La comunidad de autistas que liderará el mundo

Comunidad de autistas

En 1997 se descubrió que si eres autista, hay una altísima probabilidad de que tus padres y abuelos fueran ingenieros. A raíz de este dato sin importancia aparente, el periodista Steve Silberman se adentró en una investigación de varios años sobre la compleja relación de las personas autistas con el mundo que los rodea.

A principios de los años 2000, Silberman estaba haciendo una serie de entrevistas a varios de los genios de Silicon Valley cuando una frase del legendario ingeniero Larry Wall despertó su instinto periodístico.

Wall es el responsable de la creación del lenguaje de programación Perl, uno de los fundamentos del Internet actual, y en un momento de la conversación mencionó que su hija era autista. Al poco tiempo, el periodista empezó a darse cuenta de que el autismo era un patrón que se repetía con muchísima frecuencia en la comunidad geek de Silicon Valley.

En su reciente ensayo Una tribu propia (Ariel), Steve Silberman aborda por extenso este fenómeno. El libro hace un recorrido que pasa por varias figuras para explicar el desarrollo histórico del autismo.

Se habla, por ejemplo, de Leo Kanner, que fue durante muchos años el investigador más reconocido y cuya visión del autismo condenó al estigma y a la vergüenza a los pacientes y a sus familias; y de Hans Asperger, el médico que en la Viena ocupada por los nazis se atrevió a afirmar que el autismo «no era nada raro» y que pensó en él como un «espectro amplio e inclusivo».

Porque esta es, precisamente, la tesis de Silberman: que el autismo es una manifestación más de la neurodiversidad. No es una terrible epidemia causada por las vacunas infantiles, como aún piensa mucha gente, sino sencillamente una forma diferente de entender la realidad, las relaciones sociales y la vida que siempre ha existido.

Para solucionar el grave problema de integración que sufren las personas en el espectro autista habría que dar más importancia, como hace Steve Silberman, al concepto de «neurodiversidad». Es decir, a la idea de que trastornos como el autismo, la dislexia o la hiperactividad deben considerarse «variantes cognitivas naturales con grados diversos que han contribuido a la evolución de la tecnología y la cultura».

Uno de los mejores ejemplos de esto es Silicon Valley.

Hoy en día, en EEUU uno de cada 78 niños en edad escolar entra dentro del espectro autista. De hecho, se ha calculado que en Norteamérica hay tantas personas en el espectro como judíos. Y sin embargo, la proporción es aún mayor entre comunidades de científicos e informáticos.

Es posible rastrear trazas de autismo en personajes como el químico decimonónico Henry Cavendish, que descubrió el hidrógeno, el físico cuántico Paul Dirac, los propios Bill Gates y Steve Jobs o el protagonista de Big Bang Theory, Sheldon Cooper.

Y, por supuesto, entre los miles de informáticos empleados por grandes corporaciones tecnológicas como Google y Facebook. Estas empresas constituyen un micromundo favorable a las personas con diferentes grados de autismo, donde llevan muchos años desarrollando vidas cómodas entre gente con características similares.

Gracias a un artículo que escribió sobre la cuestión, Steve Silberman recibió una llamada de un supervisor de Microsoft que confirmaba sus sospechas. Le dijo que todos sus depuradores principales —los informáticos que se ocupan de detectar errores en el código— tienen síndrome de Asperger.

Se habla de un espectro autista porque el autismo puede presentarse en muchos grados. No es un trastorno unitario, sino «un cúmulo de factores subyacentes», y aparece con distinta intensidad en las personas: hay autistas incapaces de hablar y autistas a los que apenas se les nota el trastorno.

Por ello Silicon Valley tiene una nutrida comunidad de personas dentro del espectro.

Llevan vidas normales, pero tienen una alta capacidad para las matemáticas, el análisis, la lógica y la memorización de datos. El «apareamiento selectivo» entre hombres y mujeres que transmiten genes de autismo ha creado en Silicon Valley una comunidad tolerante y tecnológicamente avanzada.

Jan Johnston-Tyler, fundadora de la empresa Evolibri Consulting y madre de un niño con autismo altamente funcional, cree que el autismo es uno de los pilares de esa agrupación tecnológica: «Silicon Valley se construyó sobre la neurodiversidad: así es como llegamos hasta aquí».

Por primera vez en la historia, un grupo de personas con autismo ha conseguido cambiar la imagen que se tenía de ellos. Han creado un ambiente que no solo tolera sus múltiples personalidades, sino que las acepta como rasgo constitutivo.

Original.

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