El reto de enfrentar la juventud de nuestros hijos


La juventud no es una enfermedad que se quita con el tiempo, es un momento de plenitud en el que se construye la identidad y se empiezan a concretar los proyectos personales de vida. Sin embargo, a los padres, la juventud de nuestros hijos nos confronta y nos llena, a un tiempo, de alegría y temores.
Para algunos, la alegría inmensa está en verlos llenos de recursos y facultades; el temor y la incertidumbre en cómo y en qué emplearán esos recursos.

Para otros, para quienes tenemos hijos con discapacidad, la etapa de la juventud nos dice, sin vuelta de hoja, que la discapacidad es permanente y que lo que se podía avanzar es lo que hemos avanzado, que nuestro hijo seguirá teniendo logros pero que éstos ya no serán nuestros ni se deberán a nuestra machacona insistencia. Sus triunfos y sus fracasos, de ahora en adelante, serán sólo suyos.
La juventud pinta su raya, hace distancia con los padres, los pone en su lugar. Está bien, eso hicimos cuando fue nuestro turno. Ahora nos toca ver y gozar de lejos.

El trazado de esa raya puede ser sutil o brusco, puede ser un proceso al que todos le demos la bienvenida o una súbita ruptura, pero si el joven debe construir su independencia, esa separación debe darse.

¿Qué pasa cuando, debido a la severidad de su discapa-cidad o a las múltiples limitaciones que implica, esta separación no puede darse? Entonces lo que lamentamos los padres no es el «nido vacío» sino cómo se extiende y alarga la etapa de crianza hasta más allá de nuestras fuerzas.

En los dos casos enfrentar la juventud de nuestros hijos es un reto que exige de nosotros un esfuerzo consciente por rejuvenecer, por mantenernos activos, fuertes, viendo los cambios como oportunidades y no sólo como amenazas y riesgos. La fuente de la eterna juventud está en mantener con nuestros hijos jóvenes una comunicación fresca y abierta que nos contagie su entusiasmo.

Autora: Alicia Molina, editora
Fuente: Revista Ararú (México)

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