Ciegos y sordos, esperanza y actitud para conquistar el mundo laboral

Ciegos y sordos

Hacé caminito! ­Hacé caminito, que ya viene papá!». «Uy, uy, uy…». Ismael (3) manotea sus piezas de encastre tipo Rasti y las aparta con celeridad porque ve venir a José Colque (41). José quedó ciego a los dos años. Dice que tiene las retinas perforadas por una medicación que le suministraron para combatir una enfermedad infecciosa.

Es trabajador independiente. Vende en la vía pública artículos de temporada. Ahora se está preparando para convertirse en el primer consultor ciego de la marca de productos para la belleza y la salud Swiss Just. Su esposa, Verónica Velardez (40), le está dictando los instructivos y él los transcribe en Braille. A través de este sistema de puntos que traspasan hojas gruesas se escolarizó hasta que le quedó pendiente una sola materia de quinto año. Pero no siguió estudiando porque los recursos económicos de su familia no lo permitieron.

Ser ambulante para él conlleva una doble complejidad. Los rombos que se dispusieron en los pesos argentinos son marcas con impresión de tinta que tendrían un relieve diferencial para el tacto. Pero el uso de los billetes hace que esos símbolos pierdan su valor identificativo a medida que, por el uso, el papel moneda se deteriora. Además, innumerables obstáculos arquitectónicos le impiden movilizarse por sus medios. Veredas resbaladizas, irregulares o rotas, senderos adoquinados, garajes salientes o umbrales extendidos, cartelería mal ubicada…

Depender de la honestidad de los clientes para no perder dinero y de la buena educación de los extraños para cruzar y circular contra la pared son condicionantes suficientes para hacer claudicar a cualquiera. Sin embargo, a José el «doble de difícil» lo hace redoblar la esperanza.

La Organización de las Naciones Unidas calcula que mil millones de personas en el mundo viven con discapacidad. Desde 1992 instituyó una jornada: el 3 de diciembre, con el objetivo de llamar la atención y movilizar apoyos para aspectos clave relativos a la inclusión de estas personas en la sociedad y en el desarrollo. El foco es el empoderamiento.

Pero fortalecer a los grupos minoritarios implica invertir en empleos, salud, nutrición, educación y protección social. Del dicho al hecho… «No entiendo por qué adoquinaron las calles del microcentro. El que no tengan límites las veredas y las calles es peligrosísimo para nosotros. No sé si imitaron a algún país europeo, pero acá no hay conducta vial. La gente va distraída en sus cosas y no percibe que uno quiere pasar.

Incluso un día me puede llevar puesto un auto», reflexiona José desde el living de su casa. Luego, aunque reconoce que los tres niveles de educación se han abierto a la integración, apunta que las personas con discapacidad tienen que identificar sus posibilidades en el mercado laboral, antes de elegir una vocación. «Mis compañeros quieren ser periodistas deportivos o psicólogos; pero para mí ellos no tienen campo de acción. Un psicólogo debe interpretar imágenes, evaluar tests y requiere de un vidente que le sepa transmitir.

O un ciego no puede comentar un partido. Por ello los chicos se conforman con trabajos precarios u obtienen tres títulos hasta que encuentran un rédito», lamenta José.

Para que la integración resulte más que una palabra es preciso una mirada que trasponga la ceguera y la sordera, y vaya más allá de cualquier imposibilidad. Se trata de adentrarse en caminos que conduzcan al entendimiento de la condición humana en sus más dignas y elevadas aspiraciones: la libertad de expresar ideas y sentimientos, la autonomía en la construcción de los conocimientos y valores, y el respeto al modo de vivir y pensar del otro.

«Cuando nos casamos yo le dije que iba a ser sus ojos, y este es el mensaje que les quiero transmitir a todos: que sepan que son sus ojos. No es lo mismo tratar a un ciego como un paquete, colocarlo en un lugar que guiarlo asumiendo que depende de uno. Es ahí cuando se empiezan a descubrir muchas cosas», grafica Verónica Velardez, que dejó inconclusa su carrera de Educación Especial. «La gente no está preparada para esto, pero son detalles. En el afán de ayudarlo a bajar del colectivo lo levantan a José, cuando solo el gesto de orientarlo es suficiente para que él baje o recibirle las cosas que lleva en la mano, pero la gente es servicial», rescata.

«Soy sus ojos»
José y Verónica se conocieron en tiempos del Milagro. El aroma de los naranjos en flor de la 9 de Julio le dio un marco sugerente a la primera charla que mantuvieron. Ella es catamarqueña y había venido a nuestra provincia a explorar otros horizontes. Él le ofreció una novena. Hubo compra. También un particular entendimiento que se percibe entre ellos hasta hoy. Consultados acerca de su convivencia mutua, intercambian risas cómplices y alegan que sus altercados cotidianos se disparan por el desorden. «Yo soy muy metódico y jodido», admite él.

Añade que mantener en un lugar asignado cada objeto es primordial para una persona con ceguera y su entorno. «No hay peor cosa que buscar algo y no encontrarlo. Te agarra fastidio. Yo tengo toda una vida de haber tenido ordenado todo. La gente tiene que adaptarse a mí y no es fácil», advierte. Por ello Ismael habilita «caminitos» para su papá y organiza sus juguetes en tiempo récord. También lo auxilia al bajar las escaleras. Sin saberlo, está adquiriendo una conducta de mediador de la que Verónica es responsable.

José siente el cuidado de ambos y define su ceguera desde una perspectiva interesante: «Es un mundo de oído, olfato y tacto, que por suerte le llama la atención a la gente. Nos viven haciendo preguntas o poniéndonos a prueba. ‘¿Quién soy?’, te dicen para que los reconozcas por la voz», cierra.

 

Original. 

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