La historia de superación de los alumnos ciegos de Selectividad

Ciegos

Más de 50 jóvenes ciegos se enfrentarán estos días a las pruebas de acceso a la universidad en España. Gracias a una máquina de braille y la ayuda de técnicos de la ONCE, estos alumnos entregan sus exámenes para que sean corregidos por el mismo tribunal que sus compañeros.

Carlos, Santi y Yago se han enfrentado esta semana a una de las pruebas académicas más importantes de su vida, la temida Selectividad. Pero ellos lo han hecho con un sentido menos. Son tres de los más de cincuenta jóvenes ciegos que acuden estos días a los campus españoles para hacer los exámenes que les abrirán la puerta a la Universidad.

«Tu hijo ve perfectamente, pero es un vago. Gafas y punto», le dijo una pediatra a Blanca, la madre de Santi, cuando este tenía tres años. Preocupada porque notaba que no veía y palpaba todo lo que tenía delante, pidió una segunda opinión a un especialista, y este, «con ninguna delicadeza», y mientras fumaba un cigarro, le dijo: «Tu hijo está completamente ciego».

Así comienza la historia de superación de una madre y su hijo, que, tras muchos años de esfuerzo, y con ayuda de la ONCE, han aterrizado esta semana en la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), a bordo de su coche, con música heavy «a todo trapo» para comenzar «con subidón» las largas jornadas de exámenes.

«Estos chicos son super capaces, no se les pone nada por delante», afirma Blanca mientras Santi hace su último examen, junto a Yago, en un aula separada del resto de sus compañeros porque no usan boli ni papel, sino una máquina Braille Perkins, ordenador e impresora, además del apoyo técnico de profesores de la ONCE. Algunos exámenes los imprimen y los que están en Braille, se ‘pasan a tinta’ en los famosos ‘cuadernillos’ para apilarlos con los del resto. En ese momento, pasan a ser un número.

«Con ellos no se abre para nada la mano», explica el delegado del rector para el Acceso y la Relación con los centros de Secundaria y Formación Profesional de la UAM, Carlos Javier Carlos, que es el responsable de engrasar la maquinaria de la Selectividad para que los alumnos con dificultades de aprendizaje y con discapacidad puedan realizar las pruebas con normalidad.

Aunque existen protocolos nacionales y autonómicos, asegura que en este campus son «especialmente cuidadosos» para que no exista ninguna discriminación. Si durante la preparación de las pruebas surge alguna duda, se recurre a la Unidad de Igualdad, que se entrevista con los estudiantes y los centros educativos para determinar las circunstancias de cada alumno.

Hacen los mismos exámenes que los demás y los corrige el mismo tribunal. La diferencia está en la ubicación en el aula y en el tiempo adicional del que disponen, proporcionado a su grado de discapacidad, la ayuda de profesores de la ONCE y la presencia de vocales de apoyo de la universidad. «No tienen ninguna ventaja. Ni la quieren ni la necesitan», responde tajante el delegado del rector.

Desde luego no la ha necesitado Carlos, cuya nota media de Bachillerato asciende a 9,53 puntos y ha salido «muy contento» de los exámenes. Aspira a estudiar el doble grado de Matemáticas y Física, la carrera con la nota de acceso más alta. Aunque por su discapacidad tiene la plaza asegurada y le basta con un cinco, espera no ‘manchar’ su brillante expediente y superar los 13 puntos. «Quiero entrar por mi trabajo y esfuerzo, no por mi discapacidad», advierte.

Contento también ha salido del aula Yago después del examen de Biología, y dispuesto a celebrar el fin de la Selectividad con sus amigos del colegio Santa María del Pilar, donde ha estudiado Bachillerato. Pese a su discapacidad visual grave, asegura que es autónomo y no necesita prácticamente ayuda para su vida diaria. De su etapa escolar, destaca la ayuda y compañía de sus compañeros y profesores.

 

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