El Síndrome de Down se normaliza en el teatro

Encenando

Hace cosa de un mes, Pablo Pineda, primer y único actor con Síndrome de Down en alzarse con una Concha de Plata en el Festival de San Sebastián, se sentaba en el sillón Chester de Cuatro para ser interpelado por Pepa Bueno. A la inquisición de la periodista sobre la existencia de grados en este trastorno genético, el intérprete le replicó que tenían las diferencias propias de todas las personas, para después espetarle: «No te ofendas, pero tú tampoco eres Naomi Campbell«.

En 2009, su debut en el cine en la película Yo, también (Álvaro Pastor y Antonio Naharro), lo erigió en modelo para muchos otros aspirantes a actor con una copia extra del cromosoma número 21. La gran pantalla da mayor proyección al ejercicio del oficio de intérprete, pero las artes escénica ya hace décadas que perseveran en la normalización de su presencia.

El próximo 31 de mayo llega al TAC de Catarroja Olivia y Eugenio, tragicomedia interpretada por Concha Velasco y los actores con síndrome de Down Hugo Aritmendiz y Rodrigo Raimondi. Lo habitual es que los espectáculos que cuentan con un intérprete con esta trisomía queden enmarcados en festivales de arte integrado, pero no es el caso de este montaje, una rara avis en la cartelera teatral.

«Ha habido varias películas en España y en el extranjero donde han participado personas con Síndrome de Down, pero hasta donde hemos podido averiguar en Olivia y Eugenio es la primera vez donde actúa uno de ellos durante toda la obra», advierte su dramaturgo, Herbert Morote.

ENSAYO SOBRE LA CEGUERA

Para una actriz con la trayectoria de Concha Velasco, este «monólogo compartido» supuso un reto. Su longevidad sobre el escenario no sumó muescas suficientes para la dificultad que le supusieron los ensayos. «Me gustaba tanto el texto que no vi la dificultad de su puesta en escena, y los ensayos fueron durísimos. Estos dos actores están preparadísimos, hacen todo absolutamente perfecto, porque cuando aprenden algo, ya no se les olvida nunca, pero si en alguna escena cambiaba un pie o un movimiento, no salían al paso. Ahora, en cambio, si mi sensibilidad de actriz me pide una variación, Hugo y Rodrigo están atentos», argumenta la veterana actriz.

Velasco confiesa que un problema de vista le había amargado el carácter en el último año. La memorización del texto fue muy sufrida, porque tuvo que emplear lupa para su lectura y ampliar el tamaño de la letra, «con lo que perdía el sentido de frases completas».

En un momento de la representación, su hijo en la ficción le dice: «Haz un esfuerzo». Es un instante que resume la percepción que la intérprete tiene del valor que aportan Hugo y Rodrigo al personaje de Eugenio: «Nadie lo diría como ellos. La interpretación de este papel nunca tendría el encanto y la honestidad que estos actores le dan».

Al contrario de lo que temió en un principio, sus compañeros de reparto mostraron una profesionalidad dotada de un plus de camaradería. «No es lo mismo hacer una película o una serie, en las que se puede repetir y volver atrás, que estar en escena todo el tiempo en una obra que dura una hora y 40 minutos durante los que tienes que cumplir en cada momento con tu trabajo. A mí al principio me preocupaba. Pero no sólo demostraron su valía actoral con creces, sino que me ayudaron en mi ceguera. Se daban cuenta, me cogían de la mano para colocarme en el espacio del escenario al que debía dirigirme. Eran conscientes de que no fingía«, aprecia la septuagenaria intérprete, Premio Nacional de Teatro en 1972.

Entre los logros de su director, José Carlos Plaza, está el de haber rehuido todo sentimentalismo. «Nos hallamos ante una obra de teatro, no es un cursillo acelerado de padres y madres con chicos con Síndrome de Down», advierte Velasco.

PADRES CORAJE

«Un ser entrañable -de esos que calificamos con horrendos y equívocos epítetos para diferenciarlos de nosotros los patéticos normales. Un ser marginado socialmente, uno de esos seres que hemos decidido que estén aparte, nos da una lección de vida. Nos muestra donde está la autentica realidad, los auténticos valores, la vida auténtica». Así resume José Carlos Plaza el mensaje que subyace en Olivia y Eugenio.

La pieza relata la asunción de una enfermedad terminal por parte de la madre de un treintañero con Síndrome de Down. «Es una obra con la que muchos padres pueden empatizar, porque se habla del día a día. Al principio hay progenitores que no aceptan a sus hijos, llegas a sentir rechazo, pero luego te das cuenta del error, porque te aportan cosas que no te dan los hijos llamados normales«, comparte el portavoz de la asociación Asindown de Valencia, Francisco Cubells.

La fundación que representa aplaude la existencia de un montaje así, porque abre los ojos a su capacidad.

«El papel del arte es fundamental en su inclusión, pero nuestra razón de ser va más allá, aspiramos a que actores profesionales con síndrome de Down interpreten el rol de personajes normales. Para referirse a ellos se suelen emplean términos como «pobrecitos». Hasta en la RAE se designa este trastorno genético como una enfermedad, cuando no lo es. Por supuesto, tienen unas limitaciones, pero pueden desarrollar todo trabajo. Cada uno tiene sus niveles de inteligencia y su vocación, unos pueden ejercer como ingenieros náuticos y otros, como jardineros».

Y en España, desde 1980, como actores y bailarines profesionales.

VIRTUD EN LA DIFERENCIA

La compañía pionera en estas lides es Psico Ballet de Maite León. Su fundación trabaja desde 1980 en la formación escénica de personas con discapacidad física, psíquica o sensorial. «Creemos en la integración de cuerpos, mentes o edades como forma de expresión enriquecedora y múltiple y por ello nuestros espectáculos buscan la armonía y la fusión de personas muy distintas entre sí«, exponen desde el centro, que en este momento tiene en cartel cinco montajes, Obsolescencia programadaPara los que sueñanUn mar de sueñosLa Gioconda y Máquina letal.

Los madrileños no están solos en su lucha por ampliar los horizontes de las artes escénicas. El Tinglao, también en Madrid, Flick Flock Danza, asentados en Cádiz, los valencianos Moments Arts, y Jordi Cortés, desde Barcelona, con su compañía Alta Realitat, destacan entre el grueso de compañías estables.

«La única manera de dejar de mirarnos como extraños, es crear un espacio de aprendizaje, un espacio de creación y un espacio de comunicación donde todos podemos aportar desde nuestra diferencia, para permitir que nuestra singularidad ofrezca una visión más rica de la vida y del arte«, plantea el coreógrafo, bailarín y docente Jordi Cortés.

En Sevilla, Danza Mobile hace nueve años que dio un paso adelante, y a su labor de formación a través de una escuela de danza y un centro de arte, y la producción de espectáculos de primer nivel en su compañía homónima, sumaron una muestra internacional de danza de arte y discapacidad, el Festival Escena Mobile.

«Los espectáculos que programamos tendrían que estar dentro de los circuitos normales de exhibición. No habría que organizar estos festivales, pero hoy por hoy son necesarios para que el público vea que sus intérpretes son profesionales», opina la fundadora de Danza Mobile, Esmeralda Valderrama.

DE LA INVISIBILIDAD AL PATERNALISMO

Las personas con Síndrome de Down han pasado de la invisibilidad y el encierro en el hogar padecido en el pasado al proteccionismo de nuestros días. «El paternalismo sigue existiendo, porque todavía no hacemos inclusión. Ya hay colegios de integración, consumidores de cultura y agentes de cultura, pero todavía hemos de quitarnos el estereotipo de «qué cariñosos», porque lo sigo oyendo, igual que la frase: «Está enfermo de Síndrome de Down». Queda mucho por hacer», expone Valderrama, cuya compañía fue clave en la gesta del mencionado éxito cinematográfico Yo también.

Álvaro Pastor y Antonio Naharro buscaban de qué manera transmitir al público la complejidad de su protagonista. Hallaron la solución en el trabajo de Danza Mobile: «Encontramos en la danza el vehículo de la expresión más intima de las personas con Síndrome de Down Una oportunidad extraordinaria que además aporta a la película belleza formal, movimiento y emoción sin palabras«.

Conseguir la máxima de la compañía, «ritmos iguales, rasgos diferentes y un mismo lenguaje», requiere una dedicación extra, pero los resultados reportan su consiguiente gratificación.

«Cuando trabajas con personas con Síndrome de Down la forma de trabajar es diferente, pero, como con el resto, es a base de esfuerzo, repetición y ensayo. Es gente preparada para ello, y aunque no me gusta magnificar, he de decir que su entrega es absoluta, y su sinceridad y su honestidad cuando muestran su trabajo, enormes. A la hora de ejecutar no piensan en ser juzgados, ya sea ante un público de dos personas o en el Teatro Central de Sevilla», compara Valderrama.

La coreógrafa ha evitado desde el principio la trampa del compadecimiento y lo primero que advierte a los grupos con los que trabaja es que todos somos personas, diferentes unas de otras. Y unidas y con confianza recíproca, pueden extraer riqueza de la diversidad y pujar por la integración.

'En mis cabales', de la compañía José Galán (participó en el Festival 10 Sentidos de Valencia)

«Cuando ves un cuadro o una pieza de música no sabes quién está detrás, de modo que no lo juzgas por la capacidad de su autor, pero en las artes escénicas expones tu persona, de forma que el espectador, una vez lo ve, se quita de la cabeza que está ante una persona con discapacidad, porque sólo repara en un buen intérprete. Si quieres cambiar esta imagen, hay que hacer espectáculos de calidad. Todo pasa por la calidad», sentencia Valderrama.

LA CALIDAD ES LA CLAVE

Desde el Festival 10 Sentidos de Valencia, secundan esa máxima. Una de sus codirectoras, Meritxell Barberá, así lo subraya: «Los directores de festivales y programadores solo deberíamos atender a la programación en términos de calidad, sin remarcar las posibles discapacidades de los artistas participantes. Para que se pueda lograr la inclusión real de artistas con discapacidad, física o intelectual, hay que apelar al nivel de calidad igual que en aquellas obras donde no hay, aparentemente, artistas con discapacidad«.

La muestra, que en octubre celebrará su quinta edición, dedica una mirada especial a las obras que apelan a la solidaridad y la acción social, «aquellas que muevan conciencias y que hagan avanzar a nuestra sociedad en términos de igualdad y protección de grupos en riesgo de exclusión social».

En 10 Sentidos conviven propuestas de artistas con y sin discapacidad, sin medir los porcentajes, «no es solo un festival integrador, es principalmente un festival de artes escénicas y plásticas que tiene un discurso sensible a la acción social», destaca Barberá.

Por sus cuatro ediciones han pasado contrastados espectáculos de danza contemporánea, Dame un segundo, de Danza Mobile, y Artificial things Tracking, de la compañía inglesa Stopgap Dance; flamenco, En mis cabales, de Compañía José Galán; danza-teatro, Nada me dice nada, de Alteraciones; música, a cargo de los belgas The Choolers, y cine, La caja, de Asociación Cinesín de Valencia.

 

Original. 

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