Discapacidad y sexualidad, complicado binomio

Antes de abordar el tema de la sexualidad en las personas con discapacidad, estableceremos dos puntos clave que determinarán multitud de cuestiones a lo largo del texto: la primera es que por definición, las personas somos seres sexuados. La segunda es que a pesar de ello, la cuestión de la sexualidad humana, mal que nos pese, continúa siendo un tema tabú.

La incomodidad social que supone tratar este tema fuera del ámbito privado se soluciona la mayoría de las veces sencillamente no tratándolo. En mayor o menor medida, cada uno termina siendo capaz de solucionar las cuestiones, problemas, dudas, que puedan asaltarle de puertas para adentro.

Cuando hablamos de personas con discapacidad, la cuestión del ‘puertas para adentro’ cambia radicalmente. Si una persona con una discapacidad física severa siente la muy probable necesidad de satisfacer sus necesidades físico-emocionales en términos sexuales, encontrará, a menudo, dos problemas fundamentales: necesidad de ayuda de terceras personas -como en muchos otros ámbitos de su vida- y, especialmente si vive en una residencia, una importante ausencia de espacios donde vivir su intimidad.

En el caso de las personas con discapacidad intelectual, el motivo por el que esta cuestión puede dar el salto del ámbito privado al público, no es tanto las dificultades de acceso como la falta de información y en ocasiones, de control al respecto por parte del implicado o lo implicados.

Tanto en un caso como en otro, una vez la cuestión sale del ámbito privado, serán por términos generales las personas del entorno del interesado las que terminarán siendo partícipes de la situación: profesionales y familiares.

El profesional de la residencia en la que vive esta persona, o del centro ocupacional o de día donde pasa varias horas cada jornada, puede encontrarse con que se ha establecido una relación sentimental entre dos beneficiarios, actitudes que demuestren una sexualidad activa por parte de alguno de ellos, o con que, directamente, uno de ellos le plantea alguna cuestión relacionada con el tema. ¿Cómo actuar entonces?

Un posible protocolo de actuación en situaciones como las planteadas es el método de intervención para profesionales ‘PLISSIT’, desarrollado por el psicólogo americano Jack Annon en la década de los setenta. Este sistema contempla cuatro estadios de intervención en problemas sexuales planteados por personas con discapacidad que determinan el grado de ‘intromisión’ de dicho profesional en la privacidad de la persona: la ‘P’ se refiere al ‘permiso’ que necesita la persona implicada para tratar el tema abiertamente, que por parte del profesional supondrá una actitud de normalización de la situación y de conciencia de que lo tratado es algo relevante. Algunos problemas se solucionarán simplemente con esta actitud de escucha.

Las siglas ‘LI’ responden a ‘Información limitada’, que se refiere a dotar a la persona de conocimientos acerca de temas básicos como la anatomía o el funcionamiento en general del propio cuerpo. ‘SS’, serían las ‘sugerencias específicas’ por parte del profesional para resolver problemas más complicados, por ejemplo, al diseño de prácticas concretas adecuadas a las necesidades de la persona en cuestión. Por último, ‘IT’ hace referencia a la posible necesidad de ‘Terapia intensiva’ para solucionar problemas complejos y profundos necesitados de un trabajo a más largo plazo.

A menudo el problema, la cuestión, la duda, puede ser planteada por la familia del interesado en lugar de por él mismo. En estos casos, fundamental recordar que estamos tratando la intimidad del hijo, hermano… y por lo tanto la cautela y respeto debe ser máximo. Sin embargo, para que la intervención sea efectiva, el hecho de que estemos hablando de la privacidad de la persona no debería ser un obstáculo para hacerlo abiertamente.

Una de las trabas más comunes que las familias encuentran a la hora de enfrentar las necesidades sexuales de su hijo o hija con discapacidad –especialmente cuando hablamos de discapacidad intelectual-, es la dificultad para aceptar que no son niños sino adultos y que por lo tanto, tienen necesidades adultas. Cuando la familia tiene una hija en lugar de un hijo, las dudas y reticencias se multiplican ante posibilidades que pueden tornarse pesadillas sin el debido asesoramiento: abuso, embarazo no deseado, enfermedad.

Llegados a este punto, nos enfrentamos a una cuestión un tanto peliaguda que en cierto modo resume muchas de las habituales consideraciones referidas a la sexualidad en las personas con discapacidad: la posibilidad de que deseen o les sobrevenga de forma involuntaria la paternidad o la maternidad, de qué modo afectaría esto a la familia o a la propia persona así como al futuro hijo, la disminuida libertad sexual de la mujer frente a la del hombre, la necesidad de encontrar los límites a la intervención de las familias y los profesionales de la vida privada del interesado… nos referimos a la opción de la esterilización.

Dejando a un lado desde luego la cuestión de la esterilización ‘en masa’ de personas con discapacidad intelectual, pues las connotaciones eugenésicas son tales que se escapan con mucho a los objetivos de este artículo, nos enfrentamos a dos cuestiones: la legalidad y la legitimidad de la esterilización de una persona con discapacidad intelectual con unas circunstancias vitales concretas. En referencia a la cuestión legal, vemos que en España, [1]“la esterilización de personas con grave deficiencia psíquica es lícita desde el año 1989”.

En el texto recogido por FEAPS (Confederación Española de Organizaciones a favor de las Personas con Discapacidad Intelectual), ‘Aspectos éticos y jurídicos de la esterilización de personas con discapacidad psíquica’ de José Antonio Seoane Rodríguez, dentro de la publicación ‘Sexualidad y personas con discapacidad psíquica‘, se hace un interesante análisis al respecto en el que se parte de la base de que la sexualidad humana “no ha de ser identificada con su significado procreador” que sólo sería una parte de una realidad mucho más extensa.

Así pues, propone el ejercicio de la esterilización en personas con discapacidad intelectual como una opción más, nunca como una obligación o un acto impuesto o punitivo, siempre y cuando no existan otros métodos anticonceptivos eficaces. Basa la posibilidad del empleo de esta medida en cuatro principios: la dignidad, la libertad, la igualdad y la protección de la persona afectada. Respetando estos cuatro principios, según el autor, estaríamos garantizando que dicha práctica se lleva a cabo con el único objetivo de defender el interés del afectado.

La cuestión del embarazo, la esterilización y su polémica, la falta de espacios para el desarrollo de la intimidad de estas personas, el miedo social a tratar ciertas cuestiones… es este un tema muy extenso y complicado por su propia importancia, pero no podemos dejar de afrontarlo por las dificultades que entraña. La educación sexual adecuada a la capacidad cognitiva de las personas con discapacidad, la progresiva formación de profesionales en este campo, así como el mantenimiento de una actitud positiva y abierta por parte tanto de la persona con discapacidad como por el profesional y la familia, pueden ir suavizando estas dificultades.

Si ante algo fundamental como el desarrollo de los aspectos afectivo-sexuales de cualquier ser humano tomamos la opción de cerrar los ojos en lugar de afrontarlo, podemos causar serios traumas en la persona afectada. Quizá una de las salidas sea no verlo tanto como un problema, sino más bien como una faceta de la vida en la que, como en otras, la persona con discapacidad necesita ayuda, asesoramiento e incluso en ocasiones intervención directa.

Es difícil determinar qué es exactamente lo correcto, donde acaba la obligación de ayudar a quien lo necesita y empieza la intromisión en su vida privada. Lo que sí está claro es que mantener una actitud ajena a esta realidad, simplemente dejarlo pasar o jugar a que la dimensión sexual de la persona con discapacidad no existe, solo puede acarrear sufrimiento, frustración y extrañamiento del propio yo a la misma.

Si trabajamos por la mejora de la calidad de vida de estas personas y queremos garantizar una existencia satisfactoria en la que puedan vivir plenamente, debemos hacerlo de una forma responsable, global, no permitiendo que nuestros propios tabúes, miedos, consideraciones morales, prejuicios, etc. medien en un ámbito tan fundamental del ser humano como cualquier otro.


Autora: Eva Carmona del Río
Fuente: Panoramicasocial.com

(Visited 18 times, 1 visits today)

Etiquetas