Un saludo desde Argentina

Ante todo voy a presentarme. Mi nombre es Alejandro Molinari, tengo 18 años, vivo en Buenos Aires (Argentina) y este año estoy comenzando a estudiar Abogacía.
Cuando nací, en Milán (Italia), tuve una asfixia en el momento del parto que me provocó una lesión en los centros motores. Actualmente tengo marcha propia y me desplazo con la ayuda de bastones para las largas distancias. Practico equitación y, a veces, natación. Tengo varios amigos y amigas (novia por ahora no). Disfruto del aire libre y de salidas como por ejemplo ir a bailar. Además participo de varios proyectos (de los que les contaré más adelante).

Al haber nacido con una discapacidad no se como sería vivir sin ella. Se podría decir que forma parte de mis propias características. Desde los nueve meses comencé a hacer rehabilitación. Al principio era mi familia quien me hacía los ejercicios, me llevaba a los médicos y ponía todo el empeño para que yo progresase. Gracias a las más de 6 horas diarias de ejercicios fue que yo desde chico comencé a evolucionar muy bien. Poco a poco mis padres me hicieron entender que era yo quien tenía la responsabilidad de progresar. Siempre me trataron con amor, pero nunca me sobreprotegieron, y es por eso que hoy he logrado muchos avances. Yo diría que cuando llega a una familia un hijo con discapacidad hay ciertos puntos que los padres deben tener en cuenta:

 

1) Mucho amor.

 

2) Trabajar mucho para poder ayudar lo más posible en el proceso de rehabilitación.

 

3) Estimular mucho al niño.

 

4) No sobreprotegerlo haciendole entender desde pequeño que todo lo que se haga es por su bien.

 

A medida que fui creciendo y, poco a poco, «tomando las riendas de la situación» fui encontrando varios obstáculos. El primero fue sin duda el ingreso escolar. Afrontar preguntas como ¿Qué te pasó? o ¿Por qué caminás así? no fue nada fácil cuando tenía 4 o 5 años. Mis padres me daban definiciones que para mi eran complejas (y mucho más para mis compañeritos). Finalmente me di cuenta que las explicaciones más sencillas y naturales era lo que más fácil se entendía. Una vez que se «rompía el hielo» ya no había problemas y todo se desarrollaba normalmente. También hubo inconvenientes cuando llegué a la Argentina para que me aceptasen en una escuela común porque todos decían «no estar preparados» (esto cambió bastante los últimos años).

 

A los 11 años tuve una recaída en el aspecto físico a causa del crecimiento. Los médicos me dijeron que si quería seguir caminando tenía que usar ortesis largas durante practicamente todo el día (excepto para ir al colegio). Fue muy duro tener que cambiar mi vida tanto para poder hacer la rehabilitación que, por supuesto, no es una tarea agradable. Pero fue allí donde yo mismo debí asumir la responsabilidad y el compromiso de luchar. Debo decir que utilicé ortesis por 7 años y ni un solo día dejé de cumplir con eso que para mi se transformó en una obligación para poder progresar. El resultado fue muy positivo, y si muchas veces hubiese protestado menos, quizás podría haber logrado más.

 

Tuve y tengo que luchar contra muchas barreras. Las más conocidas son las arquitectónicas: veredas rotas, ausencia de rampas, de ascensores, colectivos muy altos, subtes (metro) con muchas escaleras, edificios con desniveles, etc. A mi modo de ver estas faltas no se deben tanto a un problema presupuestario, sino a la falta de conciencia en la sociedad argentina sobre la importancia de tener espacios accesibles. También debo luchar contra otras barreras: Las barreras en la sociedad. Todavía existe mucha gente que mira de forma extraña a un discapacitado y dice: «pobrecito». Esas personas son en realidad las que tienen una falta de capacidad (por qué no hablar de una dis-capacidad) para darse cuenta que solo se trata de un defecto más, no se lo debe mirar como «bicho raro» y que un discapacitado puede ser tan bueno, tan malo, tan inteligente o tan necio como cualquier persona.

 

Claro que esto dicho así resulta muy claro, pero también es cierto que uno puede llegar a sufrir mucho y tener muchas crisis por estas cuestiones sociales (yo de vez en cuando las tengo). Lo fundamental es ser fuerte por dentro y tener la discapacidad totalmente asumida para poder sortear las barreras que vengan de afuera. Es importante salir a la calle y enfrentar la vida igual que cualquier persona, nunca hay que bajar los brazos. Si cuando tropezamos no nos levantamos nunca podremos continuar el camino hacia ningún objetivo.

 

Otro punto fundamental es tener una vida social muy activa. Los buenos amigos siempre me han ayudado en los momentos difíciles. Dentro de las posibilidades de cada uno siempre hay que tratar de divertirse y pasarla bien en el tiempo libre. El deporte puede ayudar mucho. No hace falta ser un profesional para disfrutar de una pileta de natación o un rato a caballo. Yo encontré en la equitación un pasatiempo fascinante donde uno lo comparte todo con un animal muy fiel y hermoso: El caballo. Comencé hace mucho tiempo practicando equitación como prescripción médica y ahora lo hago por placer. Inclusive he llegado a jugar al fútbol y al paddle. Soy muy malo. Pero aunque no ataje ni patee casi ninguna pelota durante todo el partido yo me divierto igual. Para mi el objetivo está cumplido. El resto debe querer ganar, pero igual me aguantan y nos divertimos todos. Creo que para ser feliz uno debe hacer todo lo que puede y quiere hacer, sin inhibirse por como le salga.

 

Además, como dije antes, participo de varios proyectos. Por ejemplo los Modelos de Naciones Unidas, donde por unos días varios jóvenes nos transformamos en diplomáticos y analizamos las problemáticas de los países que estamos representando. En uno de estos modelos fue que gané una beca para cursar mis estudios de abogacía.

 

Como mensaje final quiero decirles que sin importar el tipo ni el grado de discapacidad siempre es posible salir adelante. Claro que para esto hace falta mucho esfuerzo y dedicación. Pero ¡animo! porque nada es imposible.
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