Enseñanzas de la atención temprana

Son ya cerca de cuarenta los años en que los programas de atención temprana se han extendido por toda España, y constituyen un firme baluarte para promover el desarrollo de niños nacidos con riesgos o problemas especiales: prematuros, niños con discapacidad de muy diversas naturalezas, niños en desventaja por razones diversas. Son muy variados los tipos de programas que se aplican. Unos, en función del específico problema que el niño plantea; otros, de carácter más general tratando de cubrir un gran abanico de necesidades; y otros, en función de la especialización de quienes los dirigen y ejecutan. Esta gama de formas de aplicación de la atención temprana hace difícil una evaluación de su real utilidad, de sus resultados directos e indirectos, de su eficacia a corto, medio y largo plazo, y de la posibilidad de elegir el método más adecuado para una circunstancia o necesidad concreta.
Paulatinamente, y de modo no siempre fácil, se ha ido aceptando la importancia que la acción de los padres tiene en los programas de atención temprana. No faltan, sin embargo, quienes a estas alturas la cuestionan y consideran que el trabajo real, positivo, es el que los profesionales realizan en sus servicios y gabinetes. Otros admiten que los padres puedan estar presentes en los minutos y horas en que los niños son atendidos, con el objetivo de que aprendan y después repitan en sus casas los ejercicios, todas las veces que consideren necesario. Hay incluso programas en que los profesionales van a los domicilios para, una vez conocido el entorno real de la familia, se elijan las acciones más ajustadas a su mundo real.
Cuando se evalúa de manera objetiva la eficacia de estos abordajes, el resultado a largo plazo puede resultar desesperanzador. Porque no se ha tenido en cuenta un principio fundamental: que la acción de los padres es decisiva en el desarrollo de un niño durante los primeros años, cualesquiera que sean sus condiciones. Relegar a los padres a una acción complementaria e imitadora de la del profesional, para que copie unas cuantas intervenciones, es olvidar que los padres disponen de miles de oportunidades naturales a lo largo del día para influir de manera activa sobre el desarrollo de su hijo.
Un programa racional de atención temprana no puede prescindir de esta realidad. Muy al contrario, debe tomar como principio básico que los agentes sustanciales, permanentes y de mayor impacto sobre el desarrollo del niño son sus padres: más o menos listos, más o menos acomodados. Por muy diversas razones de carácter social y afectivo que no hace falta mencionar. Pero no está de más aportar este otro dato. En un cálculo más bien conservador, se ha estimado que el número de oportunidades de interacciones que los padres tienen con sus hijos a lo largo de un año alcanza el número de 220.000, frente a las 18.000 que tienen profesores y terapeutas en el mejor de los casos.
¿Dónde, pues, deben los profesionales poner todo el acento en sus programas? Con independencia de los ejercicios y tareas concretos que el estado del niño requiera, han de poner su énfasis en conseguir que los padres potencien, activen y desarrollen esa peculiar sensibilidad para responder siempre de forma activa y empática a cualquier insinuación, gesto o intento del hijo. Los padres disponen de cualidades innatas para practicarla, pero necesitan orientación, entrenamiento, modelaje, indicaciones, apoyos, para que realmente se enfrasquen en esa actividad que va a ser auténticamente decisiva.
Esto no es pretender que los padres actúen como profesionales. Todo lo contrario. Es conseguir que los padres desplieguen el inmenso abanico de recursos de que disponen, de forma constante y paciente, con el fin de aprovechar las múltiples oportunidades a lo largo de su prolongado y variado contacto con sus hijos, para promover así su desarrollo. Esa sensibilidad para responder activamente no sólo favorece la relación y el vínculo sino que fomenta la frecuencia con que los niños aprenden y realizan conductas propias del desarrollo; es decir, influye sobre el núcleo fundamental del aprendizaje que se traduce en la atención, la iniciación, la persistencia, el interés por la cooperación, la atención conjunta y el afecto. El aprendizaje y el desarrollo de los niños es un proceso continuo que ocurre en cualquier situación en la que los niños se encuentren activamente implicados. El cuándo y el dónde los niños aprenden nueva información o habilidades propias del desarrollo vienen determinados por aquello a lo que prestan atención y por aquello que realmente les interese o les emocione.
Poco tiene que ver, si es que tiene algo, con si los adultos están intentando activamente enseñar a los niños o proporcionarles experiencias especiales que les ayuden a aprender. Es tan probable que los niños pequeños aprendan nueva información o habilidades cuando se despiertan por la mañana, o mientras desayunan, están en la bañera, juegan con sus padres o viajan en coche, como cuando están en una clase de guardería o preescolar, o cuando reciben instrucción especial de terapeutas u otros especialistas en desarrollo infantil. La capacidad inigualable que los padres tienen para influir en el aprendizaje de sus hijos en desarrollo proviene del hecho de que son los que con mayor probabilidad están ahí justo cuando los niños están dispuestos a aprender.
De esta manera, los avances son generalizados, no en tal o cual habilidad, sino en aquellos dominios realmente fundamentales que incidirán de manera profunda y permanente en el desarrollo del niño: su funcionamiento cognitivo, su habilidad comunicativa y su estado socioemocional.
Una cuestión final. ¿No les parece que esto que vamos aprendiendo en la educación de nuestros hijos con discapacidad, puede ser igualmente aplicable a los hijos que no la tienen? ¿No creen que es un error sustraer horas de interacción padres-hijo, con el señuelo de que el progreso real se encuentra en las actividades dirigidas por profesionales durante unas horas de guardería o de aula?
Obviamente, no son opciones contrapuestas. Lo que pretendo es llamar la atención por la imperiosa necesidad de que los padres promovamos esa sensibilidad permanente para responder activa y positivamente (no permisivamente, quede claro) a los más mínimos reclamos de nuestros hijos desde la cuna, porque eso va a ser lo que va a incidir de manera más constante y decisiva sobre su futuro en el desarrollo de su funcionamiento cognitivo, su habilidad comunicativa y su estado socio-emocional.
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