Incapacidad aprendida: El poder de una actitud


“Si los padres y los maestros tuvieran una ligera idea de su “poder” cuando comienzan a repetir, como sin querer, que un hijo o un alumno es “malo” o incapaz para algo, muchos desviarían el camino antes de generar daños que podrían acompañar a una persona toda la vida.”

Cuántas veces nos hemos sentido incapaces de hacer algo. Así, simplemente porque sí, porque no tenemos el control, porque de alguna manera sabemos que no podremos. La psicología ha dado un nombre a ese sentimiento: Incapacidad Aprendida. También ha trazado caminos para enfrentarlo cuando deriva en un problema de aprendizaje serio o añade nuevas cargas a quienes ya, de por sí, tienen necesidades especiales.

Por lo general, el sentimiento de incapacidad respecto de algo – el manejo de las matemáticas, por nombrar uno de los ejemplos más comunes – es resultado de la ausencia de control sobre una situación y es reforzado por la expectativa de que, en situaciones futuras, las circunstancias no cambiarán.

Hacemos nuestro, entonces, como señala la doctora Celina Girardi, del Centro de Investigación de la Universidad Intercontinental, “un sentimiento de impotencia, de indefensión, que genera desesperanza y, finalmente, depresión. De alguna manera sabemos, porque así lo hemos ‘aprendido’, que hagamos lo que hagamos, los resultados seguirán siendo los mismos.”

Gestación de una incapacidad
La Incapacidad Aprendida es generada por la presencia de tres aspectos:
– La ausencia de control sobre las situaciones de lo cotidiano.
– La atribución de esta falta de control a factores internos (falta de habilidad o de esfuerzo personal). O bien, a factores externos “Poderosos del Microcosmos” (el medio, los padres, los hermanos, los maestros) o a los “Poderosos del Macrocosmos” (las instituciones, el gobierno, la suerte, Dios…)
– La depresión, cuya profundidad será mayor en la medida en que el control sobre la situación disminuya.

“Cuando las personas – explica Celina Girardi – se enfrentan a situaciones que no pueden controlar, presentan alteraciones cognitivas, motivacionales y emocionales. Pero el sentimiento de Incapacidad Aprendida no es resultado de la simple experiencia de falta de control de una situación, supone, también, la expectativa de que, en el futuro, los resultados continuarán siendo incontrolables”.


Así, la Incapacidad Aprendida es la resultante de una secuencia de situaciones de fracaso o de pérdidas que conducen a un sentimiento de indefensión. Y es que, cuando percibimos que nuestras acciones – por más que lo intentemos – tienen siempre los mismos resultados, la motivación se debilita hasta perderse, derivando sucesivamente en agresividad, búsqueda de culpables, apatía y, más tarde, tristeza y desesperanza. Entonces, la Incapacidad Aprendida se instala, minando finalmente la autoestima del sujeto”.

En el caso de niños y adolescentes, este panorama suele gestarse en el seno de las relaciones padres e hijos, básicamente en tres escenarios:

– “Cuando los padres (o uno de ellos) son extremadamente autoritarios – señala la doctora Girardi – y reservan para ellos todo el control de una situación, impiden el aprendizaje y la independencia. Entonces, el hijo no percibe dónde puede empezar a asumir responsabilidades, a aprender a través de sus fracasos o de las distintas situaciones que le presenta la vida”.

– Cuando la balanza de las relaciones familiares se carga al otro extremo. “La indiferencia hacia un hijo impide también la identificación de límites, gestando problemas similares”.

– Finalmente, la sobreprotección puede ser un detonante de este sentimiento de indefensión. “Los padres de hijos únicos o de pequeños con problemas de aprendizaje o con necesidades educativas especiales, suelen tener mucho miedo de dejar a su hijo enfrentar solo ciertas circunstancias. Irónicamente, con el fin de evitarles fracasos, tristezas, frustraciones o desánimo, pueden agregar un peso más a la carga. Y es que la excesiva sobreprotección no favorece la independencia ni genera sentimientos de responsabilidad”. Más bien parece lograr lo contrario: el sentimiento de que somos incapaces de hacer algo y que – después de varios intentos – más nos valdría tirar el arpa y no volverlo a intentar.

El camino de regreso
Básicamente, la terapia para combatir una Incapacidad Aprendida consiste en identificar las causas de la desesperanza, analizar las concecuencias que ha tenido esta falta de control y a quién se atribuye, detectar los miedos de los padres que se encuentran en el origen del problema o la conflictiva familiar que ha podido anidar la situación. Un trabajo delicado permite, entonces, tomar el camino de regreso que conduce de la desesperanza a la esperanza.

Si la incapacidad detectada se limita a un área, las cosas serán más fáciles. No obstante, cuando el sentimiento de indefensión se generaliza, invadiendo distintas situaciones de la vida, el panorama se complica, haciendo más difícil restablecer el aprendizaje, desandar el camino y “desaprender” la incapacidad.

Trabajada por psicólogos clínicos (como indefensión) y, desde el punto de vista pedagógico, por psicólogos educativos y sociales (como Incapacidad Aprendida), el tratamiento destaca la gran importancia que puede tener un estímulo en lugar de un menosprecio, la independencia en lugar del control excesivo, la confianza en lugar del miedo y señala la recuperación de la autoestima como una de las rutas de regreso al control y a la reducción del sentimiento de indefensión.

Igualmente, coloca focos rojos en aquellas relaciones intrafamiliares en las que son los padres los que asumen todas las decisiones (o ninguna de ellas), contribuyendo al desarrollo de un sentimiento de incontrolabilidad en el hijo. De ahí, el surgimiento de conductas indeseables es casi una consecuencia lógica: dependencia, sumisión, depresión, apatía, indefensión; sentimientos de Incapacidad Aprendida.

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