¿Depresión yo? ¡Pero si yo no estoy loca!

Depresión

No es coincidencia que los años anteriores a las primeras manifestaciones notables de la profunda tristeza que me invadiría, fueran emocionalmente desafiantes. Sin duda alguna, el parte aguas en mi salud mental fue la ruptura matrimonial de mis padres y su equivocado manejo antes, durante y después de su separación. Desprovista de un sólido soporte psicológico y emocional, y con un profundo dolor, realicé todos los esfuerzos a mi alcance para mitigarlo por medio de los discursos producto del desconocimiento social como «la vida no es fácil y «hay que echarle ganas».

A raíz de este suceso, me encontré cargada de inseguridades en pleno inicio de la adolescencia. Adicionalmente, mi mejor amigo fue desahuciado con un mes de vida. Tras esta noticia, día a día fui perdiendo energía, concentración y capacidad de ser quien era. Sin darme cuenta, desapareció el gozo por todo lo que antes me había sido placentero. Dormía mucho, comía poco y lloraba por horas a solas en mi cuarto, sin hablarlo con nadie, mas «echándole ganas».

A esa misma edad, una serie de situaciones sociales y escolares rebasaron mi habilidad para manejar el estrés y por primera vez sentí la necesidad de dejar de vivir. Si bien no morí en el intento, sí logré un «suicidio social». Fue así que a partir de entonces, me convertí en «la loca», dicho con amor o desaprobación, mas siempre loca, loquita o loquísima que deseaba ser una avestruz para no volver a asomar la cabeza al mundo. Afortunadamente, el primer tratamiento terapéutico que recibí me permitió funcionar lo indispensable para afrontarlo.

Dormía mucho, comía poco y lloraba por horas a solas en mi cuarto, sin hablarlo con nadie, mas «echándole ganas».

Tiempo después, tras la muerte de mi amigo, mi desequilibrio emocional aumentó. Así, la vida misma se había convertido para mí en un doloroso sinsentido carente de la empatía y la compasión de la mayoría. En varios casos fui la hija, hermana, nieta, amiga, novia, alumna y persona «problema» que «quería llamar la atención, que estaba fingiendo, mintiendo o exagerando» y que «no le echa las ganas suficientes para superar sus problemas», pues «todos los tenemos y no nos andamos cortando las venas». Sin duda, el apoyo incondicional de algunos fue clave para sobrevivir.

Los años que siguieron se caracterizaron por mi deseo constante de salir adelante en medio de una alta frustración amorosa, social, escolar y laboral. Dejar de sufrir fue la premisa en las desatinadas decisiones con las que buscaba desaparecerlo. De manera irónica y contraria a mi objetivo, me puse en situaciones altamente dañinas que alimentaron un círculo vicioso de frustración, angustia y desesperanza que un día se acompañó de los ataques de ansiedad que me incapacitaron aún más. Estos síntomas físicos se hicieron tan evidentes que fui a ver a un médico que por fin le puso nombre a tantos años: depresión. Y mi respuesta fue, «pero yo si yo no estoy loca».

Para ese momento mi deterioro era tal, que recibí más de un mal diagnóstico y de un inadecuado tratamiento. Mi rehabilitación física y mental requirió de años de funcionar apenas, en medio de crisis cada vez más fuertes, que se pudieron haber evitado si tan solo hubiera recibido la atención médica oportuna y adecuada desde la ruptura de mis padres. Sin embargo, nadie a mi alrededor –maestras, psicólogos escolares, pediatra o familiares– tuvieron la información correcta en el momento preciso para leer las señales de mi sufrimiento y tratar un episodio depresivo antes de que evolucionara hasta un trastorno. La ignorancia frente al tema es individual y familiar, aunque en última instancia es social y, por tanto, institucional.

La depresión es una enfermedad que no tiene relación alguna con la voluntad y que bien atendida se puede superar.

Hoy 7 de abril, se celebra el Día mundial de la salud y este año se enfoca a la depresión. En este marco, hablar públicamente de mi experiencia me brinda la oportunidad de capitalizar lo vivido a favor de otras personas que pudiesen identificarse. Por lo que es indispensable que sepas que la depresión es una enfermedad que no tiene relación alguna con la voluntad y que bien atendida se puede superar.

A su vez, la OMS la define como «…un trastorno mental frecuente, que se caracteriza por la presencia de tristeza, pérdida de interés o placer, sentimientos de culpa o falta de autoestima, trastornos del sueño o del apetito, sensación de cansancio y falta de concentración… puede llegar a hacerse crónica o recurrente y dificultar sensiblemente el desempeño en el trabajo o la escuela y la capacidad para afrontar la vida diaria. En su forma más grave, puede conducir al suicidio».

Es muy importante que tú o quien creas que la tiene, acuda al médico si presenta algunos de dichos síntomas por más de dos semanas. En México, se puede diagnosticar y atender en las clínicas de la Secretaría de Salud y para casos más avanzados en sus hospitales psiquiátricos.

Porque 2 de cada 10 personas que conocemos la podrían tener, es indispensable que #HablemosDeDepresión.

 

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