Taller de arte para niños invidentes o con deficiencias visuales

 

Sucedió una de tantas noches en las que me encontraba trabajando el barro. Con los ojos cerrados empecé a imaginar cómo sentirían los niños invidentes al tener contacto con este material mágico que me obligaba a acariciarlo sin descanso.

Así nació la idea para el Taller Infantil de Invidentes y Débiles Visuales en las Artes Plásticas, un espacio alternativo de desarrollo creativo que busca conocer y dar a conocer la sensibilidad de los niños y niñas ciegos y débiles visuales, motivándolos -por medio de ejercicios y actividades para descubrir su capacidad imaginativa y destreza manual- para que puedan expresar su riqueza interior a través del arte.

Mi interés encontró eco en el Instituto de Cultura de Baja California quienes me apoyaron para echarlo a andar en febrero de 1996.

Primera lección

Tenía frente a mí a tres niños invidentes, me sentía contenta y emocionada pero a la vez nerviosa pues no sabía cómo les iba a hablar, si les gustaba o no. Todo eso pensaba mientras los observaba, ¡qué diferentes eran el uno del otro!

Dany, de 11 años, estaba sentado muy derecho, con su bastón a un lado y las manos sobre la mesa, tranquilo y callado con una serenidad que transmitía confianza. Tenía la cabeza levantada como en espera de lo que quisiera decirle, atento el oído.

Beto, de nueve años, era todo lo contrario: balanceaba la cabeza de un lado al otro como queriendo atrapar todo, que nada se escapara, explorando, preguntando -sin importarle modales-, haciendo ruido. Un niño sumamente expresivo y perceptivo.

Jaime, un joven de 14 años, tenía la cabeza inclinada sobre su pecho como si consultara, constantemente, a su interior sobre lo que estaba pasando y sobre lo que quería decir. Recogido en su espacio permanecía en absoluto silencio sin permitir que uno traspasara su territorio.

Empezamos con una dinámica de presentación, les expliqué de qué trataba el proyecto y platicamos un rato sobre lo que hacíamos cada uno.

Al principio, tenía mucho cuidado de no utilizar la expresión «mira», pues creía que los haría sentir incómodos. Sin embargo, con la primera sesión tuve que aprender que los niños invidentes sí miran, ¡y de qué manera!

Miran las caricaturas en la tele y me platican sobre las novelas; andan en bicicleta y utilizan el teléfono que está en la esquina de su casa; me dicen que huelo bonito y que me veo mejor con el cabello suelto. Me preguntan si estoy triste porque se me oye diferente la voz.

Toco, siento, vivo, creo

Cuando elaboré el programa de actividades para este taller contemplé trabajar, inicialmente con barro por ser un material sumamente sensible al tacto, demandante, que envuelve y seduce en el primer encuentro a quien guste sentirse parte de él, de su olor, a quien no tema mancharse y agregar a su piel otra textura, dialogar con la tierra, amasarla y acariciarla.

Aún no se secaban las primeras figuras de barro cuando ya los chiquillos exigían que querían pintar.

Encuentro que la plastilina es útil para esta actividad. Es un buen recurso para guiar al niño con su composición. Se hacen cordoncillos con ella y se delinea la figura. Una vez que la plastilina se adhiere perfectamente a la superficie donde se va a pintar -puede ser papel, madera, acrílico, vidrio, un muro…- se invita al niño a que reconozca lo que acaba de formar y delimite bien los bordes y las divisiones del cuerpo o la composición elegida para que decida de qué color va a ser cada parte de la obra.

El invidente que no lo es de nacimiento, puede recordar los colores, no tendrá problemas para decidir cuáles usar. Los niños que no los conocen deberán ser guiados por el instructor, relacionando los colores con su contexto y comunicándole qué sensaciones producen. El niño debe saber que hay colores fríos y cálidos y que unos son más pesados que otros.

El azul -por ejemplo- es un color frío como el mar y cuando lo ves te produce mucha tranquilidad. Azul también es el cielo y ambos dan la sensación de que no tienen fin.

El rojo es cálido y transmite mucha energía. Hace que te muevas como tu sangre, que es roja, igual que las fresas y los jitomates.

El amarillo es cálido y produce mucha alegría y entusiasmo. Es como el sol, como la yema de huevo que te comes.

El verde es fresco como el pasto donde te recuestas a descansar. Puede ser frío si tiene mucho azul y cálido si tiene mucho amarillo.

Es conveniente explicar al niño los diferentes tonos y matices que existen en los colores: si es claro es más ligero que cuando es un azul intenso. Es importante, también, reforzar estos conceptos preguntando al niño con qué relaciona los colores que elige. Aunque debemos dar libertad a los pequeños para elegir colores, hay que informarles sobre los beneficios de los contrastes y las mezclas que pueden provocar un resultado desagradable.

Estimular la creatividad

La lectura de cuentos es una herramienta indispensable para estimular la imaginación de los niños. Cuando leo, les doy tiempo para que me pregunten lo que no entienden y se los describo. Después, cada quién escoge su personaje favorito y hace una interpretación propia.

Es importante buscar cuentos que no sean los que ya todo mundo conoce. De esta manera el niño desarrollará cada vez más su capacidad creativa.
Las sensaciones, los sentimientos y los sueños se prestan para hacer ejercicios sencillos para que los niños aprendan a sacar provecho de sus fantasías.

Me gusta mucho la improvisación: de pronto, llevar a clase un material que puede ser reciclado y preguntar qué sería bueno hacer con él, produce en los niños la satisfacción de sentirse capaces de dirigir el ejercicio y ser autores de una idea que servirá a todo el grupo.

Romper con la rutina es divertido. Sugiero que salgan a trabajar al aire libre, donde el niño pueda sentir el aire en su cara y pasto debajo su cuerpo. Incítenlos a que toquen todo y que pregunten lo que quieran. Jueguen con ellos, compartan una comida y estimulen su espíritu de búsqueda.

No dejen de visitar museos y exposiciones. El niño debe conocer estos espacios y la obra de otros artistas para darse cuenta de que él es un expositor en potencia.

El niño debe ir al encuentro de una hoja de papel o un pedazo de barro, como quien va a una fiesta: gustoso, ansioso, libre de miedos… El niño está experimentando, tal vez ni él mismo sabe qué es lo que más le gusta. Por eso debemos darle opciones en todas las áreas que el arte abarca.

Autor: Carmen Campuzano
Fuente: Ararú, Nov. 01/Ene. 02

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