Autismo y química cerebral

Martín Caicoya Médico dice que el enamoramiento produce una tormenta neouroendocrinológica, un estado alterado, casi siempre delicioso, desgraciadamente pasajero. No estoy seguro de la biología del enamoramiento en los humanos. Se conoce mejor la de algunos animales, como la de los diminutos ratones de las praderas «Microtus ochrogaster».

En estos seres el amor o, más bien, hacer el amor cambia el cerebro. Cuando lo hacen se producen unas transformaciones químicas permanentes en los genes que regulan el comportamiento sexual y la tendencia a la monogamia. No es la única especie animal que opta por la monogamia. La de los ratones de la pradera incluye compartir todas las tareas de cría, desde hacer el nido hasta cuidar a prole. Hace ya muchos años que se sabe que estos animalitos cuando se aparean por primera vez segregan mucha oxitocina y vasopresina, hormonas que las mujeres fabrican al final del embarazo. Los ratones de la pradera vírgenes apenas tienen oxitocina, lo mismo que los ratones del mismo género pero llamados de monte («M. montanus»), que prefieren tener muchas parejas. Basta que los primeros tengan el primer contacto sexual para que se eleve la oxitocina en sangre o que a los segundos se les administre oxitocina para que se vuelvan monógamos.

Ya hace muchos años que Monod y Jacob describieron los finos mecanismos de expresión de los genes. Se dieron cuenta de que la mayoría de las veces están inactivos y de que para que se expresen hay que bloquear la enzima que impide que expongan sus moléculas: el DNA se desenrosca y pone esa parte a disposición del RNA para que lo reproduzca. Sugiere una hembra exponiendo al macho sus órganos sexuales preparados para el apareamiento. Es casi como una copulación. Siguiendo a Jacob y Monod, un grupo de la Universidad de Florida inyectó en el cerebro de ratones de pradera vírgenes, concretamente en la región del nucleus accubens, el que se considera centro del placer y la recompensa, una sustancia que bloquea la enzima que impide al DNA mostrar los genes que fabrican oxitocina. El resultado fue el esperado: los ratones se vuelven más cariñosos y dispuestos a establecer lazos. Además comprobaron que en el nucleus accubens se expresaban los genes de forma muy parecida a como lo hacen cuando los ratones se aparean. Pero para que los lazos sean permanentes se precisa algo más. Fue lo que demostraron con el experimento. Colocaron a los ratones vírgenes juntos en cajas durante seis horas, sin permitirles aparearse. Entonces inyectaron la sustancia. El resultado fue que se hicieron pareja.

Que la oxitocina sea la hormona que facilita las relaciones emocionales y la confianza hizo pensar a los estudiosos de las enfermedades que hoy se denominan del espectro autista que podría ayudar a estos pacientes. Ya se sabe que las personas con autismo tienen dificultades para experimentar y trasmitir emociones. Hace ya casi diez años que la revista «Nature» publicó un artículo en el que mostraba que con esta hormona mejoraba en su capacidad social y disminuía el comportamiento repetitivo que a veces caracteriza a estas personas. Pero hay otros estudios que no encuentran beneficio o incluso se muestran perjuicios: comportamientos conspirativos, sentimientos competitivos, agudización de los síntomas en personas que ya son hipersensibles a los estímulos sociales. Pero desde entonces los padres de los niños con problemas de esta clase están ilusionados y esperanzados, y muchas veces se atreven ellos mismos a comprar la hormona y administrarla. Ahora se publica un pequeño estudio en el que se demuestra que la administración intranasal de oxitocina eleva la actividad cerebral en aquellas áreas relacionadas con los estímulos sociales significativos, mientras que las atenúa frente a estímulos no significativos socialmente. Lo más atractivo de este estudio es que si con la oxitocina se pueden estimular las áreas cerebrales involucradas en la conexión social es que están ahí, que no es un problema estructural, sino funcional.

Pero no hay que echar las campanas al vuelo. Lo que se sabe es todavía menos de lo que se ignora. Por ejemplo, si a los ratones de la pradera se les administra repetidamente oxitocina acaban apareándose con cualquiera y si se administra a personas sanas se vuelve muy xenofóbicas. Los investigadores, que ya tienen fondos para repetir el estudio con más personas y más tiempo, consideran que la oxitocina podría emplearse más que como un tratamiento continuo, como una ayuda para que los niños respondan mejor a las terapias conductuales o a las experiencias específicas sociales. La idea es colocar al cerebro en una actitud receptiva. Aunque todo, al final, sea química, no se debe olvidar que como seres sociales mucha química cerebral se crea en ese medio. Reforzar los circuitos mediante experiencias satisfactorias es más prudente que confiar en que una sola sustancias resuelva un problema complejo.
Fuente: lne.es

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