Cambios de conducta que delatan y alertan sobre un posible intento de suicidio

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La frase con la que se ha iniciado este artículo, es obra del reconocido escritor italiano Cesare Pavese, del siglo pasado, cuya causa de muerte fue, precisamente, el suicidio, método que también utilizó, recientemente, la adolescente de 16 años del colegio de élite, Nido de Águilas, a raíz de haber sido objeto de bullying por parte de sus compañeros y compañeras de curso, una práctica que, lamentablemente, se ha convertido en una verdadera plaga y lacra de nuestra sociedad, y representa una de las causas que puede conducir a una persona al suicidio. (En el año 2017 se presentaron más de dos mil denuncias por maltratos físicos y psicológicos en los colegios).

A lo anterior se suma otro hecho importante: de acuerdo con datos suministrados por la Organización Mundial de la Salud (OMS), la muerte por suicidio es la segunda causa de muerte en el grupo etario que va de los 15 a los 29 años.

Ahora bien, el suicidio de cualquier persona –niño, adolescente o adulto– representa una gran pérdida para la sociedad, así como un daño irreparable para la familia de aquella persona que opta por esta fórmula de “escape” a una vida que el suicida mira –y evalúa– como dolorosa, deprimente, tortuosa, angustiante y como un calvario.

Chile –junto a Corea del Sur–, tiene el dudoso “honor” de ostentar la segunda tasa más alta de suicidios de niños y adolescentes entre los 37 países pertenecientes a la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico), y las proyecciones relacionadas con el suicidio juvenil en Chile son muy poco auspiciosas, por cuanto, según datos suministrados por el Ministerio de Salud, las muertes auto provocadas van a alcanzar en el año 2020 alrededor de 12 casos de suicidio –en promedio– por cada 100.000 habitantes, cifra que resulta, simplemente, abrumadora y dramática, ya que estamos hablando de niños, adolescentes y jóvenes adultos que recién comienzan a vivir.

El dato más preocupante lo entrega un estudio de la Facultad de Medicina de la Pontifica Universidad Católica de Chile publicado en el año 2015, titulado “Aumento sostenido del suicidio en Chile: un tema pendiente”, donde se destaca, que dos regiones del país –Los Lagos y Aysén– presentan la tasa más alta de suicidio en el rango de los 15-19 años de edad, en tanto que la tasa más baja en ese rango de edad la tienen las regiones del norte de Chile: Arica y Parinacota, Tarapacá, Antofagasta y Atacama.

Es así, por ejemplo, que ser rechazado por los compañeros de curso, estar bajo la presión de tener buenas notas en su desempeño académico, esperar que los padres no se enojen si el hijo fracasa en el colegio, ser popular y exitoso socialmente, presión por “ser alguien en la vida”, vivir la separación traumática o el divorcio de los padres, sentirse solo y abandonado, sufrir violencia intrafamiliar, experimentar la pérdida de un ser querido, soportar la influencia de los pares en la decisión de si tomar alcohol o no, de si ingerir drogas o no, de si mantener relaciones sexuales precoces o no, ser objeto de bullying y ciberbullying por parte de sus compañeros, etc., son algunos de los distintos tipos de presión constante que experimentan los menores, y representan los múltiples factores y variables que deben ser observadas con atención por parte, tanto de los padres y guardadores de los niños, como así también por parte de los profesores de los menores, ya que el conjunto de las variables antes señaladas, los exponen a tener ideas y pensamientos suicidas, que, demasiado a menudo, terminan con la muerte de la persona.

Todo evento que un sujeto siente –o interpreta– como traumática, puede causar fuertes cambios en su estado de ánimo, al mismo tiempo que generar inestabilidad emocional y depresión, con el consiguiente riesgo, de que la persona se quite la vida. Ahora bien, no obstante que el sufrimiento que experimenta una persona con ideación suicida es personal y privado, y que además, sólo puede ser expresado con dificultad por parte de la persona, existe una variedad de señales que pueden alertar a los demás, acerca de las intenciones del posible suicida.

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Entre las señales y cambios de conducta más significativos que deben alertar a los responsables del bienestar integral del sujeto afectado, se pueden señalar los siguientes:

  1. Manifestar y contar a otras personas que la vida ya no tiene sentido y que no vale la pena vivir.
  2. Hablar o escribir con frecuencia acerca de la muerte: escribir poesías o en el diario de vida frases alusivas a la muerte.
  3. Autolastimarse (Cutting) a través de hacerse cortes en partes del cuerpo fácil de esconder, con el objetivo de dejar de sentir el dolor emocional que hay dentro de la persona. (Estos tres primeros puntos pueden entenderse –en el contexto de la psicología y psiquiatría–, como “un grito de auxilio”).
  4. Presentar un marcado estado de desánimo, abatimiento o señales de depresión (sentirse solo y abandonado).
  5. Experimentar graves alteraciones del sueño y del apetito.
  6. Presentar dificultades de la memoria, concentración y atención.
  7. Mostrar pérdida de interés por actividades que antes le producían placer al sujeto.
  8. Perder repentinamente la capacidad de disfrutar la vida.
  9. Negarse rotundamente a asistir al colegio (en el caso de los niños y adolescentes).
  10. Expresar ideaciones suicidas y de muertees decir, analizar con sus pares qué tipo de método utilizar para llevar a cabo el objetivo.

 

Los anteriores son algunos de los signos, síntomas y conductas más relevantes a los cuales hay que prestar mucha atención, si es que se desea evitar una tragedia mayor.

Dado el hecho, de que cada persona reacciona de manera diferenciada ante los traumas emocionales y ante situaciones estresantes, resulta entonces, importante verificar, si la respuesta o reacción del niño (adolescente o joven) ante este tipo de vivencias, es proporcional al hecho que la ha gatillado, en función de lo cual, quienes rodean al sujeto afectado, deben entrar de inmediato en un estado de alerta, si se advierte que la persona se ha tomado la vivencia traumática muy a pecho y con demasiada intensidad.

Por otra parte –y paradojalmente– la misma alerta debe hacerse presente, si el individuo afectado se toma la vivencia traumática muy a la ligera y se pone –de una manera extraña y poco habitual– “divertido y chistoso”, como si aquí no hubiera pasado nada, a pesar de que internamente, el sujeto puede estar sufriendo severamente, pero evita y se cuida de manifestar públicamente su dolor, agobio y amargura.

Tengamos presente, que existe una unidad entre el cuerpo y la mente de una persona, por lo tanto, si un individuo que ha vivido un suceso traumático no es capaz de reaccionar y levantarse, es porque, simplemente no puede hacerlo, en función de lo cual, requiere de toda la ayuda externa, cuidado e interés que otros puedan brindarle, sea que se trate de sus padres, un profesor u otro familiar cercano del sujeto afectado.

Finalmente, resulta muy ilustrador revisar y analizar una afirmación del dramaturgo, poeta, novelista y científico alemán Johann Wolfgang von Goethe del siglo XVIII –con la que uno podría estar de acuerdo o en desacuerdo–, quién decía, que “El suicidio sólo debe mirarse como una debilidad del hombre, porque indudablemente, es más fácil morir que soportar sin tregua una vida llena de amarguras”. Esta es, por cierto, una afirmación, que para las personas con pensamientos e intenciones suicidas, claramente no resulta válida de tener en consideración.

Es por ello, que se requiere de una pronta reacción y de todo el apoyo posible que terceros le puedan brindar a las personas afectadas por este tipo de emociones y sentimientos, con un único fin: evitar un desenlace trágico y fatal.

 

 

Original. 

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