El milagro de una muestra de afecto espontánea


 

Nota de la Autora: No hace mucho invité a los usuarios de mi Foro sobre Autismo en Facebook a relatar: “Algo que en realidad te hace mucha falta.” El comentario que más me conmovió y que resonó mucho conmigo fue “Sencillamente un abrazo fuerte y auténtico de mi hijo.” A continuación, Candace Brochard, mamá de un joven con Autismo, comparte su historia.

A pesar de que mi hijo Chris, de 29 años, es un Autista de alto funcionamiento, manifi esta algunas características típicas del autismo que se han mantenido desde la niñez.

Una de esas es la incomodidad que siente cuando lo tocan por lo que siempre le ha sido difícil demostrar su afecto de esa forma.

Sin embargo, como ha sucedido con casi todo a lo largo del desarrollo de Chris, su papá y yo intentamos mejorar esas conductas. El entrenamiento en lo referente al contacto visual, la toma de turnos, no golpear, etc. también abarcó el aprendizaje y la tolerancia hacia los besos y abrazos.

Pero con el paso del tiempo, al igual que sucede con otros adultos con desarrollo típico, Chris se ha hecho más complaciente. A los 29 años, se pone un poco tenso y se inclina para aceptar un beso y de repente hasta me da un beso rápido en la mejilla o le da una palmadita en la espalda a su papá. Casi siempre después de degustar su comida favorita, cuando me le acerco y señalo mi mejilla.

En realidad no tengo idea cómo se siente Chris con el contacto físico. Si sé que le gustan las personas y le encanta tenerlos a su alrededor. También sé que nos ama sin reservas. Lo único que no puede hacer es demostrarlo mediante el contacto físico espontáneo.

Pero hace unas semanas atrás, ¡tuvimos un pequeño milagro!

Chris vive en su apartamento en Oakland. Cuando viene de visita, manejamos desde nuestra casa en una ciudad cercana, lo recogemos en su trabajo, lo traemos a casa, cenamos juntos y luego lo devolvemos a Oakland. Cuando lo dejamos en su casa, con frecuencia sale del carro sin siquiera mirar para atrás…

Usualmente, después de su cena favorita, lo máximo que logra decirnos es “Gracias por invitarme.”

Me siento orgullosa y contenta con esa conducta social apropiada, a pesar de que el comentario suena como algo que ha memorizado en lugar de una expresión genuina de gratitud.

Pero hace unas semanas, cuando lo regresamos a Oakland, me estacioné en la acera próxima a su edificio mientras Chris se bajaba del carro. Habíamos tenido un día estupendo y una cena muy sabrosa.

Mientras él salía, yo mantenía la vista hacia delante, esperando el momento de unirme al tráfico.

Entonces, por el rabillo del ojo, vi que se inclinó, titubeó un poquito pero continuó y al fi n me dio un auténtico beso en la mejilla. “Gracias por invitarme a cenar, Mamá”, dijo.

¡Por primera vez en su vida, mi hijo me demostraba su afecto de manera espontánea y en esa forma maravillosa!

Un auténtico milagro que nunca olvidaré.

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