Maestra quedó ciega y volvió a aprender para seguir enseñando

Maestra en clase.

Ser ciego no es sinónimo de ser infeliz. Esa es la primera lección que la profesora Nora del Socarro Calles Dubón transmite con su testimonio a un grupo de seis niños y jóvenes estudiantes ciegos y a todos aquellos que tienen la oportunidad de conocerla y convivir con ella.

Calles Dubón, quien labora actualmente en la Escuela de Educación Especial Licenciada Elda Ofelia Campos de Castellón, en la ciudad de San Miguel, tiene 45 años de edad y se convirtió en docente uno cuando tenía apenas 18 años, gracias a que estudió el bachillerato Pedagógico en el municipio de Chinameca.

«Mi primer trabajo fue un interinato de tres meses en el Cantón El Tablón, jurisdicción de San Francisco Javier, pero luego fui nombrada en el Centro Escolar Cantón Guanacastal (hoy Centro Escolar Rosa Hirlemann de García Prieto), del caserío Las Placitas. Allí estuve trabajando doce años. En eso se me agudizó mi problema de visión», explica esta docente originaria de San Francisco Javier, Usulután.

La educadora tiene una enfermedad genética hereditaria irreversible que se llama retinosis pigmentaria, la cual hizo que de forma progresiva perdiera la vista.

En 2001, cuando ella rondaba los 31 años, en Bienestar Magisterial, el sistema de salud de los docentes, le dio el diagnóstico. La profesora fue desabilitada con un subsidio que no llegaba a los $92 dólares.

«Estuve desabilitada por más de diez años. En esos diez años estuve en mi etapa de negación, de no hacer nada, de depender de mi hija. Cuando salí de la escuela no tenía ninguna motivación, frustrada, hasta que un día mi hermana, a la que yo quiero mucho, María Martha Calles de Penado, me motivó a ir a la (Escuela) Eugenia de Dueñas. Fue la persona que me impulsó, creyó en mí, en que podía rehabilitarme», explica la profesora.

Norita, como le llaman en la institución donde actualmente labora, explica que desde que llegó a la escuela de ciegos, ubicada en San Salvador, experimentó una transformación completa.

«Cuando yo llego a esa escuela y me encuentro con muchas personas ciegas me sentía en el mundo de los ciegos y me sentía feliz. En ese momento sentí que había perdido mi tiempo y que una discapacidad no es un obstáculo para que uno no pueda superarse», explica.

Calles Dubón, quien tiene dos hijas y además es madre soltera, narra que desde el momento que llegó a la escuela en la capital su propósito fue aprender braille, aprender a desplazarse con el bastón para poder reincorporarse a su trabajo.

Entre 2011 y 2012 estuvo interna en el centro de formación de ciegos, donde recibía clases de lunes a viernes, desde las siete y media de la mañana hasta las seis de la tarde.

María Marta Calles de Penado, hermana de Nora, recuerda: «La primera semana mi hermana era otra. Cuando vino a mi casa y se sentó a la mesa derecha yo noté el cambio. Me dijo que le ubicara el plato y los cubiertos en la dirección que se mueven las manecillas del reloj. Venía con otra disposición y a los 15 días nos sorprendió viniéndose sola (a San Miguel) en bus».

La profesora Nora puso tanto empeño en su rehabilitación que terminó como alumna sobresaliente.

Sin embargo, para ella fue determinante que su hermana María Martha hiciera gestiones ante el titular del Ministerio de Educación de aquel entonces para lograr que se pudiera reincorporar a trabajar en el Centro Escolar Rosa Hirlemann de García Prieto, no sin antes haber cumplido una serie de trámites.

«La infraestructura de la escuela era bien difícil para mí. Estaba en las faldas del volcán (de San Miguel). Había mucha erosión, demasiadas barreras para mí», explica.

Para llegar a la escuela la joven maestra tenía que levantarse muy temprano y abordar dos autobuses para movilizarse entre San Miguel y el caserío Las Placitas. «Una vez hasta me asaltaron», expuso.

 

Durante varios meses brindó clases a niños de cuarto grado, pero la situación era tan complicada para la docente que su hermana nuevamente hizo gestiones en la Dirección Departamental de Educación de San Miguel, con el fin de lograr que la trasladaran a un centro educativo ubicado en la zona urbana.

Es así como en el primer semestre de 2013 llegó a la escuela de educación especial donde la mayoría de población estudiantil es sorda.

El que Nora fuera incorporada a la escuela de educación especial implicó que se abriera una oportunidad para niños y jóvenes ciegos que no podían ser atendidos en los centros del sistema regular de esa localidad y que por motivos económicos sus padres tampoco pueden enviarlos a la escuela de ciegos ubicada en San Salvador.

«En San Miguel no había una sección para niños ciegos. No había alguien quien les enseñara braille hasta que llegué y me siento bien orgullosa de eso, porque el año pasado saqué dos niños a la escuela regular, ya incorporados a clases normales, y están felices», asegura Nora.

Según dice, sus niños aprenden con ella, entre otras cosas, las letras y números en braille, a cómo manejar el bastón y también, al igual que en su momento ocurrió con ella, elevan su autoestima. Varios de los alumnos provienen de escuelas regulares y le fueron enviados porque perdieron la visión.

«Aquí aprenden a socializar. Son niños felices. Así como a mi se me abrió el mundo cuando llegué a la (escuela) Eugenia de Dueñas yo siento que así se sienten ellos. Se les abre el mundo», agrega.

Los alumnos se encariñan tanto con ella que el grupo que actualmente atiende le ha compuesto una canción.

Samuel, un joven de 21 años, se encargó de componer la letra junto a otro que ya se marchó. Así, guitarra en manos y con la ayuda de los otros niños, le cantan la canción.

Nora anima a sus escolares a luchar contra sus temores y conquistar sus sueños, como a Samuel que quiere convertirse en pastor, otro más quiere ser maestro.

«Para mí el reto personal es que estos niños lleguen a cumplir sus sueños, porque no es fácil para una persona con discapacidad hallar puertas abiertas. Es bien difícil incorporarse a un trabajo», advierte la educadora.

«Imagínese yo me hice maestra siendo una persona vidente y fue bien difícil para mí incorporarme al magisterio, y yo quisiera que los niños ciegos cumplieran su sueño», comenta.

Nora manifiesta que ella se siente realizada como maestra y asegura que: «Con ellos yo soy una persona feliz, al igual que ellos. Estos niños son el motor que me da fuerzas cada día y no podría describirle la emoción a mí me da darle clases a niños ciegos».

Y es que cualquiera que llega al salón de la profesora Calles Dubón advierte los lazos de cariño que se establecen entre maestra y alumnos. Eso es tal que los niños no dudan en decir que no se quieren ir de su lado.

«Ellos son más exactos que el reloj. Son niños que cuando yo no puedo venir por algún motivo o hay alguna reunión, sufren el no venir a la escuelas», dice la orgullosa maestra.

La educadora, quien en los últimos tiempos ha estudiado dos diplomados, explica que si bien la departamental de Educación de esa localidad le brindan apoyo para trabajar con los niños, señala que necesitan que periódicamente les doten de herramientas básicas para ellos como regletas y punzones.

En la actualidad sólo tienen dos máquinas para aprender a escribir y ella al igual que los pequeños tampoco tienen acceso a equipo informático con programas especiales que han sido diseñados para ese sector de la población.

La profesora considera necesario que se abran escuelas similares a la Eugenia de Dueñas tanto en la zona oriental como en el occidente del país, para que los niños ciegos de escasos recursos tengan la misma oportunidad que ella tuvo de recibir una formación más completa sobre los distintos aspectos de la vida diaria, «están en desventaja (los niños ciegos que atiende) porque yo estaba en la Eugenia de Dueñas y para cada clase tenía una terapista y allí nos daban todo», agrega.

También es de la opinión que se debería ayudar a todas las personas con discapacidad a acceder a la educación en el sistema educativo regular, que los apoyen con materiales, y que se propicie su inserción laboral.

 

 

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