Burlas: Cuando las palabras duelen

Apodos, burlas abiertas o encubiertas, miradas insistentes o elusivas, formas abiertas o sutiles de exclusión. Todas duelen.

¿Por qué la gente se burla, acosa, excluye? Según el rabino Kushner, autor del libro Cuando las cosas malas le suceden a la gente buena, “muchas personas tienen miedo de quienes son diferentes. Las diferencias hacen que la persona se sienta vulnerable y, por lo tanto, asustada. En su miedo no sabe cómo ser empática con el otro. Las burlas hacen evidente que algo anda mal con la persona que ofende, no con la víctima”.

Si no hay una red de complicidad y apoyo en la familia, los defectos de este tipo de humillaciones pueden ser permanentes. Para Flor, quien tiene 45 años y parálisis cerebral, estas heridas aún duelen: “ésa es la razón por la que soy tan insegura y tengo tanta necesidad de buscar acep-tación de los demás”.

Por suerte hay algunas cosas que los padres podemos hacer para ayudar a nuestros hijos a lidiar con estas experiencias.

Primero, es importante hacer notar que a todos nos ha tocado, en alguna etapa de nuestra vida, que se burlen de nosotros, que nos pongan un apodo o que nos saquen del círculo de los elegidos. Las burlas son un problema muy generalizado en la primaria y los primeros años de secundaria; etapa en la que todos quisiéramos ser idénticos a los demás. Cualquier minúscula diferencia nos separa y nos señala: el color de pelo, la ropa, la forma de hablar, cualquier ligera diferencia nos vuelve sospechosos. Los niños molestan y ridiculizan a los que perciben como diferentes para asegurar su lugar en el grupo, para que nadie los tache –a ellos- de diferentes.

En esa etapa los entornos sociales nuevos son muy difíciles. Cuando los compañeros están familiarizados con la personalidad del niño, generalmente las diferencias desaparecen. Por eso es importante que los niños con discapacidad tengan continuidad en los estudios y permanezcan en los grupos donde ya los conocen, donde ya ganaron su lugar.

Es importante, también, entender que no todos los comentarios de los niños tienen una intención cruel. Algunos tienen curiosidad sobre la condición o tienen miedo de que se les contagie y lo que requieren es una explicación clara y sencilla.

Miradas que matan
Las miradas insistentes o las evasivas son muy molestas para el niño con discapacidad y para toda la familia.

“Cuando tenía nueve o diez años las miradas eran un grave problema para mí – dice Graciela, cuya hermana menor tiene epilepsia y una apariencia diferente-. Aunque quiero mucho a mi hermana no quería que saliera con nosotros porque odiaba que se nos quedaran viendo. Muchas veces les sacaba la lengua a los mirones. Hoy en día soy más civilizada y les explico la condición de mi hermana”.

Arturo tiene parálisis cerebral y está convencido que él no tiene por qué educar a todo el mundo, así que les pregunta directo: “¿qué me ves?”. Generalmente, la gente se siente cohibida cuando se le enfrenta y hasta se disculpan.

Rita se mueve con dificultad y eso hace que la gente la mire en la calle. “Ya estoy acostumbrada y no me molesta. A veces, si estoy de humor, me gusta hacer un experimento. Si alguien me está mirando lo veo directo a los ojos, sonrío y le digo: ¡hola!. Generalmente, los desarmo. Tengo dos o tres amigos que conocí así”.

Algunas veces las personas no tienen intención de lastimar con sus miradas. A veces podemos ser nosotros mismos quienes les damos una interpretación agresiva.

Desde la primera vez que llegamos al vestidor de la alberca esa señora nos miraba de manera insistente cuando yo ayudaba a mi hija a ducharse y a vestirse después de nadar. Un día me explicó su actitud: “no puedo evitar mirarlas. Tengo esclerosis múltiple y cuando las veo pienso que habrá alguien que me ayude así, con tanta naturalidad, cuando yo lo necesite”.

Las burlas, las miradas, los motes, las mil formas de exclusión son situaciones dolorosas y destructivas. No hay otra manera de verlo. En este mundo hay personas infelices y gente muy superficial que tiene miedo y es inmadura. Lidiar con ella es difícil, pero con el apoyo y la complicidad de la familia es posible.

Botellita de Jerez. Hay muchas formas de consolar a un niño que se siente lastimado. Aquí va una lista de tips de profesionales y de padres que han vivido la experiencia de apoyar a sus hijos:

Descalifique al agresor. Dígale a su hijo que los que se burlan y molestan son, generalmente, personas muy infelices que proyectan su miseria en los demás para desviar la atención de sus propias inseguridades.

Hablar de la herida alivia la pena. Escuche a su hijo. Si tiene que contar hasta diez veces lo que pasó para desahogarse, escúchelo. Muestre su enojo solidario pero tenga cuidado de no mezclar sus sentimientos con los del niño.

Si usted está demasiado afectado o siente lástima por el niño, en lugar de ayudarlo lo hará sentir peor.

Fortalezca su autoestima. Recuerde al chico todas sus capacidades y fortalezas para que pueda poner en perspectiva sus limitaciones. Ayúdelo a compartir sus sentimientos sin negar la realidad. Los padres tendríamos que validar los sentimientos del niño diciendo: “yo sé que duele mucho que te pongan apodos. A nadie le gusta que se burlen de él”. Una vez que sus sentimientos heridos han sido reconocidos y aceptados, el niño es libre de seguir adelante y pensar: “¿ahora qué hago?”,”¿cómo debo manejarlo la próxima vez?”.

Enséñele a ser asertivo. Confronte al burlón. Sugiera al niño que pregunte directamente al agresor: ¿por qué dices eso? Generalmente, esto hace que la persona piense lo que dijo y deje de agredir. El niño puede agregar “qué suerte que yo tengo otra opinión de mí mismo”.

Recuerde a su hijo que la gente puede pensar de él lo que quiera, pero que usted, él y su familia saben quién es él realmente y cuánto vale.

Alerte a los maestros o supervisores cuando sea necesario. Si las burlas en la escuela son particularmente hirientes o persistentes, quizá sea necesaria la intervención del maestro o el director para aliviar el problema, pero tenga cuidado porque a veces la reacción de los adultos avergüenza al niño y esto sólo empeora las cosas.

Ignore la agresión. Aunque todos sabemos que ignorar al agresor es una buena estrategia porque se queda sin la reacción que estaba esperando, es muy difícil hacerlo. Especialmente cuando estamos lastimados y furiosos. Pero si no podemos ignorarlos, por lo menos podemos, a veces, fingir que lo hacemos.

Use el sentido del humor. El buen humor es una receta que sirve para casi todo. También funciona en estos casos. A José Ignacio muchos niños le preguntan con curiosidad porqué no tiene brazos. A veces él les contesta muy serio: “¡se me cayeron por preguntón!” A veces es hasta el día siguiente que se nos ocurre una respuesta ingeniosa o una frase irónica.”Le hubiera dicho…”, pensamos. Guarde estas frases en su repertorio para usarlas la próxima vez.

Ojo por ojo. Si su hijo puede responder la agresión en los mismos términos: apodando, burlándose o hasta golpeando al agresor, anímelo a hacerlo. Entre niños de la misma edad eso sí vale.

Ningún método funciona para todos ni en toda ocasión, así que es importante que los padres y los niños experimenten y ensayen con diferentes respuestas.

Los hermanos tienen y pasan por edades distintas. Nosotros, los padres, que también cumplimos años, pasamos por etapas y modos de pensar que quizá se ajustan más a nuestro estado de ánimo que a la propia realidad.
La karateka está ahí todos los días; unos se hace más presente que otros, puede que para recordarnos que en el 21 ella tiene 3 cromosomas y que, de algún modo, esa tercera parte de sí misma debe ser aceptada, asumida y educada por el resto de su familia en función de los cambios personales de cada uno de ellos. No es fácil, bien es cierto, pero tampoco tan difícil como lo pintan algunos… al menos, de momento.

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