¡Qué alegría! ¡Me confirmó el doctor mi embarazo!

La llegada de un hijo es la mejor noticia que puedes tener en la vida; te llena de expectativas, ilusiones, miedos, pero sobre todo, de amor.

Te planteas mil preguntas, acudes con tu mamá, con tu suegra (siempre y cuando sea linda [risas]) a tus hermanas con hijos, amigas, primas, vecinas, etcétera, buscando respuestas ante lo que se avecina ¡un nuevo bebe!… Buscas a un pediatra cerca de casa; compras termómetro, pañales, cuna, etcétera.

 

Lees libros o revistas con fotos de bebes hermosos, sonrientes, familias felices festejando los primeros pasos del bebé. Planeamos su vida soñando que será médico como papá, abogado como el abuelo, dentista como la mamá, nos atrevemos hasta planear que tendrá los ojos de papá, y la sonrisa de mamá, la alegría de la abuela. Sabemos a qué escuela ira y qué clases extras estudiará, quién o quiénes cuidarán de él mientras los papas trabajan, y hasta dónde comprarás pañales por ser más baratos.
Llega el momento del nacimiento, crecen los miedos, la incertidumbre, y al fin llega al mundo esa criatura que esperó durante nueve meses. Y de repente el panorama cambia, el doctor nos anuncia un diagnóstico de discapacidad en nuestro hijo. Todas las expectativas que creamos no corresponden a esa criatura pequeña e inocente, es más, el nombre escogido parece no ser para él.

 

Los doctores, la familia cercana nos dice que si Dios me escogió para madre de un ángel es porque soy capaz de sacarlo adelante. “Soy una madre especial”, pero y el padre ¿no debe ser especial igual que la madre? Nadie me lo dice, sólo yo me siento responsable de él.
¿Y ahora qué hago con mis expectativas? No tengo a nadie a quien decirle que yo no quería ser especial, sólo quería ser madre, que en mi familia nunca había habido nadie con discapacidad.
De ahí partimos mi marido y yo, sin decir una palabra, no sentimos culpables por separado y en otros momentos culpamos al otro siempre, en silencio, sin compartir este dolor de sentirme defraudada conmigo misma, con la vida y hasta con… Dios. No puedo decir nada pues una madre no lo puede hacer y menos “Si Dios me escogió por ser especial”.

 

Ya no sólo lo tengo que llevar al pediatra, ahora también al neurólogo, cardiólogo, terapeuta físico y que tantos más que a la larga se tendrán que sumar para sacar adelante a este pequeñito que llegó a mi vida sin deberla ni temerla.
Ya lo amo más que a mi vida, pero a tan corta edad ya me mortifica que pasará con él cuando yo le falte y me pregunto ¿quién lo cuidara?

 

Así viven muchas parejas la discapacidad del hijo; sin poder vivir el duelo que implica el nacimiento de un hijo con características diferentes de los otros. El no poder darse la liberad de vivir este duelo lleva a algunas parejas a disolverse, por no poder comentar sus miedos, limitaciones, y centrarse sólo en el pequeño pues “Si Dios me escogió es porque soy especial”. Así se centra el mundo en ese pequeñito que absorbe todo nuestro tiempo y pensamiento, cuando volteamos ya no hay tiempo, pareja, amigos, y lo peor, que yo como individuo tampoco existo.

Por lo anterior sugiero que ante situaciones como la anterior debemos permitirnos el duelo ante el acontecimiento para poder primero ser personas sanas emocionalmente, para darnos calidad a nosotros y poder en cascada dársela a los que nos rodean; poder seguir siendo pareja de nuestra pareja en beneficio de esa criatura que trajimos a la vida buscando sanamiento propio, permitiremos impulsarlo a desarrollar todas las habilidades que pueda desarrollar y, al mismo tiempo, nosotros podremos seguir adelante con nuevas expectativas respecto con nuestro hijo. Expectativas más reales, expectativas al día a día, sin limitarnos para estimular habilidades que aparentemente no logrará, pues ese pequeño nos enseñará el verdadero valor de la vida, la unión, el trabajo en equipo, siempre y cuando nosotros como individuos estemos en óptimas condiciones emocionales.

Hay que pedir ayuda para cerrar el duelo de la perdida de “capacidades normales” que nuestro bebe “debería tener”, para abrirnos a un mundo maravilloso donde aprenderás a valorar lo intrascendente a través de sus ojos, la alegría de reír por cosas simples, de caminar a brincos y pisarlos charcos, sin importar el qué dirán, aunque ese hijito ya tenga 16 años.

Para un mejor desarrollo de ese hijo primero tú debes de cuidarte emocionalmente, busca terapia individual o de grupo, busca grupos de padres con hijos de características similares, estimularlo para que desarrolle habilidades sociales para que siempre sea acogido por el resto de la población. Dios no te escogió por ser especial. Pero sí por tener la capacidad de quererte a ti para querer a los demás.

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