Perros, terapia para niños con autismo

Autismo

«Mi hijo Dale a menudo me comenta que le aterroriza pensar lo difícil y distinta que sería ahora su vida si no le hubiéramos llevado a diagnosticar ni nos hubiéramos esforzado en darle la educación que necesitaba». El «mejor profesor» que el hijo de la escocesa Nuala Gardner, con trastorno de autismo, tuvo durante su proceso de integración fue Henry, un ‘golden retriever’ que «conectó» con el chaval e hizo de «puente» con sus padres.

«Henry falleció el 17 de abril de 2006», explica Gardner, que añade que gracias a él hoy en día Dale lleva una vida «totalmente normalizada». Tiene 27 años, conduce, toca en una banda de rock, tiene una «adorable» novia y lo que «es más importante, paga impuestos como un trabajador más». A raíz de los «espectaculares avances» que experimentó su hijo gracias al perro, Gardner, enfermera de profesión, ha escrito dos libros con el fin de ayudar a otras familias con hijos con autismo. «Soy consciente del regalo de ser autosuficientes que han recibido mis hijos y es imposible no compartirlo».

Su historia también ha inspirado la película ‘After Thomas’ (‘Un amigo inesperado’), que fue proyectada en una jornada celebrada en San Sebastián que puso el foco sobre el papel del perro y como este facilita la inclusión socio-educativa de los niños con autismo. Gardner fue una de las invitadas de excepción de la cita, organizada por la Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación de la UPV/EHU de Donostia. Gardner hizo hincapié en que Henry «fue un componente esencial y el mejor profesor para Dale. Gracias a esa conexión mi hijo aprendió a transferir todo lo que aprendía a otros y a sí mismo». Pero el perro no solo ayudó al pequeño en su proceso de integración. «Yo necesitaba a Henry tanto como Dale. En aquellos momentos me sentía muy sola y necesitaba una sensación de normalidad. Pensé que para mí iba a ser bueno», explicó Gardner.

A la jornada también asistió Lehen, un ‘border collie’ que a sus diez años «es un veterano de guerra en terapias con personas», bromeaba Eneko Kortabarria, director de Anateusk en Elgoibar. Desde 2011 su centro se vale de las «capacidades innatas» de los canes en diferentes proyectos y defiende que «un terapeuta puede abrir puertas que sin ellos sería imposible. Tienen una fuerza especial y logran conectar con las personas». Aunque no sabe la razón de ello, sospecha que «en el caso de niños con autismo tal vez sea porque no ven al perro como una amenaza, utilizan la comunicación no verbal y para ellos es como si estuvieran jugando». Durante esos intercambios «hay unos procesos con unas características que hacen que esa conexión sea realmente enriquecedora y que funcione».

Para el psiquiatra Miguel Moreno el reto es «entender cuál es el papel real y práctico del perro porque no es un mago». Ha visto cómo se trabaja en estas terapias y defiende que «es muy útil», por lo que las defiende y destaca que «son el futuro», en especial «en el ámbito del autismo». En su opinión el profesional debe utilizar la presencia del can «como otra herramienta más, con la particularidad de que está viva y tiene sentimientos». En ese sentido, explica que «a la hora de movilizar sentimientos va a ser mucho mejor utilizar esta herramienta viva que los juegos o las terapias. El perro es alguien que está ahí, con el que puedes intercambiar todo tipo de emociones desde las más positivas como el cariño y el amor, hasta otras como el enfado o los celos».

No obstante, Kortabarria hace hincapié en que «todos los casos no son como el de Dale», por lo que los resultados no son siempre iguales pero «no podemos ocultar los que existen y este es uno de ellos».

«Como él ninguno»

Aunque se empleen otros animales en terapia «como el perro ninguno», asegura Moreno, y destaca su «incondicionalidad» como factor diferenciador. Explica que el perro «focaliza su atención en su dueño» y si este es un niño con autismo «va a estar con él, hará lo que él haga porque no distinguen categorías de dueños, su dueño es la persona a la que se apega y con la que va a estar».

Además de Dale, años después Gardner y su marido tuvieron una hija que también sufre autismo. Cuando fue diagnosticada la enfermera escocesa asegura que se sintió «frustrada» al pensar que «tenía que luchar otra vez contra el sistema otra vez». Aunque la situación respecto al diagnóstico y los servicios educativos «han mejorado mucho» en Escocia, destaca que el mayor problema es «la discriminación para lograr un puesto de trabajo, porque la sociedad todavía no comprende» al colectivo. Asimismo, aboga porque se inviertan recursos en la «correcta educación» para que los niños con autismo «mejoren», una tarea en la que «el perro probablemente sea el mejor y más económico de los profesores».

 

Original. 

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