Asociación imparte talleres de fotografía para invidentes

Ciudad de México, México. – Alejandra Rivera no ha visto la luna, el mar ni el rostro de su sobrino: es ciega de nacimiento. Hace algunos años, cuando Gina Badenoch le puso una cámara en las manos y le pidió hacer fotos, no quiso, no pudo creer que podía hacerlo. Desconfió de lo que escuchaba.

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—Es una locura —dio un paso atrás—. Nunca he visto una cámara. ¿Cómo puedo tomar una fotografía si no veo? ¿Qué es una imagen con movimiento y una imagen borrosa?

Era el primer taller que Gina Badenoch impartía desde que tuvo la idea de hacer cosas que ayudaran a volver visibles a los ciegos y los débiles visuales, en una sociedad comúnmente ciega a las personas con alguna incapacidad. Pensó un instante, atajó a Alejandra, le pidió paciencia.

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–Toca esto —le entregó una botella de refresco—. ¿Qué sientes ahora?

–Está fría. Y aquí —leyó con los dedos— está el nombre de la bebida.

Gina colocó un kleenex sobre la botella y le pidió volver a palpar las letras.

–Ahora la textura no es tan clara. No puedo percibir el mensaje, pero sé que es una botella.

Eso mismo sucede con una imagen borrosa —le explicó Gina—. Puedes ver el contexto, pero no los detalles. Le dijo que una foto con movimiento era algo parecido a cuando estás parado en el andén y pasa el metro a toda velocidad. En otras ocasiones, con Alejandra y otros alumnos, Gina se vendó los ojos para tratar de entender cómo percibe y enfrenta la vida una persona sin vista.

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Unas semanas después, cuando Alejandra comenzó a creer que era una ciega capaz de tomar fotografías, salieron juntas al mar en Mazatlán. Meses atrás Gina Badenoch había empezado a estudiar el mundo de los fotógrafos ciegos —Evgen Bavcar, Flo Fox y el mexicano Gerardo Nigenda— y sabía que quienes no ven de nacimiento se sienten atraídos por los elementos sensoriales: las plantas, el agua, la tierra, cosas más claras al tacto y al olfato.

Cuando estuvieron en la orilla y las olas rozaron sus tobillos, Alejandra le pidió que le describiera el mar.

—Mejor descríbelo tú y yo lo complemento –le pidió Gina.

—Es muy amplio –dijo Alejandra–. Siento que las olas rebotan en mis pies, el agua entre mis dedos y un cosquilleo. Como si alguien me diera besos en todo el cuerpo. El mar es juguetón, me da paz, pero también inspira fuerza. El mar se parece al hombre.

Alejandra cogió la cámara, apuntó hacia sus pies e hizo clic.

Es una imagen sencilla: los pies pequeños de Alejandra, conchitas, arena, espuma de mar.

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Magnificada y transformada en póster, esa foto se convirtió en una suerte de bandera de Ojos que sienten, la organización que Gina Badenoch fundó en 2006 para enseñar a los ciegos a tomar fotografías. No le interesaba la imagen como resultado final tanto como la fotografía como experiencia sensorial y detonadora de emociones.

Su búsqueda no era estética. Quería cambiar la percepción sobre las personas con discapacidad visual: mostrar sus habilidades —probarles a ellas mismas que podían hacer cosas de las que no se creían capaces— e incluirlas en una sociedad distante a ellas, una sociedad que con frecuencia parece no verlas.

–Quería detonar un diálogo con la sociedad, enseñando fotografía a los ciegos como una forma de ser vistos y escuchados– recuerda Gina Badenoch.

Siete años después han sucedido muchas cosas. Ojos que sienten creció. Alejandra Rivera descubrió por medio de la fotografía que podía hacer más cosas de las que pensaba –hizo una serie de retratos de su sobrino vestido de charro–, encontró trabajo en el Laboratorio Mexicano de Imágenes y su vida tomó un rumbo más abierto y participativo. Las clases de fotografía se extendieron a computación, inglés, ortografía y redacción, y a través de ellas la organización ha podido incorporar a personas con discapacidad visual a distintas empresas.

Y se fundaron los talleres de sensibilización empresarial impartidos por ciegos a personas sin discapacidad en temas de confianza, adaptación al cambio —una circunstancia por la que han pasado quienes pierden la vista— y trabajo en equipo.

Badenoch extendió su trabajo experimental con la foto a otros ámbitos. En 2012 convenció a los organizadores de la Cumbre de Líderes Jóvenes de Myanmar de poner en manos de los participantes cámaras de fotografía para que, por medio de imágenes, transmitieran qué rumbo querían que tomara su país con la llegada de la democracia.

En los primeros días del año Gina recibió la Medalla del Imperio Británico que concede la reina Isabel —es la primera mexicana que la obtiene— por el trabajo que ha hecho con las personas con discapacidad visual.

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Historia de una viajera

Gina Badenoch nació a finales de los 80. Es hija de James, un inglés que llegó a México hace 40 años, y de Teresa Barrenechea, mexicana. Su papá es un empresario que desde muy joven fue fotógrafo amateur. Ella lo veía tomar fotografías y se preguntaba cómo serían las personas que miraba sin conocerlas. Un día le pidió a su mamá que la llevara a la cárcel: quería entender por qué la gente estaba ahí. “Nadie se levanta pensando en hacerle daño a alguien”, le decía a su madre. “Debe haber una historia detrás”.

A los 13 tuvo su primera cámara y un tiempo después no le importó demasiado su fiesta de 15 años: no podía dejar de tomar fotografías y se obsesionó con el cuarto oscuro, los químicos, la imagen revelada en sus manos.

A esa edad se fue a vivir a un internado a Inglaterra. En la escuela llevó clases de foto, teatro y arte. Cuando terminó la preparatoria estudió francés y decidió conocer una cultura diferente. Se le había metido la idea de entender otras formas de vivir. Deseaba ir a África y terminó en Nepal.

Allá decidió que quería dedicar su vida a enseñar y que la fotografía podría ser un elemento central en ello. Tenía 19 años y no sabía si daría clases, pero estaba convencida de que la imagen formaría parte de su contacto con la gente. Vivió cuatro meses en una casa de Nepal, con cinco ingleses. Dormían en una bolsa térmica y se bañaban con un cubo de agua. Dio clases de inglés y enseñó a los niños a hacer piñatas.

Regresó a México poco después. Tenía un espacio para estudiar diseño en la Universidad Iberoamericana, pero no le atraía. Sintió que necesitaba hacer algo en lo que estuviera involucrada gente y vidas. Le dijo a sus papás que el diseño no era lo suyo y la apoyaron. Le mostró a un editor las fotografías que había tomado en Nepal y trabajó en una revista de viajes.

Dos años después un amigo inglés vio su portafolio y le sugirió estudiar una maestría. Unos días antes de presentar sus papeles en dos universidades de Londres sin tener claro qué le interesaba —tenía inquietudes por la ecología y la comunicación— visitó la exposiciónDiálogos en la Oscuridad, en el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México. Era un recorrido en la penumbra guiado por un grupo de personas. Sólo al final el visitante descubría que se trataba de ciegos.

Justo ahí tuvo una epifanía: poner cámaras en las manos de ciegos y enseñarles a tomar fotos. Pensó que podía ser un camino para dar voz a la gente por lo que representa, por lo que es y puede ser, y no por su circunstancia.

Unas semanas más tarde, una de las universidades rechazó su solicitud porque no tenía estudios de licenciatura. Fue aceptada en la Universidad Goldsmith de Londres, donde estudió una maestría en Imagen y Comunicación.

“Ese episodio en dos universidades londinenses es un reflejo de la lucha permanente por que la sociedad reconozca a la gente por sus habilidades y no por las etiquetas”, dice Gina Badenoch. “En una universidad mis fortalezas no importaron y en otra sí”.

Lugar de trabajo

Ojos que sienten está ubicada en la calle Frontera, en la colonia Roma. En una casa vieja trabajan los miembros de un equipo compacto que Gina ha formado. Los muros altos y las mesas están cubiertos por fotos de los ciegos y las personas con discapacidad visual que han capturado momentos de vida con las pequeñas cámaras digitales que han aprendido a usar en los talleres.

Hay algunas hermosas como un bote de papel que navega sobre una superficie azul que no es el océano sino un algodón de azúcar. Fue tomada por Alicia Meléndez, que tiene predilección por los barcos. “Yo soy el barco y el barco a veces navega y a veces está fuera del océano. Así me siento”, dijo Alicia al explicar una de sus imágenes.

“¿Cómo expresaba Alicia antes sus emociones?”, pregunta Yahlí Oropeza, coordinadora de Artes Visuales en Ojos que sienten. “No podía hacerlo. Estaba frustrada porque no podía hacer muchas cosas, o porque ella y otros creían que no era capaz de hacerlas. Después del taller su vida dio un vuelco. Ahora trabaja para Microsoft”.

Hay otras fotografías estéticas como unos peldaños tomados desde la parte alta de una escalera metálica. Esa fotografía puede transmitir la idea que Gina Badenoch comenzó a formarse desde que era niña: detrás de todos, sin importar apariencias, existe una historia.

La imagen de la escalera es parte de la historia de Pedro Rubén Reynoso. Chilango de 60 años, tiene diabetes, problemas del corazón y ha perdido la vista de manera gradual, hasta casi no ver. Llegó al taller deprimido, acompañado por una hija, refunfuñando ante la idea de que podía tomar fotografías.

En el taller aprendió a conocer la cámara con el tacto y a manejarla con los dedos y la memoria. Supo qué era tomar fotografías en distintos planos. Salió de la depresión y se animó a volver a salir con su familia a la calle, como antes. Un día de esos estaba haciendo unas fotos con su cámara y se distanció unos metros de su familia.

Llegó hasta una escalera y pensó en subir y sintió miedo y luego pánico cuando se descubrió subiendo los peldaños solo. No se detuvo. Cuando estuvo en la parte alta perdió el miedo. Alzó la cámara a la altura de la cabeza y disparó. La fotografía, que nombró “Atrévete a subir”, formó parte del libro Imágenes a través de los sentidos, que recoge imágenes de más de 30 ciegos.

Fotografías como las tomadas por Alejandra y Pedro Rubén, y las reunidas en el libro publicado por la organización, se transforman en calendarios, rompecabezas, agendas y libretas. Se les llama “regalos corporativos con causa” y son patrocinados por un buen número de empresas mexicanas. Esos donativos han permitido a Ojos que sienten incorporar a distintas actividades a alrededor de 400 mil ciegos y débiles visuales.

Los talleres

José Manuel Pacheco tiene 35 años y es uno de los líderes en Ojos que sienten. A los 16 le diagnosticaron la enfermedad que le hizo perder la vista hasta percibir sólo sombras y una neblina espesa. Abandonó la preparatoria, se dedicó a ayudarle a su papá a llenar todos los días una pipa de agua, y después tomó clases de masaje en una organización de ayuda a ciegos.

Un error lo llevó hace seis años a entrar a uno de los talleres. Aprendió a tomar fotografías, dejó de trabajar con su papá y regresó a la escuela. Ahora estudia la carrera de comunicación y dirige los cursos que la organización da a empleados de empresas. Se casó y tiene una nena de quince días de nacida.

Los talleres que coordina son impartidos por 8, 15 y hasta 20 ciegos y débiles visuales a entre 60 y 250 empleados de empresas. Una de las actividades protagónicas consiste en vendar los ojos a los trabajadores o atarles las manos para que tomen una fotografía. Se trata de traspolar a los corporativos los temas de confianza, trabajo en equipo y adaptación al cambio en los que suelen trabajar de manera cotidiana las personas que no tienen el sentido de la vista.

A Gina Badenoch la noticia de la medalla concedida por la Reina Isabel le sorprendió con nuevos proyectos en marcha. “He dedicado mi vida en estos años a Ojos que sienten, uno de varios caminos en marcha”, dijo en conversación con Excélsior. El reconocimiento la dejó feliz. Aún no sabe cuándo lo recibirá.

En la espera, Gina regresó a México de un viaje y comenzó a preparar su equipaje para un nuevo periplo.

En marzo irá a Jordania a poner cámaras fotográficas en las manos de refugiados sirios.

“Quiero crear un clima de diálogo para dar esperanza a los que están vivos”.
Fuente:http://www.excelsior.com.mx/expresiones/2014/01/25/940243#imagen-7

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