Logran que 15 niños con parálisis cerebral se comuniquen gracias a una tecnología económica

A Miguel Gómez se le desborda la emoción cuando recuerda aquel email. Había enviado a sus amigos un correo con la noticia de que iba a ser padre, y la primera felicitación que le llegó de vuelta le tocó la fibra. Era de un chico con parálisis cerebral al que desde su empresa, Cidaut, habían ayudado con un sistema que le permite comunicarse con el mundo.

Ingeniería, robótica, términos que se asocian mentalmente a un mundo frío, basado en números y en la precisión milimétrica, casi siempre enfocados a máquinas que fabrican otras máquinas. De ese campo a la discapacidad hay un salto que, curiosamente, tiene mucho de casual. «Mi mujer es PT –pedagogo terapeuta– y en su centro había niños con parálisis cerebral, y hablando de ese tema nos comentaron que tenían un sistema de comunicación que no les funcionaba bien».

Comenzó trabajando de forma altruista y «fuera de horas», como confirma uno de sus compañeros. Después se animó a prononérselo a la empresa, que está centrada sobre todo en el campo de la seguridad vial. «Surgió desde Cidaut la idea de organizarlo más, poner recursos a trabajar ahí. Íbamos con la idea de ayudar a dos o tres niños con una necesidad concreta».

No hace ni tres años que Cidaut cuenta con una división especial orientada a lograr que niños con discapacidad consigan un mayor nivel de autonomía, o de comunicación, con tecnología que parta de materiales baratos._Así consiguieron que Pelayo, por ejemplo, se comunicara con los demás gracias a, entre otras cosas, una pegatina colocada en el puente de sus gafas, hecha con material reflectante, y a un sensor instalado sobre la pantalla del ordenador. Eso les valió este mismo año el premio Romper Barreras. «El planteamiento es que sea económico. Con cosas que están en la calle. Abaratar el producto y que no resulte un coste alto. Porque en discapacidad al hablar de accesibilidad siempre entendemos que tiene que ser fácil de usar, pero es que además tiene que ser económicamente accesible. No puedes construirlo, llevárselo y que luego la familia no se lo pueda permitir», explica Miguel Gómez.

Su departamento está compuesto por cuatro personas. Él mismo, Marta González de la Fuente, José María Herrero Sanz y César Vega Martín. En estos casi tres años han logrado ayudar a unos quince niños. El proceso es arduo. La discapacidad intelectual abarca muchos grados. En algunos lleva aparejado un cierto retraso mental, que complica aún más las cosas. En otros, sin embargo, no es así, aunque en el caso de Pelayo, por ejemplo, el niño no podía comunicarse porque no es capaz de articular. Así que lo primero es escuchar qué necesidades tienen los chicos. «Pasamos unos días con las fsmilias, con la asociaciones, para ver qué necesidades tienen, y a partir de ahí desarrollamos la tecnología», explica. «Llevamos unos quince niños. No son colaboraciones muy fijas porque a lo mejor tienen tratamientos médicos, o con algunos planteamos algo y no da el resultado apetecido, y hay que pararlo y darle otra vuelta», explica.

Pruebas y más pruebas

Prueba y error. El sistema más lento y, seguramente, más exasperante y frustrante que existe. «Sobre todo los niños que van a colegios especiales de educación. Te cuentan de casos, y tú los ves… Primero se te cae el alma a los suelos. Y luego muchas veces dices ‘no sé por dónde empezar’. Y nos ha pasado que pruebas con esto de la pegatina y no les funciona porque no son capaces de levantar la cabeza. Y pruebas a ver si les estimulas con música, o con el robot, y no funciona. O les cambian la medicación y lo que antes funcionaba ya no funciona», cuenta Miguel Gómez, con ese punto de amargura que resulta inevitable, porque entre los desarrolladores y el niño y su familia se crean vínculos muy fuertes.

En ese proceso de probar y corregir se encaminaron, primero, a los accesos al ordenador a través de la mirada. Algo que puede servir para algunos casos, pero que resulta inviable cuando los chicos padecen distonía, porque no son capaces de sujetar el cuello, o sufren espasmos musculares. «Hemos visto que estos sistemas tenían sus limitaciones y estamos trabajando bastante con ondas cerebrales. Y aprovechamos para meter robótica social para motivar a los niños».

Tecnología amigable

Esa, quizá, es la clave. Atienden a niños, y para ello tienen que pensar necesariamente como ellos._Aunque los padres a veces no sepan cómo funciona ese artilugio que su hijo parece comprender intuitivamente. «Usamos mucha tecnología que viene de los videojuegos, que es una industria en la que como se utiliza a gran escala, los costes bajan bastante, y utilizamos código abierto para abaratar los desarrollos».

«A estos niños que son nativos digitales la tecnología les encanta», asegura Miguel Gómez. Y eso incluye, por supuesto, las tabletas, que no tienen que ser necesariamente caras. De hecho, la amplia gama de terminales Android, y su menor coste, hace que esta plataforma sea una de las preferidas para crear aplicaciones para niños con discapacidad. «Para ellos, un ordenador es algo antiguo, van más a la tableta porque es sencilla, la pueden llevar en la mochila y en casa pueden ver cómo se han comunicado, qué han hecho… Porque se tienen que comunicar siempre», aclara.

Objetos, como los robots que tratan de mover mediante una peculiar ‘diadema’ que mide las ondas cerebrales, que hacen mucho por su inclusión cuando asisten a colegios ordinarios. «Pasan de ser un poco apartados a ser los protagonistas», asegura Miguel Gómez. «Hay que lograr que lo vean como un juego pero con base científica, y les sirve para hacer una inclusión a los niños, en los colegios se sienten los protagonistas, sus compañeros juegan con ellos, se crea un clima en el que los propios niños los ayudan. A veces hemos utilizado un robot de Lego, y les ayudan a montarlo», señala.

El primer encuentro suele ser frío._Al escepticismo de los padres, que ya han pasado por muchas frustraciones, se une el miedo de los niños. «Se les ve en la cara y en los ojos. Al principio te cogen con miedo. Casi como otro médico que les va a poner una inyección, y cuando empiezas a sacar cosas de un maletín… ¡Buf! Y además a estos niños que tienen espasticidad se les nota, se ponen rígidos». Después, asegura, se sienten cómodos. Se relajan. «Queríamos enseñar que si les apoyas y les das tecnología, que no tiene que ser muy cara, pueden llegar a desarrollar las mismas capacidades que otro niño cualquiera» Y eso incluye la capacidad para emocionar a cualquiera solo con enviar un correo electrónico.
Fuente: elnortedecastilla.es

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