Minoría de minorías, el autismo en el mundo laboral

Autismo

Cuando Fernando va a cruzar una calle dice en voz alta: ‘mirar para los dos lados’. Y luego cruza sin voltear a ver el tráfico. Por eso sus padres no se atreven a enseñarle el sistema de transporte público y prefieren llevarlo al Parque Omar los días que le toca trabajar.

A sus 28 años, Fernando nunca ha tenido un empleo formal, pero desde 2013 trabaja como voluntario en la Biblioteca Nacional Ernesto J. Castillero R., que retribuye su tiempo con $5 diarios , un logro inusual para un adulto con un trastorno del desarrollo como el autismo.

Solo un 18% de los adultos con esta condición logra algún tipo trabajo, según datos de la I Encuesta Nacional sobre el Autismo (2013), cuya repetición está prevista en 2018 (cada cinco años).

I ENCUESTA NACIONAL DE AUTISMO (2013)
  • Datos sobre la situación laboral de los adultos
  • 686 personas con autismo fueron encuestadas.
  • 113 eran mayores de 16 años.
  • 18% de los mayores de 16 años reportaron algún trabajo.

Existen varias razones para este bajo nivel de inclusión. Muchos de los que son adultos ahora no se beneficiaron del programa de inclusión en las escuelas particulares, iniciado por la entonces primera dama Vivian de Torrijos (2004-2009). Cuando crecían, tampoco existían oficinas de igualdad de oportunidades en las universidades, que ahora apoyan durante el proceso de educación superior. Además, muchos dependen de sus acudientes para movilizarse.

‘Si ellos se quedan en casa empiezan a deteriorarse, a perder las destrezas que ganaron durante la etapa escolar’, asegura Dabaiba Conte, presidenta de la Fundación Soy Capaz, que se enfoca en este grupo de población. ‘El trabajo los ayuda a aumentar sus habilidades sociales’, una de las principales dificultades de este trastorno, explica.

EN LA BIBLIOTECA NACIONAL

Para llegar al puesto de trabajo de Fernando, es preciso atravesar la hemeroteca, descender por una rampa y atravesar una doble puerta de vidrio. Su computador está en una esquina, junto a tres mujeres que laboran con él.

Fernando trabaja tres horas al día, de martes a jueves. Su tarea es el primer paso de un proyecto de digitalización de periódicos. Le corresponde limpiar las manchas de las imágenes escaneadas.

La primera tarea del día corresponde a dos páginas de The Panama Tribune , un semanario en inglés publicado entre 1928 y 1973 por la comunidad antillana. Se le ve muy concentrado en su labor.

—¿Qué dice ahí?—, le pregunto, sobre el titular.

— Around the world of sports —, me dice, tras varios segundos.

Fernando aprende rápido y es muy detallista en su trabajo, revelan sus compañeras. También es extrovertido, dicen, pues contesta a todo lo que le preguntan. Está pendiente de las conversaciones a su alrededor y cada vez que se acerca alguien al área, se levanta para darle la mano. Sin embargo, nunca avisa cuando culmina su trabajo, para que le asignen más.

Se acerca el mediodía y Fernando interrumpe su labor por unos segundos. No retira la mirada de la pantalla, pero hace movimientos repetitivos con los dedos y manos en el aire, estereotipia común del autismo.

En pocos minutos apagará su máquina, casi por reflejo, apenas den las 12 del día, y esperará sentado a que su familia lo venga a buscar.

UNA DÉCADA ENTRE CONOS

Aunque el bus va vacío, Dariush se mantiene de pie, sujetado firmemente a la barra ubicada detrás del chofer del metrobús. En esa misma mano lleva su billetera. No se moverá ni para hacer espacio a los pasajeros que entran, hasta llegar a su parada en el Parque Urracá.

Al bajarse, camina hasta el supermercado Riba Smith de Bella Vista. Le ha tomado un año y medio aprender a tomar el autobús y cruzar las calles solo. Una vez allí, marca su hora de entrada, las 8:00 a.m., se coloca una redecilla en la cabeza y se dirige al lavamanos.

Dariush tiene 29 años. Hace diez que se incorporó al equipo artesanal del supermercado, como practicante. En el 2009 fue contratado por medio tiempo como ‘asistente de producción de conos’.

Todos sus compañeros lo saludan al verlo entrar en la sección de pastelería fina. Él no responde a los saludos, con la excepción de algunos ‘chotin’ que le ofrecen en el camino. Se dirige a su área de trabajo sin desviarse, como si llevara anteojeras puestas.

A su lado, un compañero opera la máquina productora de conos de helado. Hoy se producen los que son en forma de copa. Dariush espera de pie, pacientemente, mientras ve cómo se van apilando. En cuanto detecta suficiente cantidad de producto, se dedica a empacarlo.

‘Es más rápido de lo normal en su trabajo’, señala Joel, uno de sus supervisores.

Y es así. En siete minutos empaqueta 220 copas, algo que a la máquina le ha tomado 45 minutos fabricar.

Por su velocidad, Dariush pasa periodos de tiempo desocupado, esperando una instrucción u observando los nuevos conos que se van acumulando. Cuando lo encuentran así, sus colegas a veces le asignan otras tareas, como la de etiquetar envases de plástico.

Cerca del mediodía, el final de su jornada laboral, ya ha envasado 1,020 copas. En ese tiempo no se ha sentado ni recostado, tampoco ha ido al baño ni a tomar agua. A pesar de que le gusta comer, en ningún momento ha mostrado intenciones de llevarse un cono a la boca. No se mueve de su esquina, aunque sonríe observando a sus compañeros bromear entre ellos. Se mantiene de pie, jugando con las costuras de su uniforme, cuando le indican que es hora de irse.

Entonces s e dirige al reloj, donde digita su número de empleado para marcar la hora de salida, se quita la redecilla y se marcha por la puerta de atrás, impregnado con un olor dulce.

OCHO AÑOS DE VOLUNTARIO

Tras ocho años de laborar entre 24 y 32 horas a la semana en la Biblioteca Simón Bolívar de manera voluntaria y de esperar 18 meses para concretar su nombramiento, David recibirá a los 36 años y por primera vez en su vida, un cheque recompensando sus esfuerzos.

La semana pasada, firmó un contrato laboral con la Universidad de Panamá, convirtiéndose en el primer empleado con un trastorno del espectro autista en trabajar para la institución.

Como empleado, ahora le toca marcar su hora de entrada. Su madre, por lo tanto, lo lleva más temprano que de costumbre. A las 7:24 a.m., más de 30 minutos antes de su hora de trabajo, David ya está sentado en las sillas plásticas de color azul que se encuentran en el sótano de la biblioteca, afuera del departamento de conservación de libros.

Además de haberse unido al pequeño porcentaje de adultos con autismo en el mundo laboral, también forma parte del 1.1% que ha cursado estudios universitarios. En 2003, obtuvo su grado técnico en Turismo, por la Universidad Latina de Panamá.

A medida que llegan sus compañeros, les explica que soy periodista de La Estrella de Panamá y que he venido a evaluarlo. Aunque usualmente es callado y tartamudea, David es capaz de mantener una conversación, pero solo en caso necesario.

En términos generales, es mucho más comunicativo e independiente que Fernando o Dariush. Por estas características, se le considera una persona con ‘asperger’, un autismo de alto funcionamiento.

Sin embargo, depende de que sus compañeros le asignen tareas a lo largo de la jornada. A ratos se sienta en su escritorio, pendiente de las labores de los demás, o se mantiene de pie junto a alguno, esperando órdenes.

Gran parte de los equipos o herramientas que se utilizan para la conservación y reparación de libros son peligrosos. Uno de ellos se calienta a 300 grados. También trabajan con seguetas, taladros o guillotinas.

‘Estamos viendo qué funciones permanentes le asignamos, pues aquí hay maquinaria peligrosa. Hasta la gente buena se corta’, señala Gilberto, uno de sus cinco compañeros y su principal tutor.

Por el momento, David se limita a las funciones que ejecutaba como voluntario: descuadernar libros que necesitan reparación y prensar los recién encuadernados.

Anteriormente, colaboró con proyectos de microfilm y digitalización, pero el primero concluyó y el segundo solo estaba en fase de prueba. Uno de los supervisores del departamento, Bolívar, reconoce que David era muy bueno en esas tareas. ‘Si nos dan el proyecto de digitalización se lo asignaremos’, señala.

Esa mañana, David espera una instrucción de pie entre los escritorios engomados, el ruido de papeles y los funcionarios concentrados en sus labores, inmunes al polvo y al olor a libro guardado. La música clásica de la radio de fondo se apodera de la atmósfera de oficina pública descuidada hasta que timbra inesperadamente el teléfono.

Con una rapidez inusual para su naturaleza parsimoniosa, David anuncia:

—Yo lo atiendo—, y en pocos segundos queda junto al aparato.

—Buenos días, Conservación—, contesta.

—No, ella no trabaja aquí—, informa colgando.

Parece que David, en ungesto de sorprendente iniciativa, ha encontrado una tarea.

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La ley exige que las empresas con más de 50 empleados incluyan en su planilla un 2% de personas discapacitadas, sin diferenciar la discapacidad. El autista compite con quienes tienen limitaciones físicas pero no intelectuales.

 

 

Original. 

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