Nacieron sordos, aprendieron a escuchar y hoy festejan doble

Nacieron sordos, aprendieron a escuchar y hoy festejan doble

Ariadna, Candelaria y Tomás nacieron sordos, pero cuentan historias, practican deportes, estudian, juegan con otros chicos como si sus oídos escucharan. Tienen colocados implantes que convierten los sonidos en impulsos eléctricos e imitan la audición natural. Festejarán por partida doble: porque es el Día del Niño y pueden disfrutar el ruido del galope de un caballo o sus canciones preferidas, con la ayuda de dispositivos que sienten como compañeros de la vida.

“Yo me acostumbré rápido. A la mañana me levanto, llamo a mi mamá y me conecto el imán”, dice Ariadna Maceri, de 8 años. Se refiere a la parte externa del implante, que capta el sonido, se conecta con un bovina y estimula al nervio auditivo del cerebro para que pueda escuchar y conversar.

Candelaria y Tomás Jovanovics son hermanos y también conviven con el implante. Ella es la segunda hija de un matrimonio de odontólogos de Tucumán. Cuando tenía 9 meses, el papá le jugaba a las escondidas y le cantaba, pero un día se dio cuenta de que la nena lloraba sin parar y no reaccionaba con sus palabras de consuelo. La pareja llevó a Candelaria a un médico, que detectó hipoacucia profunda. “El diagnóstico fue crudo”, recuerda la madre, Carolina. Los derivaron a Buenos Aires. Primero, Candelaria usó un audífono, y luego recibió el implante (se hace por una cirugía con anestesia general). Un día sorprendió a todos: la fonoaudióloga le pidió a la madre que le alcanzara un perrito azul. Y Candelaria pudo escucharla y agarrar el juguete que estaban pidiendo. Años después, se animó a hacer bromas con su implante: el abuelo se puso a contar una anécdota del pasado muy larga. Ella permaneció en silencio, y al final del relato dijo: “Disculpame abuelo ¿me lo podrías volver a repetir porque estoy sin pilas?”. A Candelaria le gusta mucho leer libros como “Caídos del mapa”, de María Inés Falconi.

Tres años después del nacimiento de Candelaria, llegó Tomás con su mellizo. Era un bebé muy tranquilo, que no se sobresaltaba por nada. Otra vez, los padres fueron al médico, que detectó una hipoacucia profunda en los oídos de Tomás y recomendó el implante coclear. Él lo explica a Clarín: “Soy sordo, pero tengo un implante que me ayuda a escuchar. Más que nada me ayuda a aprender”. A Tomás le encanta escuchar el sonido del trote del caballo, la corriente de un río cercano a su ciudad y las canciones del grupo Tan Biónica.

En cambio, Ariadna, que vive en Ciudadela, en el Conurbano, recibió el implante a mayor edad. Cuando era una beba, le hicieron estudios y los médicos dijeron que había que esperar. Pero los padres sospechaban de una sordera porque si la llevaban a una fiesta, la nena se quedaba dormida plácidamente. “Fue un golpe saber que la nena era sorda. Empezás a preguntarte si hablará con señas o cómo”, comenta el padre. Ariadna usó un audífono hasta los 6 años, y luego le hicieron el implante. Un día la familia iba en el auto y la nena preguntó: “¿Por qué a las mamás de pelo largo les gusta el rock’”. Sus padres lanzaron gritos de alegría. Ariadna escuchaba bien. Ahora es fanática de las canciones de Violetta y One Direction y sigue con la rehabilitación.

Los tres chicos van a escuelas comunes. Sienten que sus maestros les tienen paciencia si piden repetición de palabras. Para hoy, esperan regalitos. Ariadna quiere el juego de Los 8 escalones. Candelaria y Tomás quieren un metegol para jugar con su familia: son 7 hermanos en total y un octavo viene en camino. Mientras sueñan su futuro. Candelaria espera recibir un implante en su otro oído antes de fin de año, y quiere ser médica o arquitecta. Tomás quiere seguir “algún tipo de ingeniería”, mientras que Ariadna podría ser profesora de inglés o de educación física.

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