver al patio y estar con mis amigas.

Tatiana me ve desde lejos y por mi cara exultante sabe que ya puedo oír. Cuando llego al grupo le doy un beso. El resto del grupo nos mira extrañado sin entendernos, pero ella y yo sabemos que ha sido difícil para mí. Ya no tengo miedo al dictado del examen de lengua. El día promete. ¿Qué decíais del novio de Marta?».

Autor: Iván Montoya

 

Original. 

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