Saber pedir. Una necesidad especial que todos tenemos


Quedamos de reunirnos en una cafetería y todos fueron llegando, puntuales o no tanto, pero alegres y ruidosos como mis alumnos. Tengo muchos años de dar clase y de nutrirme con las dudas, las inquietudes y la vitalidad de los jóvenes. Con estos muchachos, sin embargo, hay algo más en común: todos tenemos una discapacidad. Yo no veo, Brenda usa silla de ruedas; Rodrigo, Ana, Carlos y Nennette tienen dificultades para caminar en diferentes grados.

No hubo preámbulos ni introducciones. Cuando compartes algo esencial no se requieren explicaciones. Se trataba de platicar sobre nuestras necesidades especiales y  las dificultades, los modos y las maneras más eficaces de solicitar ayuda cuando la necesitamos. Todos estamos de acuerdo en que la gente quejumbrosa resulta intolerable así que se buscaba hacer proposiciones concretas.

La primera cuestión está en qué pedimos. Adler habla de que todos los seres humanos tenemos un «espíritu de dominio», una necesidad de dominar para autoafirmarnos, y a veces demandamos más de lo que requerimos porque no estamos seguros del afecto del otro.

Nennette lo expresa con claridad: «A veces pedimos cosas porque no sabemos cómo decir: ¡aquí estoy, háganme caso!»

Es curioso pero en mi experiencia cuando tú pides «quiéreme» nadie hace caso; sin embargo, cuando tienes seguridad interior y la proyectas, la gente ve en ti lo que puedes dar y se acerca.

Brenda nos habla de sus vivencias: «Entre más te aceptes y te quieras tú, menos rechazo vas a sentir de los demás. Cuando estaba en secundaria todavía no me ubicaba en la realidad de estar así y fue cuando más rechazos recibí. Ahorita que mi aceptación es mayor, eso me afecta mucho menos».
La clave está en tratar de hacer por uno mismo todo lo que sí podemos, tener cada vez más logros en ese sentido para poder ubicar en qué momento estamos pidiendo algo exagerado. Es muy importante el respeto que te ganas haciendo tú tu parte.

Ana nos habla de cómo se esfuerza por demostrarles a sus primos que no es tan burra como ellos creen. «Aunque algunos no se den cuenta, yo sé que soy una buena persona», dice Ana.
Si nuestras demandas son exageradas, la gente puede sentirse avasallada por tus necesidades, temerosa de que empieces a depender de ella, de tener que dedicarte mucho tiempo. Si nos mostramos susceptibles también alejamos a la gente porque entonces no saben cómo tratarnos, tienen miedo de lastimarnos y mejor se van.

Tenemos que aprender a aceptar que dependemos más de los demás y eso es duro. También tenemos que entender que nadie tiene la obligación de ayudarnos y de saber cómo hacerlo, y tenemos que aprender a ser respetuosos del tiempo de los demás y decidir a quién le pedimos y cómo lo hacemos.

«Con un por favor, una sonrisa y buen humor para aceptar los nos, ya la hiciste», dice Nennette.
Carlos está de acuerdo: «La sencillez y la amabilidad son básicas. Si tenemos una actitud cordial, a pesar del rechazo y la indiferencia de algunas personas, es probable que nos abramos más puertas».
Debo reconocer que para mí es difícil pedir y que ése ha sido un motor importante en mi independencia. En esto de pedir cada quién tiene sus maneras.

Nennette le pide sólo a la gente que está dispuesta a escucharla, a la que no la ve como inferior. Rodrigo no insiste cuando no lo hacen caso. «Me voy con las personas que verdaderamente me toman en cuenta». Ana sólo pide cuando le llega el agua al cuello.

«Tienes miedo al rechazo», diagnostica Nennette. Luego interviene Brenda, «aunque uno se muera de la pena debe quitar esas barreras. Uno debe aceptar cuando de veras necesita ayuda. La verdad es que todos necesitamos de todos».

Esto que dice Brenda es importante. Todos queremos una relación de igualdad en la que tú pidas pero también seas requerido. Yo, por ejemplo, disfruté mucho la preparatoria porque en los grupos de estudio se valoraba mucho lo que aportaba en las discusiones y mi contribución para armonizar el equipo. Entonces la necesidad de que me leyeran en voz alta no me ponía en una situación de inferioridad. Mi discapa-cidad no era el centro. Con ellos y después con mis alumnos aprendí que «no soy monedita de oro» y que la gente me puede rechazar también por otras cosas que nada tienen que ver con mi ceguera sino con simpatías y antipatías naturales, como a todo el mundo.

Todos estuvimos de acuerdo en que para salir adelante con tus capacidades y discapacidades se necesita madurar y uno de los mayores obstáculos en este proceso es la sobreprotección. El mensaje que recibes es que tú no puedes, que nadie tiene confianza en ti.

Romper con la sobreprotección de los padres requiere de gran fuerza interior. El miedo que ellos tienen también está dentro de ti.

Nennette recuerda con mucho cariño a un instructor en un campamento que le enseñó que sí podía hacer cosas de las que ella no se sentía capaz. Carlos aprecia a los maestros que le exigen porque lo tratan igual que a los demás.

Rodrigo está de acuerdo: «La vida no es fácil, tiene sus complicaciones y sus desengaños…, y si no te haces fuerte…»

Es necesario asumir que, por un lado, tienes que demostrar que no eres tan inútil como pareces, pero también tienes que pedir ayuda cuando la necesites e incluso aceptarla a veces, cuando no la necesites.

Yo uso diariamente el metro. No necesito que me guíen para encontrar el camino ni para bajar las escaleras, pero de repente aparece alguien muy amable a ofrecer su ayuda. Si yo le digo que no, lo más probable es que se sienta rechazado y la próxima vez que vea a una persona ciega, que sí necesite su apoyo, no se lo ofrezca.

En la escuela y en la familia uno no debe pedir privilegios porque eso nos aísla de los demás. Todos los privilegios tienen un costo.

Brenda matiza: «Privilegios no, pero sí debemos explicar nuestras condiciones. Yo puedo hacer las mismas tareas que mis compañeros pero necesito más tiempo, esto es un hecho.»

«Dentro de todo, -dice Nennette- tenemos una ventaja. No somos tan populares pero a veces nosotros conocemos a las personas que de verdad valen, a las que no les importa cómo te ves o qué haces sino lo que eres».

Carlos valora mucho a sus amigos, «son muy buena onda; los busco porque es la gente que me alimenta. Con ellos siento un calor humano muy fuerte».

Tanto hablamos de cómo pedir que ya se nos había olvidado que estábamos en una cafetería y que no se vale consumir sólo seis vasos de agua. Cada quien sabía exactamente qué necesitaba. Lo pedimos, como dijo Nennette, «con una sonrisa y un por favor».

Nos sirvieron enseguida.

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