«Los pintores ciegos», una peculiar visión del oficio

Pintura

La exposición «Reflejos del Pop» que hasta el 4 de septiembre se puede visitar en el Museo Carmen Thyssen de Málaga también repasa la esencial serie de obras «Los pintores ciegos», con la que Eduardo Arroyo expresa su peculiar visión del oficio. Una oportunidad irresistible para los amantes del arte. Hablamos ya de la década de los setenta. Bajo su pincel, resulta que los artistas son señores elegantemente trajeados y con sombrero de ala ancha –una apuesta por la condición de artista como personaje respetable; aunque también podrían asimilarse como gánsteres del cine negro americano–. Aparecen los pintores con manchas de pintura en las partes visibles del cuerpo (rostro y manos), que son los instrumentos con los que trabajan, la idea y la técnica, el ejercicio mental y manual. Esos pintores, como el propio Arroyo, están cegados por la pintura, sólo ven colores.

El disfraz del artista como literato, o como personaje literario –Robinson Crusoe–, del primer Arroyo en París, se transforma en otro más elegante. Como Warhol, Arroyo hace las cosas que los burgueses no se atreven pero disfrazado como uno de ellos, es decir, un bohemio perennemente endomingado con la camisa planchada, corbata y chaqueta de tweed. En aquel momento se revela el Arroyo más profundo y mejor colorista, el Arroyo más figurativamente ‘pop’, que aplica colores planos y vibrantes, que mezcla procesos y técnicas (aquí el collage), pero que de algún modo continúa emparentado con la tradición clásica de la forma y el naturalismo, tradición que emana de la pintura barroca española. «Velázquez es mi padre», ha sentenciado con orgullo Eduardo Arroyo, una boutade perfecta para definir la particular implantación del pop en España.

Original.

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