Reflexiones bajo la lluvia (Testimonio de un papá)


Sobre Roberto: Papá de Isaac, un niño con síndrome de Noonan y autor del libro
«Mi hijo Isaac. El mundo interior de un niño especial visto por su padre»

«Nadie sabe de los tesoros ocultos en el fondo del océano. Sumérgete en tu interior para hallar la alegría, la paz, la libertad y el amor que quizá no encuentras en las orillas de la vida»
Frederic Solergibert

En día pasados algo me hizo sentir feliz. Estrenaba zapatos nuevos. Recobré con ellos una sensación de comodidad casi olvidada debido al uso excesivo de mis zapatos viejos. Días después conocí a una joven turista americana, amiga de una vieja amiga. Cuando nos despedimos me acompañó hasta la puerta del edificio y al ver muchos autos estacionados preguntó cual era el mío.

-Vine en Metro – le respondí.

Aquello debió sorprenderla, porque dejó escapar un ¡Oh! de asombro yanqui.

Todo estuvo bien hasta que descendí dos cuadras rumbo a la estación, pues se desató una lluvia que no dio oportunidad a ningún paraguas. Refugiado bajo la estrecha cornisa de un edificio residencial, la lluvia golpeaba mis pies y empapaba mis zapatos. Todo el tiempo que duró la lluvia rumié una especie de congoja por mis zapatos y por no tener un vehículo.

Debo confesarlo sinceramente; nunca he tenido un auto y no sé conducir, tal vez, porque jamás me lo he planteado como una prioridad. Parecerá raro que «alguien normal» argumente esto, pero sencillamente alguien debe asumir el papel de peatón en la ciudad. Aquella noche mis cavilaciones me hicieron sentir muy infeliz. Mis pensamientos y deseos mal enfocados me llevaron a un deprimente estado.

Es bien sabido que casi todas las corrientes filosóficas y espirituales de oriente están de acuerdo en proclamar que el Deseo y el Apego traen consigo la infelicidad. Si aquello que deseamos no se materializa puede convertirse en fuente de obsesión, amargura y desequilibrio emocional, haciéndonos sentir desdichados.

En ocasiones lo que deseamos, una vez logrado, pierde valor e inmediatamente algún otro deseo toma su lugar. Recuerdo como me esforcé para conseguir un lente zoom. Consultaba revistas y observaba vitrinas durante horas. Un día lo conseguí a un precio irresistible. ¿Cuántas veces lo he utilizado? Unas seis veces. Me auto convencí de que se trataba de un lente pesado para el trabajo y comencé a pensar otro. Reposa como un sagrado tesoro junto al resto de mi equipo fotográfico.

Igual ocurre con nuestros seres queridos y nuestros hijos. Como padre de un niño especial puedo comprender este sentimiento. «Si mi hijo fuese más inteligente», «Si tan solo pudiera caminar», «Si se le entendiera cuando habla» etc. Olvidamos que la vida, compensatoria como siempre se inclina para equilibrar la balanza. Millones adolecen de algún don y lo suplen con otro desarrollado talento. Aun los «normales» adolecemos de algo. Yo sufría mi pequeña tragedia sin percatarme de que mi verdadera riqueza estaba en poseer pies. Agobiado por mi deseo, olvidaba ser feliz.

Estas reflexiones no van contra la tesis de la superación personal que nos impulsa a mejorar en todos los sentidos, más bien pretenden destacar la maravilla de sabernos poseedores de una riqueza mayor al contar con lo que ya tenemos. Debemos identificar el deseo como fuente de infelicidad en situaciones específicas de nuestra vida y ser «Felices a pesar de…»

Cuando el esfuerzo es mayor que las recompensas, cuando es necesario mas energía para avanzar solo un poco, cuando preguntamos ¿Hasta donde llegará mi hijo? Cuando tenemos que armarnos de paciencia para volver a empezar; este es el tipo de deseo que aparece para cortarnos las esperanzas.

Aboquémonos a cambiar lo que podemos cambiar sin desanimarnos por sentimientos y deseos mal enfocados. La singular aventura de ser padres de un niño especial es una oportunidad única para crecer, cambiar estructuras mentales y romper paradigmas. ¿Difícil? Si, nadie nos preparó de antemano para ello, pero podemos elegir ser felices en el intento de criar a nuestros hijos regocijándonos con lo bueno que trae de por sí cada nuevo día.


El poeta Khalil Gibrán lo dijo más o menos así: «La felicidad es una mariposa que revoloteó a mí alrededor eludiéndome mientras trataba de atraparla. Cuando desistí, vino y se posó sobre mi hombro».

Una vez identificado mi deseo, me sorprende lo fácil que es sentirse feliz o infeliz por un a simple cosa, incluso la lluvia puede ser un privilegio para unos cuantos, no todos tienen la oportunidad de sentirse vivos gracias a ella.

Ahora siento mis zapatos un poco más cómodos y camino con redoblada energía distancias más largas. ¿No es esta una estupenda razón para elegir sentirme feliz?


Roberto Aníbal Molinares
Caracas, Octubre 2002

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